No llega el mediodía y mi teléfono celular y redes sociales ya están inundados de ediciones, comentarios, interpretaciones, fragmentos y editoriales diversos sobre lo que ocurrió en la conferencia presidencial de las siete de la mañana.

Dependiendo del remitente es el tono del mensaje que recibo. Así que a diario tengo un balanceado reporte entre quienes anuncian el apocalipsis y aquellos que hacen una defensa heroica de cualquier dato que se da a conocer en Palacio Nacional.

Sin embargo, en la época de mayor interacción entre un presidente y los periodistas encargados de cubrir sus actividades, no siento que esté mejor informado como ciudadano.

Lo que sí es una novedad, es el contenido que se deriva de estos ejercicios de comunicación. No hay tema que no se toque y pregunta que no se haga, aunque los resultados para una y otra parte no son necesariamente los que ambos esperan.

A pesar de ello, la Bolsa de Valores y los mercados financieros ahora toman decisiones con base en el contenido de esa hora y media, en promedio, que dedica el Presidente para hablar no sólo con la prensa, sino con la sociedad mexicana.

Hace apenas unos días, en una de las conferencias que se convierte rápidamente en un diálogo abierto para tratar todos los asuntos imaginables, el titular del Ejecutivo reveló que el principal empresario del país estaría pensando en el retiro durante este sexenio. De inmediato las acciones de sus consorcios descendieron y su vocero tuvo que aclarar que, efectivamente, había existido la conversación, aunque sobre la prisa que corre para sacar adelante al país en un lapso tan corto. Es decir, un sí pero no, tan usual en los negocios y en la política.

No recuerdo un mandato en el que hubiera tanta información acerca de los recovecos del poder y menos que el líder del gobierno fuera quien hablara de ello con tanta facilidad. Ni en los días en que era jefe de Gobierno tuvimos los ciudadanos tanto acceso a lo que ocurre detrás de esas sinuosas bambalinas que forman parte de la administración pública.

Pero esa disposición de transparencia mediática no desemboca en una sociedad mejor informada. Porque una cosa son los cortes de sus discursos para fortalecer una preferencia o una animadversión, y otra distinta que se aporte el contexto indispensable para formar un criterio.

El hábito que más me ayuda a entender este cambio de época es tratar de ver la conferencia en vivo o buscar el tiempo para revisarla completa a lo largo del día. Ya sé que no es fácil, pero no encuentro una mejor vía para no caer en la trampa de las interpretaciones que ponen uno y otro lado. Ayuda mucho también leer libros de historia de México.

Tampoco hallo otra forma para brindar un consejo adecuado a quienes me bombardean con fragmentos, maliciosos o de júbilo, para que dé una recomendación sobre una posible inversión o hasta mi punto de vista de si es momento de vivir en otro lado (a lo que siempre respondo que es absurdo).

Aprovechar, como ciudadano, esta rutina de información tiene además una enorme ventaja: nadie puede tratar de tomarte el pelo más tarde. Y, mientras dure, lo cierto es que los temas relevantes para la toma de decisiones son, a menudo, los que menos atención reciben.

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