Ya casi todo se ha dicho sobre la marcha del ardor. Me quedo con la gran cantidad de gente que fue por convicción, y con o sin “apoyos” (gran eufemismo mexicano, seguramente un concepto fundacional del humanismo mexicano); con el Zócalo que no pudieron llenar los ya consuetudinariamente ineptos operadores de la 4T; y con la enorme ilegalidad del uso de recursos públicos para financiar la publicidad, el transporte y la alimentación de una parte considerable de los participantes. La carga de la prueba le corresponde a López Obrador: demostrar que alguien más, y no el Estado, sufragó el costo de los casi 2000 vehículos que Reforma contó estacionados en las arterias de la capital.

Ilustración: Kathia Recio
Ilustración: Kathia Recio

La interrogante hacia el futuro consiste en discernir cuántos de los que fueron ayer a marchar lo harían sin el aparato de Estado al servicio de López Obrador. No para demostrar la pertinencia del acarreo y del gasto de los impuestos de todos los mexicanos, y no sólo los de Morena. Más bien para que quien gobierne a partir de 2024, de Morena o de la oposición, sepa a qué atenerse. Es la pregunta de las 64 000 tortas.

Si una buena parte los participantes del domingo hubieran acudido de cualquier forma, sin Frutsis ni autobuses, sino sólo por devoción a su líder y presidente, es probable que lo vuelvan a ser cuando siga siendo el líder, pero ya no presidente. De ganar la oposición tanto la Presidencia como la Ciudad de México —y en 2023 el Edomex—, por primera vez desde 1997 AMLO carecería de los recursos públicos de los cuales ha abusado constantemente para sus marchas. Volveríamos, por así decirlo, a Tabasco. Si la oposición no gana la Presidencia, pero conquista la capital y el Edomex, López Obrador dispondría del respaldo pecuniario de Palacio Nacional (a menos que Sheinbaum se regrese a Los Pinos); salvo si la marcha se celebra… contra su ocupante.

En otras palabras, la lección que se extraiga de la marcha de ayer sobre la proporción de verdaderos adeptos del Peje entre el total, puede confirmar o desmentir mi tesis iconoclasta o francamente minoritaria de que López Obrador dejará la Presidencia con más fuerza social que cualquier mandatario desde Cárdenas, y quizás más que el general. Tal vez quien lo suceda no le comparta los recursos de los contribuyentes. Pero si la mayoría de los del domingo acudieron a su llamado “sin apoyos”, lo volverán a hacer si se los pide. No todos, seguramente no muchas veces, pero algunas decenas o cientos de miles sí, algunas veces.

Una Presidencia de la oposición o de Morena, ya en la silla, ¿le arrebata a AMLO la fuerza social actual, en dos patadas? Lo dudo, en cualquiera de los dos casos. Si se trata de Va por México, el resentimiento del domingo se podrá multiplicar por un factor incalculable. Asimismo, de producirse una marcha para protestar por una decisión de alguien de Morena en Palacio, o para advertirle que mejor no se atreva, aun sin la fuerza del Estado, la fuerza social restante puede ser arrolladora.

Para los que creen que López Obrador se irá tranquilamente a su rancho y dejará gobernar en paz a quien lo suceda —de oposición o de Morena—, la marcha de ayer obliga una seria introspección. Si son todos acarreados, no volverán a salir. Si una parte asistió voluntariamente y sin la ayuda del aparato estatal —la hipótesis correcta, en mi opinión—, saldrán de nuevo. Contra quien sea.

 

Jorge G. Castañeda
Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia y Sólo así: por una agenda ciudadana independiente

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