“Un acto sublime de imaginación poética” fue lo que dijo Jay Pritzker al arquitecto Luis Barragán.

Luis Barragán fue el primer arquitecto latinoamericano y el único mexicano -hasta el momento- en recibir el prestigiado Premio Pritzker.

La poesía, la magia y la mística que Barragán imprimía a sus obras, son dignas de un hombre de mucha profundidad humana, como lo describe una de sus famosas frases, que más bien pareciera un axioma o canto: “sólo en íntima comunión con la soledad, puede el hombre hallarse a sí mismo”.

El jalisciense fue condecorado en la segunda edición del galardón el 3 de junio de 1980 en Dumbarton Oaks, Washington, D.C., allí ofreció un discurso de gran belleza y profundidad. En el discurso, el arquitecto incluyó reflexiones íntimas sobre su vida, las cuales marcaron su estilo –al que llama autobiográfico–, como la influencia de la arquitectura vernácula mexicana y la vida rural.

Barragán fue merecedor al prestigiado reconocimiento por su Casa “Estudio Luis Barragán” (construida en 1948) una de las casas más bellas del mundo, la cual aún se encuentra en el barrio de Tacubaya al poniente de la Ciudad de México y que durante muchos años fue su residencia y taller después de la Segunda Guerra Mundial. Esta casa refleja el estilo místico y arquitectónico de Barragán (silencio, poesía, magia). Hoy está habilitada como un museo y ha sido declarada como Patrimonio Cultural Mundial por la Unesco. Según el organismo:

“Es una obra maestra dentro del desarrollo del movimiento moderno, que integra en una nueva síntesis elementos tradicionales y vernáculos, así como diversas corrientes filosóficas y artísticas de todos los tiempos”.

Ahora el discurso de Luis Barragán al recibir el Premio Pritzker:

Deseo dejar constancia, además, de mi respeto y admiración por el pueblo norteamericano, gran mecenas de las ciencias y de las artes, y que sin encerrarse dentro de los límites de sus fronteras las trascendió para distinguir de manera tan honrosa y generosa, en este caso, a un hijo de México. Tengo plena conciencia, por tanto, que el premio que se me otorga es un acto de reconocimiento de la universalidad de la cultura y en particular de la cultura de mi patria. Pero como nunca nadie se debe todo a sí mismo, sería mezquino no recordar en este momento la colaboración, la ayuda y el estímulo que he recibido a lo largo de mi vida por parte de colegas, dibujantes, fotógrafos, escritores, periodistas y amigos personales que han tenido la bondad de interesarse en mis trabajos.

Quisiera valerme de esta ocasión para presentar ante ustedes algunos pensamientos, algunos recuerdos e impresiones que, en su conjunto, expresen la ideología que sustenta mi trabajo. Y a este respecto ya se anticipó –aunque con excesiva generosidad– el señor Jay A. Pritzker cuando explicó a la prensa que se me había concedido el Premio por considerar que me he dedicado a la arquitectura “como un acto sublime de la imaginación poética”. En mí se premia entonces, a todo aquél que ha sido tocado por la belleza. En proporción alarmante han desaparecido en las publicaciones dedicadas a la arquitectura las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento y también las de serenidad, silencio, intimidad y asombro. Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro.

Belleza

La invencible dificultad que siempre han tenido los filósofos en definir la belleza es muestra inequívoca de su inefable misterio. La belleza habla como un oráculo, y el hombre, desde siempre, le ha rendido culto, ya en el tatuaje, ya en la humilde herramienta, ya en los egregios templos y palacios, ya, en fin, hasta en los productos industriales de la más alta tecnología contemporánea. La vida privada de belleza no merece llamarse humana.

 Silencio

En mis jardines, en mis casas, siempre he procurado que prive el plácido murmullo del silencio, y en mis fuentes canta el silencio.

 Soledad

Sólo en íntima comunión con la soledad puede el hombre hallarse a sí mismo. Es buena compañera, y mi arquitectura no es para quien la tema y la rehuya.

 Serenidad
Es el gran y verdadero antídoto contra la angustia y el temor, y hoy, la habitación del hombre debe propiciarla. En mis proyectos y en mis obras no ha sido otro mi constante afán, pero hay que cuidar que no la ahuyente una indiscriminada paleta de colores. Al arquitecto le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad.

 Alegría

¡Cómo olvidarla! Pienso que una obra alcanza la perfección cuando no excluye la emoción de la alegría, alegría silenciosa y serena disfrutada en soledad.

 La muerte

La certeza de nuestra muerte es fuente de vida, y en la religiosidad implícita en la obra de arte, triunfa la vida sobre la muerte.

Basta con entender que el espacio no es nada sin sus límites, los muros; y estos no son nada sin la luz, que define los contornos y las texturas, pero a su vez la luz no es nada sin su cromatismo, sin el color, en definitiva.

Luis Barragán nace en Guadalajara (México)  en 1902, ciudad donde cursó sus estudios de arquitecto e ingeniero civil. Marcó definitivamente su futuro, un viaje de dos años que hizo por Europa.  En su visita a España  queda fascinado, por la arquitectura árabe  y su concepto de jardín, reflejado  fundamentalmente  en los jardines del Generalife.  Queda también marcado por el concepto de jardín renacentista italiano que pervive en las villas italianas que visita a lo largo de la costa mediterránea, y en las villas Paladianas.

Barragán comenzó su vida profesional diseñando jardines, y su primera obra fue el proyecto para los jardines del Pedregal, tarea que le ocupó entre 1945 y 1952.

A partir de ese año comienza realmente su actividad con la reconstrucción del convento de las Capuchinas en Tlalpan y la planificación del área residencial de las Arboledas y del Club de Golf La Hacienda. Louis Khan lo invita a asesorarlo en 1964 en su proyecto de Salk Intitute de la Jolla en California y el mismo año realiza con Andrés Casillas la Cuadra de San Cristóbal y la Casa Egerstrom.

En 1974 realizó la Casa Gilardi, la última que llegó a terminar, y en 1979 la Casa Meyer. En 1980 recibe el premio Pritzker, que marca el inicio de una decadencia física provocada por el Parkinson, y muere en 1988.

Luis Barragán, el hombre de la mística, el silencio, la alegría, la soledad, ha mostrado al mundo de los arquitectos, diseñadores y urbanistas, que no hace falta desarrollar complejas tecnologías para generar entornos humanos, lo que se requieres es eso, lo que el en todas sus obras siempre plasmo: armonía, paz, soledad, encantamiento, intimidad y belleza, ese fue su testamento, legado a la humanidad.

El alma de Barragán, está implícita en cada una de sus obras…es la obra arquitectónica más visitada del mundo, el tiempo de espera puede ser de hasta un año.

“Sólo en íntima comunión con la soledad, puede el hombre hallarse a sí mismo”.

Luis Barragán

 

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