Los modales burdos de la censura, utilizados tradicionalmente por los gobiernos para callar críticas, son cosa del pasado. Antes había amenazas directas.

Hoy la censura se ha sofisticado. Basta que surja un líder de opinión incómodo para que lo detecten los bots y los algoritmos de las “redes sociales profundas” y lo acosen con insultos y amenazas, e incluso, acusaciones falsas que tratarán de desprestigiarlo y romperle la denominada “línea de flotación” de su reputación y con ello, de su credibilidad.

Los gobernantes de hoy, en la era de la inteligencia artificial y los algoritmos, no necesitan generar amenazas directas como antaño, que puedan ser calificadas como represión. Basta con enviar ejércitos de bots, o sea cuentas falsas creadas con la identidad de personas inexistentes, para acosar y desprestigiar al comunicador incómodo para que pierda credibilidad lo publicado y así nulificarlo.

Esto, lo pueden realizar los tres niveles de gobierno, de cualquier partido político.

De este modo, la agenda pública puede ser dirigida, manipulando la formación de opiniones de los ciudadanos a partir de mentiras. El anonimato es precisamente el arma utilizada en estas nuevas estrategias de manipulación pública, pues disfrazándose de identidades falsas que hacen parecer a esto como una manifestación ciudadana legítima y democrática, se pueden esconder los grandes peligros sociales y políticos del futuro.

Por tanto, se vuelve fundamental analizar estos fenómenos electrónicos que pueden convertirse en el auténtico cuarto poder y desplazar como formadores de opinión a los medios de comunicación tradicionales, ya sea impresos, así como también electrónicos, como lo son la radio y la televisión.

Esto se convierte también en un gran negocio para empresas creadas para dar estos servicios a gobiernos y a todo tipo de actores políticos. A final de cuentas, se convierte también en un asunto de dinero.

Este asunto equivale a la contratación de sicarios informáticos para asesinar reputaciones de opositores. De este modo, el autor intelectual del atentado, o sea un gobernante, ya ni siquiera se mancha con la sospecha de haber ejercido represión en contra de sus críticos.

Lo más grave es que la censura y la intolerancia ya campean por todo el país y se han convertido en un sistema de interrelación social entre los mexicanos: la agresividad con que el mismo ciudadano acosa a quienes piensan diferente de él, ahora se ha acentuado a través de las redes sociales, aprovechando el anonimato. La actitud agresiva de muchas personas cuando participan de un chat de WhatsApp, desaparece cuando nos reunimos presencialmente.

Si los ánimos estaban caldeados desde el sexenio anterior, hoy vemos que la estrategia de “divide y vencerás” de la 4T, ha detonado el surgimiento del México bárbaro, el de los resentimientos, rencores y venganza.

Esta nueva conducta social ha permeado al mundo real y cotidiano de la vida civil y así vemos que al margen de la participación gubernamental, personas, grupos y comunidades confrontan agresivamente a quienes tienen posturas opuestas a las suyas.

Incluso, hasta la delincuencia organizada hoy ejerce censura y vemos cómo asesina a reporteros incómodos a lo largo de todo el país, aunque también podríamos considerar las sospechas de que en algunos casos las autoridades locales fueran responsables de esas muertes, aprovechando la oportunidad de que de modo natural le sean adjudicadas a la delincuencia.

En el olvido están los tiempos en que en este país todos nos tolerábamos nuestras diferencias con diplomacia. Teníamos actitud flexible y conciliadora y por idiosincrasia evadíamos el conflicto innecesario.

La instigación a lintolerancia orientada contra las voces discordantes que cuestionan a la 4T, es lo que ha desatado la “cacería de brujas” que hoy nos confronta.

Legislar y dar un contexto ético se vuelve fundamental para preservar la democracia como un juego auténtico de voluntades ciudadanas, manifestadas por personas reales y no por identidades ficticias de personas inexistentes, como ahora empieza a suceder.
Y a usted ¿qué le parece?

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