La curiosidad intelectual es un océano impredecible. De pronto llegamos a un autor que no habíamos leído y descubrimos que no pisamos una isla sino un continente. Así me ha sucedido hace unos días, cuando escuché el pensamiento de Ikram Antaki, en una conversación que tuvo con el entrañable Germán Dehesa, sobre las experiencias de ambos en la cercanía de la muerte (poco tiempo atrás, los dos estuvieron al borde de la vida). Era el 22 de marzo del año 2000. Ikram murió 7 meses y 9 días después. Se trata de una conversación amena, matizada por la profundidad severa con la que ella aborda los temas y el humor con el que Germán aderezaba sus argumentos.

Al sobrevolar su biografía y su obra no puedo sino preguntarme: ¿dónde estaba yo mientras existió Ikram Antaki? Es un continente inagotable. Leerla será saldar una deuda personal. He comenzado con El manual del ciudadano contemporáneo, quizá su último libro, del que quiero compartir algunos conceptos relativos al civismo, que por su lucidez y actualidad merecen reflexión.

«El civismo es una virtud privada, de utilidad pública», escribe, y tras aceptar que el concepto es disímbolo para la gente, hace una afirmación lapidaria (recordemos, es el año 2000): «El hecho es que estamos produciendo una ciudadanía sin civismo». Retrató a México en el fin de un siglo y el comienzo de otro: «La voluntad de integración ciudadana está puesta en duda: tenemos una crisis de la relación política, un desarrollo de los corporativismos, un déficit de la credibilidad de los hombres políticos y de la legitimidad de las asambleas electas y un crecimiento de las diferentes formas de populismo».

En su radiografía no hay filtros: «Somos una sociedad que delinque sin cesar». Encuentro, con perdón de la comparación, similitudes entre sus ideas y algunos postulados que he compartido en este espacio. Dice «La falta de respeto a las reglas parece arraigada en las costumbres…», lo que para mí es el peso del código cultural (el conjunto de instrucciones no escritas que nos hace ser y hacer, y que es modificable). Cuando habla de fraudes y transas, afirma: «Entre los diferentes escalones de esas prácticas existe una permeabilidad extrema. No hay una frontera precisa entre faltar a las reglas básicas de la cortesía y la sociabilidad, y violar más gravemente los fundamentos colectivos de la sociedad». He argumentado que la cultura de la ilegalidad en México es producto de tolerar infracciones menores que luego escalan.

Otra notable coincidencia: varias veces he expuesto que, en el tránsito, en la forma en cómo nos relacionamos con las leyes viales, como conductores, pasajeros, peatones y autoridad, está una de las formas de reencauzar el comportamiento cívico y ético de la sociedad; dice la siria mexicana: «El ciudadano conductor negocia consigo mismo el color de los semáforos. Conducir bien y conducirse bien son testimonios mayores de pertenencia al grupo. Cuando el código de tránsito deja de ser un código de buena conducta, las consecuencias van más allá del tránsito».

Encontré también un texto que escribió en el año 2000, «El bárbaro y los cobardes», en el que reflexiona sobre AMLO: «Supongamos que un hombre, originario de un estado, quiera competir para la gubernatura del D.F., pero un dato básico le impide hacerlo: no cumple con las reglas de residencia. Saltando por encima de la ley, este hombre organiza un referendo; el número sustituye a la ley (es decir, si diez personas decidieron robar a una, estas diez personas tendrán necesariamente la razón; y si un grupo decide que un individuo es culpable, este individuo será considerado como culpable sin tener que pasar por las pruebas del Derecho). ¿Por qué los demás lo dejaron competir? Por cobardía». Continúa: «Quien los va a gobernar no es James Dean, sino un provinciano ignorante, violento y fanático». «No será el valiente educador que se opondrá al pueblo si el pueblo yerra; para él, el pueblo tiene la razón simplemente porque es pueblo, y diez tendrán necesariamente más razón que dos o uno».

Toca volver a Ikram, si es que alguna vez se fueron. Antropóloga, ensayista, poeta, filósofa, aguda, luminosa, su legado debe ser escala obligada para ejercer la inconformidad con la que se construyen mejores sociedades.

@eduardo_caccia

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