Para Peggy y Bob Boyers.

Amenudo escuchamos a los voceros oficiales afirmar que la «verdadera democracia» nació el 1 de julio de 2018. La afirmación no es sólo falsa, es injuriosa para quienes participamos en la ardua batalla democrática desde 1968 hasta las elecciones de mitad de sexenio en 1997, cuando un Instituto Federal Electoral Autónomo supervisó los comicios en los que el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y Cuauhtémoc Cárdenas ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Y es injuriosa también para los ciudadanos que votaron y participaron en cada elección, desde entonces hasta las más recientes.

Escamotear la verdad histórica es un recurso de las sociedades totalitarias. Trocar el sentido de las palabras es la fórmula orwelliana por excelencia. En Oceanía «la libertad es esclavitud», «la guerra es la paz», «la ignorancia es fuerza». Pero no se necesita vivir en una sociedad totalitaria para padecer una mentalidad totalitaria. De hecho, la izquierda latinoamericana ha ejercido por décadas esa distorsión del pensamiento.

La refutación más ingeniosa a esa mentira metódica la escuché del eminente filósofo polaco Leszek Kolakowski. Ocurrió hacia 1985, en un seminario sobre el tema de los «Intelectuales» en Skidmore College organizado por Bob y Peggy Boyers, maestros de esa universidad y editores de la revista literaria Salmagundi. Además del propio Kolakowski, aquel encuentro memorable incluyó luminarias como George Steiner, Edward Said, Conor Cruise O’Brien. No sé por qué me invitaron, pero acudí para presentar una ponencia sobre Octavio Paz y la lucha de la revista Vuelta por la democracia en México.

Al terminar mi ponencia, unos profesores latinoamericanos (de aquellos que, como decía Octavio Paz, «practicaban la guerrilla en los peligrosos cañaverales de Berkeley») adujeron que la democracia que lentamente estaba conquistando América Latina, la democracia que buscábamos en México, no era la democracia auténtica. Que la «auténtica democracia» no tenía que ver con los votos y las libertades. Que la «auténtica democracia» era «popular». En ese mismo sentido, algunos conspicuos intelectuales mexicanos sostenían que Cuba era la «auténtica democracia».

Kolakowski estaba sentado en primera fila. Movía la cabeza nerviosamente. Por un momento pensé que usaría su bastón para abalanzarse sobre mis críticos. Pero no, esperó a que terminaran su perorata. Entonces se puso de pie y les respondió, como solía a veces, con una anécdota:

Quiero referirme brevemente a este asunto de la democracia. Un amigo me contó que hace mucho, cuando estudiaba en Alemania, se dio cuenta de que en los anaqueles de las tiendas había dos tipos distintos de mantequilla. Una era mantequilla simple y la otra era «auténtica mantequilla». La gente sabía que el envase rotulado simplemente como «mantequilla» tenía mantequilla de verdad, mientras que el que decía «auténtica mantequilla» tenía mantequilla falsa, echt-butter. Recuerdo esto cada vez que oigo hablar de la «auténtica democracia» en contraposición a la «democracia», o de la «auténtica libertad» en contraposición a la «libertad». Llevamos décadas oyendo este tipo de diferenciaciones. Sabemos muy bien que eso a lo que se referían como «auténtica libertad» no era sino la ausencia de libertad, o despotismo. Esto forma parte del vocabulario que suelen usar los gobiernos marxista-leninistas y sus partidarios. «Se quejan de que no tienen libertad cuando lo que tienen es una auténtica libertad», dice el dicho. Pero a estas alturas ya deberíamos saber que la democracia no trata sobre hallar soluciones permanentes a todo tipo de problemas sociales. La democracia misma es una institución que no puede garantizar la resolución de todos los males de la sociedad.

Agradecí mucho la intervención de mi amigo Leszek.

Hoy he vuelto a pensar en él. Quienes desde hace cinco décadas luchamos por una democracia sin adjetivos sabemos que la democracia es sinónimo de libertad: libertad de elección, de pensamiento, de crítica, de expresión. Sabemos que el Instituto Nacional Electoral es la institución toral de la democracia.

Quienes creen en la «auténtica democracia» confunden la democracia con las consultas a mano alzada, acosan a la prensa libre, organizan campañas de difamación contra intelectuales independientes y se empeñan en debilitar, vulnerar y someter al INE, órgano electoral.

Nuestra democracia puede volverse «auténtica democracia». No lo permitamos.

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