Salvo por el caso Cienfuegos y las declaraciones recientes del exembajador de Estados Unidos en México, el tema del tráfico de drogas entre México y nuestro vecino del norte no ha ocupado las primeras planas de los periódicos, ni la atención de ambos gobiernos. La migración, la puesta en práctica de —y las violaciones mexicanas a— el T-MEC parecen dominar la agenda. Eso puede estar cambiando.

La semana pasada vino a México una delegación de nivel medio de funcionarios de seguridad de Estados Unidos para tratar explícitamente esos temas. Visitaron la Secretaría de Relaciones Exteriores encargados del Consejo de Seguridad Nacional, de la DEA, de Homeland Security y del Departamento de Estado. Gracias a la acostumbrada perseverancia, sagacidad y perspicacia de los medios mexicanos, no sabemos gran cosa de qué hablaron los de Washington con sus contrapartes militares y de seguridad mexicanos, pero un medio extranjero nos da tal vez algunas luces.

The Economist publica este fin de semana un largo artículo sobre la nueva crisis de los opioides en Estados Unidos. Empieza por las cifras. Durante los doce meses que concluyeron el 1 de octubre de 2020, fallecieron más de 90 000 personas de sobredosis de opioides en Estados Unidos, 30 % más que el año anterior, y una cifra superior al número de víctimas mortales de accidentes automovilísticos y de ejecuciones con armas de fuego. Esto después de una caída (en 2018, a 65 000 decesos) frente a los años pico anteriores (2017, a 70 000). De esos muertos, casi 60 % fueron por sobredosis de fentanilo o de otros opioides sintéticos (a diferencia de la heroína, una de las principales causas de deceso hace cinco años). El incremento fue de 57 % en un año.

Ahora bien, esta sustancia, de enorme potencia aun en microdosis, que comenzó a llegar a tierras norteamericanas, y a ser consumida sobre todo por varones blancos y mayores del noreste de Estados Unidos, provenía de China. Era fácil de enviar por FedEx o DHL, incluso con cierta legalidad, ya que los ingredientes químicos que componen el fentanilo podían ser reclasificados por las autoridades chinas cada vez que los estadunidenses presionaban para prohibir determinados productos. Pero ya en el último año del gobierno de Trump, Beijing decidió cerrar por lo menos un frente con Washington y aceptó prohibir todos los envíos de fentanilo a Estados Unidos. Según un subjefe de operaciones de la DEA citado por The Economist, los embarques “prácticamente cesaron”.

Ilustración: Patricio Betteo

Los productores chinos vieron el mapa y concluyeron lo mismo que millones de migrantes, contrabandistas y narcotraficantes desde hace más de un siglo. Había que mandar el fentanilo o los químicos para fabricarlo… en México, para desde allí despacharlo a Estados Unidos, utilizando, de ser posible, las mismas rutas, los mismos cárteles, las mismas redes dentro de Estados Unidos. Entre otras rutas y plazas, obviamente, las de Sonora: de allí el estallido de la violencia en ese estado desde hace un par de años.

Si bien los decomisos mexicanos se multiplicaron por cinco entre 2019 y 2020, la cantidad de fentanilo que ingresó a la Unión Americana también creció en una proporción semejante. En México, según la revista inglesa, el fentanilo es transformado en pastillas falsificadas para que parezcan Oxycontin o hidrocodona; el consumidor las ingiere como tal, y se muere.

Gracias a estos dos cambios importantes —de opioides legales y naturales a fentanilo, y de China a México como lugar de origen— el mercado norteamericano también se transformó. De viejos pasó a ser cada vez más de jóvenes; del este, se desplazó a occidente; de blancos, a afroamericanos. La producción de las falsas pastillas de fentanilo cuesta cien veces menos que la dosis equivalente de heroína: el negocio es soñado.

Todo esto lo sabía López Obrador (en parte por eso metió a la Marina a administrar los puertos), y desde luego los norteamericanos. Pero Trump se hizo siempre de la vista gorda; a Biden le cuesta más trabajo. Y las consecuencias para México serán mayores: primero porque Washington ya no puede ignorar el tema, a pesar de la ayuda de López Obrador contra los centroamericanos. Y segundo, porque como en los ochenta con la cocaína, y en la segunda década de este siglo con la heroína, la aparición de un nuevo mercado allá, genera un nuevo impulso aquí. O por lo menos eso dice The Economist.

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