Desde la última década del siglo XX, el comercio exterior se ha convertido en un recurso prioritario para México. No sólo para el aparato gubernamental sino para la sociedad misma. Durante mi niñez fui testigo de la manera en la que la oferta comercial en territorio nacional evolucionó. Mayor variedad, mayor calidad, mayor competencia, mayor inversión, mayor índice de empleo, mayores oportunidades.

Desde entonces, y en términos generales, el comercio con otros países ha sido fundamental para el mundo. De tal suerte que, el solo hecho de considerar la posibilidad de aislarnos del fenómeno globalizador, sería un retroceso caótico. El primer afectado sería el gobierno, ya que desde los 90, la economía mexicana dejó de depender del petróleo. Actualmente, el comercio que sostenemos con el resto del mundo es uno de nuestros tres principales ingresos macroeconómicos.

Aunque usted no lo crea, de acuerdo con cifras del INEGI y del Banco de México, la balanza comercial de nuestro país con el mundo, entre enero a noviembre 2022, registró un saldo negativo por -$27,405,127,161.76 millones de dólares, es decir, el valor de las importaciones de mercancías extranjeras superó al de las exportaciones mexicanas.

Del 100% de dichas exportaciones, el 81.70% tuvieron como destino Estados Unidos. Dejándose muy en claro que la mayor parte del intercambio comercial lo concentramos con nuestro vecino del norte. Mientras, el comercio restante se da con 45 países alrededor del planeta. Canadá es uno ellos, país que sólo recibió el 2.73% de nuestros productos durante 2022.

No en vano, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, venía con la espada desenvainada. Recordemos que, tanto Canadá como Estados Unidos, han expresado y hasta denunciado a México por el incumplimiento de algunos de los acuerdos suscritos mediante el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). La política energética de México (particularmente lo relativo a las energías limpias y a los monopolios del gobierno mexicano), las empresas mineras, el maíz transgénico, el descontrolado flujo migratorio y el tráfico de fentanilo, fueron los temas más incómodos de la 10ª Cumbre de Líderes de América del Norte (X CLAN), celebrada en enero pasado, por lo que los tres líderes decidieron reducirlos al máximo, cuando menos públicamente.

La reunión bilateral entre las comitivas de México y Canadá duró menos de diez minutos. En esta ocasión, López Obrador utilizó prácticamente la mitad del tiempo, dando oportunidad para que Trudeau pudiera utilizar la palabra. Contrario al presidente mexicano, el político canadiense dedicó parte de su mensaje a la clase media y al medio ambiente, dos tópicos fundamentales para las generaciones venideras.

Previamente, durante la fotografía oficial, y en contraste con la relación Obrador-Biden, ninguno de los mandatarios luchó por el “poder” ni por la mejor pose o ángulo. Sencillamente estrecharon sus manos y, al final, se dieron un abrazo parcial. A diferencia del encuentro con el presidente estadounidense, la recepción de Trudeau en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, así como en Palacio Nacional, se percibieron laxas.

Aún sin comprender directamente las palabras de sus visitantes, por expresarse en un idioma distinto al nuestro, el presidente de México relajó los hombros y se comprometió a ceder un poco ante las quejas de las empresas canadienses. Finalmente, nuestros invitados partieron, dejando la balanza tal y como estaba: bastante desequilibrada.

Post scriptum: “En Palacio, las cosas marchan despacio”, dicho popular.

* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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