El 5 de mayo de 2017, Oobah Butler dio un paso decisivo. Recibió un correo de Trip Advisor (consejero para millones de viajeros en el mundo) en el que le oficializaban que su restaurante The Shed at Dulwich quedaba formalmente registrado en una larga lista de establecimientos, justamente en el último sitio, el número 18,149, lo que por momentos lo hacía el peor restaurante de Londres.

Butler, reconocido comentócrata culinario en redes sociales, tenía ambiciosos planes que pronto y con destreza comenzó a operar. En la página web del negocio difundió imágenes de algunos platillos junto con descripciones irresistibles, algo fácil de hacer para alguien que cotidianamente escribía sobre esos temas. Luego pidió a colegas que le apoyaran con críticas sobre su restaurante, que por cierto presumía recibir comensales únicamente con previa cita. Crear un sentido de escasez fue decisivo. Su lugar dentro de la clasificación Trip Advisor comenzó a subir y al poco tiempo empezó a recibir llamadas telefónicas solicitando el milagro de una mesa. La dificultad para comer en The Shed le produjo un aura de irresistibilidad. Pronto las reservaciones no eran para ese mismo día, había quien quería asistir con cuatro meses de anticipación. Tampoco había lugar. Para entonces estaba en el sitio 1,456 de la lista.

Proveedores de la industria restaurantera comenzaron a enviarle muestras y obsequios para que los usara en su cocina. Recibió múltiples solicitudes de empleo. A meses de su apertura ocupaba ya el sitio 30 de la clasificación. Gente que visitaba Londres tenía en su lista de deseos comer en The Shed. En diciembre, Butler llegó a la meta, The Shed era el número uno de la lista, el mejor restaurante de Londres según Trip Advisor.

Pero había un pequeño detalle, el restaurante número uno de Londres no existía.

Butler se propuso engañar al sistema, demostrar cuán falsa puede ser la información que damos como verdadera. Inició su plan cuando recibía pagos por escribir bien de restaurantes donde nunca había comido. Las fotos que usó para promocionar The Shed eran simulaciones de alimentos, en realidad se había valido de crema de rasurar y otros insumos incomibles, en el colmo del descaro parte de la imagen de un platillo era en realidad su pie descalzo. Nada de eso importó, la gente siguió las recomendaciones falsas de los amigos de Butler y ansiaba la suerte de tener una mesa en el sitio donde todos querían estar.

El restaurante que nunca existió demuestra un hecho inquietante de la naturaleza humana: somos demasiado crédulos y podemos equivocarnos masivamente. En la era de la postverdad esto puede ser fatal, tanto que no sería descabellado que en las escuelas se enseñe una inédita materia: Incredulidad, análisis de la realidad. Esto podría ser un buen contrapeso en sociedades, como la mexicana, acondicionadas a creer en dogmas de fe y mesías salvadores. El sentimiento de defraudación que provocó The Shed at Dulwich fue del tamaño de las expectativas que generó.

Actualmente existen incontables personalidades llamadas en el argot «bloggers», «influencers», que a través de sus publicaciones difunden información a millones de personas, actividad bastante lucrativa. Hay jóvenes que ganan más dinero que sus padres. Las redes sociales han resultado un territorio no sólo para crear nuevos millonarios, también para formar nuevas marcas que hoy no necesitan un sofisticado equipo de marketing. ¿Cuánto de lo que publican es verdadero?

Para mi amigo y colega Luis «Lagos», el algoritmo es la robótica materializada. El ataque de ciborgs y robots idealizado en la ciencia ficción en realidad está tomando forma a través de la instrucción matemática que nos provee de información y nos forja una realidad en la que decidimos creer. Con tino cita a Amber Case: la revolución de los robots ya ha ocurrido. Una revolución no violenta y poderosa que «opera desde la propia libertad del individuo».

Llevé a servicio un reloj que acumula ocho décadas de marcha. Cuando el relojero me lo entregó me dijo palabras sabias, acaso un antídoto contra la hiperrealidad y el exceso de expectativas. Palabras que los entusiastas en gobiernos milagro deberían considerar: «no le pida mucho».

No soy un algoritmo. Por supuesto, pueden no creerme.

@eduardo_caccia

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