«Todo el mundo sabe que miles de haitianos salimos de Brasil, Chile y Venezuela para llegar a Tijuana y cruzar a Estados Unidos, pero pocos saben que tuvimos que cruzar diez países con grandes sufrimientos, que muchos quedaron en el camino y que miles terminamos por hacer de México nuestro hogar después de que Estados Unidos nos cerró las puertas del asilo». Ustin Pascal Dubuisson sintetiza así una travesía de 8 años de una diáspora a la que un terremoto expulsó de su isla y que, después de atravesar media América Latina, acabaron haciendo su vida en la frontera norte mexicana.

Dos años después de llegar a Tijuana, donde miles de haitianos se quedaron varados a finales de 2016 por la puesta en marcha de una normativa que les cerró la puerta a Estados Unidos, Dubuisson es uno de los más de 3,000 haitianos que ha hecho su vida en esa ciudad mexicana.

“Tijuana es, para nosotros los haitianos, la mejor ciudad, ¿sabes por qué? Porque aquí hay toda clase de personas. Hay gringos, hay mexicanos, chinos, hay africanos… Entonces, es muy difícil que alguien te juzgue por tu color o por tu origen, porque ellos tampoco son de aquí”, le dijo a Univision Notocias Dubbuison.

El joven de 25 años acaba de publicar un libro Sobrevivientes, ciudadanos del mundo, donde cuenta la experiencia de los haitianos a quienes un terremoto de más de 7 grados lanzó en el 2010 a la diáspora y que ahora viven integrados en Tijuana, como lo demuestra su bebé, uno de los 55 nacidos entre los migrantes de ese país y mexicanas.

El terremoto, el comienzo del viaje

Cuando el terremoto casi destruyó Puerto Príncipe, Brasil se solidarizó de inmediato. El gobierno invitó a los haitianos que quedaron sin hogar a trabajar en los preparativos del Mundial de fútbol de 2014. “Llegábamos y ese mismo día el gobierno nos daba documentos y nos ayudaba a encontrar trabajo”, recuerda Dubbuison.

Dubbuison es padre de uno de los 55 bebés de padres haitianos y mexicanos nacidos en Tijuana.Crédito: Manuel Ocaño

El autor, quien estudió Leyes en la Universidad Estatal de Haití en Puerto Príncipe, fue uno de los obreros que edificaron las instalaciones de la Copa del Mundo. Otros compatriotas suyos llegaron a Chile y Venezuela. Pero, cuando la vida parecía estar asentándose para muchos de ellos, la recesión y los problemas de esos países hicieron que muchos haitianos volvieran a sentir la necesidad de irse.

Fue entonces, entre finales de 2015 y mediados de 2016, cuando la comunidad haitiana tuvo que salir de Sudamérica para tratar de ampararse al Estatus de Protección Temporal (TPS) que el presidente Barack Obama había ofrecido a los haitianos cuando ocurrió el terremoto.

Pero el recorrido fue muy difícil y en ocasiones cruel para los haitianos. «Hay una parte entre Panamá y Colombia, que se llama el tapón de Darién; ahí es ‘sálvese quien pueda», recordó Dubuisson, “porque cuando tú estas ahí, es una selva de 160 kilómetros que tú vas a caminar durante varios días y a veces no tienes comida ni agua (…) muchísima gente se quedó en ese camino por debilidad. Yo tengo amigos que no se si están vivos o si murieron”, lamenta.

En ese camino, asegura, a muchos haitianos también los asaltaron al cruzar de Costa Rica a Nicaragua y les quitaron lo que habían ahorrado con esfuerzo en Sudamérica. Después de una larga travesía, los haitianos llegaban a la frontera de Tijuana y se encontraban con que el gobierno de Estados Unidos había impuesto por primera vez cuotas de ingreso a los solicitantes de asilo.

A la frontera podían llegar hasta más de mil personas por día, pero el Departamento de Seguridad Interior (HSD) solo admitía entre 50 y 100 solicitantes diarios en las garitas. En Tijuana se generó una crisis de miles de personas que esperaban turno para pasar a las garitas a pedir refugio o asilo y el cúmulo rebasó la capacidad de los refugios.

Del fin del sueño americano al inicio del sueño mexicano

Entonces, miles de haitianos acampaban en las calles a la espera de turno para entrevistarse con oficiales de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). Pero cuando, según cálculos extraoficiales, habrían ingresado a las garitas más de 20,000 haitianos, el gobierno declaró que las circunstancias críticas por las que Estados Unido otorgó el TPS a haitianos habían sido superadas en Haití. Sin esa protección, los haitianos que cruzaran la frontera podrían ser deportados.

Cerca de 4,000 haitianos se quedaron en Baja California sin atreverse a pasar a Estados Unidos y comenzaron a integrarse a la vida de Tijuana, Rosarito y Mexicali y buena parte de ellos están ahora integrados a la sociedad de esas ciudades.

Para Paulina Olvera Cáñez, directora de la organización Espacio Migrante en Tijuana, lo más urgente fue ayudar a esa comunidad a superar la barrera del idioma. “Son muy trabajadores, muy dedicados y respetuosos, tienen muchas ganas de salir adelante y vimos que lo más urgente era que hablaran y se comunicaran en español, así que comenzamos a darles clases; ahora ya tenemos un primer grupo de inmigrantes haitianos que hace examen de admisión para carreras profesionales en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC)”, dijo Olvera.

Pero los haitianos también tenían trabas para trabajar ya que necesitaban vivir legalmente en territorio mexicano. El Instituto Nacional de Migración (INM) de México otorgó documentos a 2,890 haitianos en Tijuana y unos mil más en otras ciudades del estado de Baja California, como Rosarito y Mexicali.

Con los papeles y el control del idioma, los haitianos comenzaron a poner pequeños negocios. Una de ellas es Elicione Choles, o Lucy, como la conocen en Tijuana, una enfermera haitiana que estudiaba cocina en República Dominicana cuando ocurrió el terremoto en el 2010, y que tras llegar a Tijuana, hace un año abrió el primer restaurante de comida típica haitiana en esa ciudad. “Yo soy ahora Lucy de Tijuana”, dijo la cocinera de 30 años. “México es mi nuevo país, pero yo soy de Tijuana, cocino para Tijuana”.

Los haitijuanenses, el nombre que se han dado a los migrantes haitianos asentados en esta ciudad fronteriza, han ganado renombre por su trabajo en construcción y como pintores de brocha gorda, aunque artísticamente destacan en muchas expresiones. Esta semana, en una reunión artística en la que estará el escritor Dubuisson, también se presentarán los maestros profesionales de danza haitiana Sherline Vramlin y Jean Denis Louis, el músico de Jazz conocido como Joseph, y Jansel, un locutor haitiano que también gana popularidad en Tijuana.

La presencia de los haitianos en Tijuana se ve especialmente en el barrio conocido como “La Pequeña Haití”, a unos 15 minutos del centro de la ciudad, donde los inmigrantes y refugiados haitianos comenzaron a levantar humildes casas en torno a la iglesia Embajadores de Jesús, que dirige un doctor estadounidense en teología, el pastor Gustavo Banda.

En el caso del escritor Dubuisson, él pasa la vida en un radio de unas doce millas entre Tijuana y Rosarito, donde está su familia: su esposa Jessica y su bebé, con quien habla en francés y en creole. Él, como muchos de los miembros de su comunidad, ya se reconoce como haitiano de Tijuana.

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