No es la primera vez que el presidente López Obrador rechaza públicamente los llamados a una posible reelección. Sucedió el domingo pasado, después de la marcha, cuando se disponía a comenzar su discurso. Atajó gritos reeleccionistas, dijo que ellos estaban en contra de esta práctica y citó a Francisco I. Madero.

Celebro que el Presidente actúe de esta manera. Es lo correcto. No dudo que haya fanáticos lopezobradoristas que vean en la reelección presidencial la fórmula para permanecer más años en el poder.

En sus giras por la República, es frecuente que haya llamados de este tipo. López Obrador siempre las objeta. Bien por él.

Pero, aunque quisiera, no podría. Por lo menos si está dispuesto a cumplir lo que ordena nuestra Constitución.

Recordemos que la Carta Magna de 1917 prohibió la reelección como resultado de la Revolución maderista, precisamente en contra del Porfiriato. Sin embargo, el presidente Plutarco Elías Calles abolió la prohibición reeleccionista para permitir que el expresidente Álvaro Obregón ocupara este puesto de nuevo.

Obregón ganó la elección, pero lo asesinaron antes de tomar posesión. El nuevo Partido Nacional Revolucionario, formado en 1929 por Calles con el fin de procesar los conflictos inherentes a la sucesión, reformó de nuevo la Constitución en 1932 para prohibir, de nuevo, la reelección.

Hoy, el artículo 83 constitucional vigente no deja duda alguna: “El Presidente entrará a ejercer su encargo el primero de octubre y durará en él seis años. El ciudadano que haya desempeñado el cargo de Presidente de la República, electo popularmente, o con el carácter de interino o sustituto, o asuma provisionalmente la titularidad del Ejecutivo Federal, en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”.

Por ningún motivo. Punto. No hay dudas. López Obrador no se puede reelegir.

A menos, desde luego, que se reformara la Constitución.

Sin embargo, Morena y sus aliados no tienen los votos en el Congreso para hacerlo. Lo estamos viendo hoy con la reforma electoral de López Obrador que, muy seguramente, no pasará porque la oposición la bloqueará en la Cámara de Diputados y/o en el Senado.

No veo razón para que los partidos opositores (PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano) de pronto se convencieran de la utilidad de permitir una reelección a López Obrador. No ganarían nada. Al revés, perderían mucho.

Es más, hasta habría políticos de la actual coalición gobernante que estarían en contra de reformar la Constitución. Número uno en la fila, las llamadas corcholatas que, legítimamente, ambicionan suceder a su jefe, el presidente López Obrador. Pero también otros que quieren presentarse en la elección de 2030.

El sistema funciona en la medida en que hay rotación de las élites, comenzando por el puesto más importante de nuestro régimen político que es la Presidencia.

En este sentido, por fortuna, los incentivos en México están alineados para rechazar la reelección presidencial.

Pero creo que hay algo más de índole cultural. Los mexicanos nos hemos educado con la idea que la reelección es una mala cosa cuando se trata de la Presidencia. La Revolución comenzó con el llamado de Madero a terminar con la reelección de Porfirio Díaz, quien se perpetuó en el poder. La reelección también acabó mal cuando Calles y Obregón la volvieron a permitir.

No nos va bien a los mexicanos con la permanencia de los presidentes más allá de un solo mandato. Creo que eso está muy entrañado en nuestra cultura política.

En la etapa del autoritarismo priistas, algunos mandatarios coquetearon con la idea de reelegirse. Pero no lo hicieron porque entendieron que el costo sería altísimo para ellos y para el régimen político vigente.

Ya en la democracia, ningún Presidente ha contemplado, que yo sepa, su reelección.

No dudo que sí haya lopezobradoristas que sueñen con esta posibilidad. Desconozco si López Obrador lo ha considerado alguna vez en serio. Lo cierto es que no podría. Uno, por el costo que pagaría frente a una opinión pública que mayoritariamente ve con malos ojos la reelección. Y, dos, porque tendría que reformar la Constitución y no tiene los votos para hacerlo. A menos, desde luego, que pretendiera quedarse rompiendo el marco constitucional utilizando factores reales de poder como los militares o marchas multitudinarias apoyadas por paramilitares. Pero aquí estaríamos hablando de un golpe de Estado y eso definitivamente, es otro juego muy peligroso del que afortunadamente estamos lejísimos de siquiera vislumbrar.

 

Twitter: @leozuckermann

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