Sabemos que la agenda de cambios estructurales de AMLO es bastante ambiciosa en lo que respecta a recorte de gastos y ahorros en el sector público. La visión del nuevo presidente, es justamente lograr que parte importante del presupuesto se cubra con recortes y ahorros en partidas específicas en lugar de provenir de deuda nueva.

Esta visión es acertada, pues de hecho casi un 60% del presupuesto en la administración pasada se tiraba en gasto corriente; en sueldos y prestaciones de una burocracia excesiva y en ampliación constante que no se reflejaba en productividad, crecimiento ni reducción de la pobreza.

No obstante, esta estrategia no es suficiente para impulsar a México si el país pierde por otro lado un elemento fundamental: Confianza empresarial y financiera de los mercados.

Cuando un país se percibe como “poco confiable para invertir”, las consecuencias son reducciones de proyectos, salida de capitales y caída en la inversión.

La política económica de AMLO, ha sido fundamentalmente restrictiva en su inicio de gobierno. Con medidas fiscales que reducen liquidez (compensación universal), altas tasas de interés, y cancelación de proyectos productivos (NAIM), se ha mantenido una visión de cautela en inversión y reducción en el consumo. Se impulsan por otro lado proyectos no productivos que se prevé pierdan dinero y aumenten la deuda pública, como lo son el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas.

Este sistema de pérdida de confianza, altas tasas de interés e inversión no productiva, pega al sistema financiero de la siguiente manera:

  • La actividad económica disminuye; los impuestos recaudados también: Los ingresos programados son 5.2% menores a lo programado, y 7.5% menores a los de 2018. En temas de IVA, al existir un menor consumo, se cuenta con una recaudación 12.3% más baja que el año inmediato anterior.
  • Incertidumbre sube tasas; pagamos más intereses: Pagamos 14% más de intereses que el año pasado. Esto ocasiona que se lastime el presupuesto programado, lo que hace que la deuda pública haya subido un 3.8% en lugar de bajar como estaba previsto.
  • La economía se desacelera: El balance sufrió una sensible baja de 58.4% con respecto al año pasado (postura fiscal de ingresos menos gasto, sin incluir el costo financiero de la deuda pública). Así, hay menos dinero en arcas, mientras que la proyección de crecimiento este año sigue bajando según consenso de analistas y banqueros a rangos del 1.5-1.9%

Estos hechos de pérdida de ingreso fiscal, mayor costo financiero, y menor crecimiento económico, desafortunadamente neutralizan los efectos del ahorro en sueldos y gastos, pues de hecho el país, en números globales, sale debiendo más dinero.

La lección de estas cifras es la siguiente: La estrategia de ahorro y eficiencia en gasto debe de ir aparejada con un proyecto nacional de políticas públicas que alienten la inversión y generen confianza en los mercados al impulsar proyectos productivos. Si no se alinea la política con la economía financiera, nos mantendremos en una inercia de “avanzar un paso, para luego retroceder dos”.

 

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