La semana pasada, presentamos la primera parte de este artículo acerca de algunos puentes ubicados en el Bajío mexicano y algunas divertidas anécdotas que existen alrededor de ellos. He aquí la parte final.

Puente de los Lagos: retomemos la historia con la que abrimos este artículo. En 1911, en la villa de Santa María de los Lagos, una inundación provocó que uno de los arcos del puente se cayera, así que fue necesario realizar reparaciones. Otra vez los pobladores tuvieron que esperar para poder cruzar. Al final de las obras de reconstrucción iniciadas durante el gobierno de Venustiano Carranza, en 1917, fue redactado un documento en el que, además de hablar sobre los trabajos realizados, se puntualizaban recomendaciones para mantenerlo en buen estado. He aquí un fragmento:

Se debe evitar que la gente ociosa destruya las mamposterías de los parapetos o aplanados de los muros de contención, pues siendo suave la cantera es fácilmente atacable con simples clavos y aun con piedras duras. También debe evitarse que pinten letreros o los graben, pues esto origina que se desmorone la cantera al tratar de borrarlos. No debe permitirse a la gente que se bañe cerca del zampeado de piedra suelta, porque remueven la arena y le restan apoyo a las piedras que pueden ser arrastradas fácilmente por las crecientes.

Total que la gente de los Lagos necesitaba muchas recomendaciones para usar su puente correctamente. Con razón preferían no hacerlo.

Puente del Campanero: los puentes no sólo unen islas con ciudades, márgenes de un río o una localidad con otra, sino también casas y habitaciones. Tal es el caso del Puente del Campanero, en la ciudad de Guanajuato, que tuvo que ser construido, en 1844, luego de que una reestructuración urbana ocasionara que la antigua entrada al Café Santo —del que se dice es el único al que se accede por la parte de arriba de la acera de enfrente— y las casas de la calle Tecolote quedaran a un nivel demasiado alto del suelo.

Puente Cortazar: si de anécdotas hablamos, no podemos dejar de mencionar una muy buena. El 26 de agosto de 1922, el general Álvaro Obregón, entonces presidente de la República, acudió al pueblo de Cortazar, Guanajuato, para inaugurar un puente que entonces era ejemplo de progreso en México. Durante la ceremonia de inauguración, la joya de la ingeniería mexicana —uno de los primeros puentes colgantes construido con vigas y cables metálicos del país— sufrió una inclinación por el lado oriente cuando las garruchas que sostenían los cables se torcieron, ocasionando que éstos cayeran sobre los travesaños de las torres. El «Manco de Celaya» supuso que se trataba de un atentado en su contra y empezó a gritar: «¡Traición, traición!».

Puente del Llanito: ubicado en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Este modesto puentecito tiene una fuerte significación histórica: el cura Miguel Hidalgo pasaba por él para dar misa los domingos en el pueblo del Llanito y allí lo esperaban sus habitantes para escoltarlo. Se cuenta que por este camino pasaron también los mensajeros que Josefa Ortiz de Domínguez mandó para que advirtieran a los insurrectos de San Miguel el Grande y Dolores que la conjura independentista había sido descubierta.

En fin, con estas historias, graciosas y nostálgicas, los puentes seguirán siendo lugar de diálogo y encuentro, portadores de mensajes y mensajes en sí mismos. De uno y otro lado, siempre habrá algo qué llevar y qué traer, porque los caminos nunca están acabados y el hombre nunca deja de comunicarse.

 

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