Esta semana termina el sexenio de Peña. Se retira como un Presidente impopular, despreciado por la gran mayoría de los mexicanos, bajo la sospecha de corrupción y, quizá lo peor, entregándole el poder a un adversario que se encargará de desmantelar todo lo que hizo por modernizar al país, y más.

Septiembre de 2014: Peña se encuentra en la cúspide del poder. Gracias a una operación política eficaz consiguió los votos de la oposición para aprobar varias reformas estructurales que llevaban años atoradas en el Congreso. El país, por fin, se movía, como presumía la propaganda gubernamental. Reformas como la energética, la de telecomunicaciones y la educativa le cambiarían el rostro a México. Con toda razón, el Presidente estaba feliz. En su Segundo Informe de Gobierno, presumía la aprobación de su ambiciosa agenda reformista. Las autoridades, además, habían capturado a El Chapo Guzmán. Como cereza en el pastel, ese día anunció la construcción del proyecto de infraestructura más grande de la historia del país: el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en Texcoco.

El éxito de Peña había enviado a López Obrador a las páginas interiores de La Jornada. Sólo sus más fieles seguidores se acordaban de él. Pero luego vino la debacle. Primero, Tlatlaya: la mentira del gobierno para encubrir que el Ejército había ejecutado a un grupo de presuntos delincuentes cuando ya se habían rendido. Segundo, la tragedia de Iguala: 6 muertos y 43 estudiantes de-saparecidos de la Normal de Ayotzinapa.

Luego, en cascada, vinieron las múltiples residencias sospechosas. La Casa Blanca que Higa —constructor favorito de Peña de años atrás— “le financió” a su esposa, Angélica Rivera; otra casa en las Lomas que Higa “le prestó” a Peña para que ahí viviera durante la campaña presidencial; la que Higa “le financió” al secretario de Hacienda, Luis Videgaray, en Malinalco; las dos que el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, “le rentó” al constructor hidalguense Sosa Velazco; y la mansión que se estaba construyendo el gran amigo de Peña, el subsecretario de Gobernación, Luis Miranda, en las Lomas.

Agréguese, como cereza de pastel, pero en esta ocasión de la debacle, la segunda fuga del Chapo Guzmán y la pésima estrategia comunicativa del gobierno de Peña para encarar la avalancha de tantos escándalos. AMLO, de manera natural, volvió a aparecer con fuerza rumbo al 2018. Peña y su equipo le habían tendido una larga y confortable alfombra roja.

Cuando se destaparon los escándalos de las casas, un alto funcionario me solicitó platicar con él. “¿Por qué estás tan enojado, Leo, si nosotros hemos hecho todas las reformas que tú siempre has apoyado?”, me preguntó. “Pues precisamente por lo que he escrito y dicho públicamente”, le contesté y, a continuación, repetí mi argumento:

Como miembro de una generación que vivió su juventud marcada por las crisis de los ochentas y noventas, nunca olvidaré la tragedia del sexenio de Salinas. A muchos nos animó un joven Presidente que prometió llevar a México al primer mundo con una atractiva agenda modernizadora, sin embargo, Salinas acabó en el basurero de la historia por los casos de corrupción que explotaron cuando dejó Los Pinos. Fue devastador para los que estábamos a favor de las reformas. La apertura comercial, privatizaciones, desregulaciones, en fin, todas las reformas orientadas al mercado quedaron deslegitimadas por la codicia de la familia presidencial. Y Peña no había aprendido esta lección.

Me atreví a pronosticar que terminaría igual que Salinas: en el basurero de la historia. Lo que más me molestaba era que, por la maldita corrupción del grupo gobernante, se habían puesto en riesgo las reformas que tanto trabajo había costado construir. Inevitable e injustamente, la agenda reformista se confundiría con corrupción gubernamental.

Resulta que AMLO efectivamente vino de atrás y ganó la Presidencia de manera apabullante. Ahora, todo el legado de Peña está en riesgo. El NAIM ya lo cancelaron. La reforma educativa está prácticamente muerta. El destino de la energética es incierto. En fin, que por la maldita práctica priista de enriquecerse desde el poder, el proyecto modernizador de México huele a muerto.

Muchas gracias, presidente Peña. Lástima que no haya entendido que la corrupción es incompatible para el éxito de una agenda reformista. Disfrute usted sus casas que acabarán siendo de las más caras de la historia.

                Twitter: @leozuckermann

 

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