Participo en tres discusiones sobre las elecciones de junio. La primera es si en las quince gubernaturas pertinentes —es decir, en los comicios para los cuales existe información previa robusta— Morena gana o pierde. En segundo lugar, si el resultado de esas elecciones se reflejará en las de la Cámara de Diputados, a través del voto dividido, o del voto uniforme. Por último, qué consecuencias arrojarán ambos resultados en el porvenir de la presidencia de López Obrador.

Ilustración: Víctor Solís

Prefiero correr el riesgo de equivocarme a no atreverme a un vaticinio. Llevo cuarenta años actuando así, y no es el momento de cambiar. En las gubernaturas, creo que la oposición (incluyendo a Movimiento Ciudadano) ganará en Baja California Sur, Campeche, Chihuahua, Michoacán, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas. Morena se llevará las demás, aunque Guerrero y Sinaloa pueden dar la sorpresa.

Deduzco estos desenlaces de encuestas locales —unas serias, otras “patito”, unas independientes, otras pagadas por los partidos, unas en vivienda y otras telefónicas— y de chismes, o el “runrún”, o de análisis de dirigentes de partidos nacionales o locales. Sobre todo, detecto, con muchos más, una tendencia desde hace semanas: Morena cae, las oposiciones suben.

En segundo término, ante quienes con inteligencia y conocimiento conceden la dirección de la tendencia anterior pero sostienen que habrá un voto dividido que favorecerá a Morena en materia de diputados federales aunque pierda las gubernaturas, creo que no será así. La gente en México puede dividir su voto en elecciones presidenciales —el mejor ejemplo es el voto de izquierda por Fox en 2000— pero no en elecciones estatales y federales. No considero lógico que los votantes de Nuevo León voten por Samuel García para gobernador, pero por Morena en diputados. De allí que es probable que Morena sólo se lleve una de las doce diputaciones federales de dicho estado, si acaso. Si los regios abandonan a Clara Luz, también lo harán con los candidatos de Morena para diputados. Es cierto que las gubernaturas se juegan en estados que sólo representan el 30 % de la población nacional, pero ese cuasi tercio es representativo.

Tercero, y lo más importante. Siguiendo una intuición de Aguilar Camín, si estos resultados se confirman, es decir, si Morena padece un mal desempeño en el Congreso, pienso que López Obrador comenzará a volverse un lame duck el lunes 7 de junio en la mañana. La expresión anglosajona, que literalmente significa “pato cojo” (o sea, todo jodido), en política es el equivalente de un presidente que ya va de salida, en un país donde en principio no hay reelección. Por tres razones.

Primero, porque la sucesión en México siempre arranca después de las elecciones de medio período, tanto en tiempos de democracia como de autocracia. Es cuando los candidatos en épocas modernas (Fox, Calderón, Madrazo, Peña Nieto) se lanzan al ruedo, o cuando los tapados comenzaban a ser destapados. Esto vale para López Obrador como para todos. Cada día que pase a partir de entonces será un día de mayor atención prestada a quien siga en Palacio (o en Los Pinos).

Segundo, porque los sectores timoratos de la sociedad mexicana  –es decir, casi todos– empezarán a perderle el miedo a este presidente, como a todos. No es que las peores barbaridades no se cometan en la segunda mitad del sexenio; ya lo sabemos. Pero la tonada cambia. Su capacidad de extorsión, chantaje, intimidación y represión disminuyen, o por lo menos eso cree la sociedad. Insisto: no es necesariamente cierto, pero es la “sensación térmica”, como dice Aguilar Camín.

Por último, en México, el lame duck es sinónimo de perdedor posible, si los resultados del 6 de junio así lo sugieren. Hemos descrito aquí los enredos que ya surgieron en la sucesión a partir de la tragedia del Metro. Todos sabemos que la elección de 2024 puede encerrar muchas sorpresas, desde la posposición por parte de López Obrador, hasta su apoyo a un tapado o a una tapada hoy por hoy invisible. Pero a partir del momento en que hay dudas, hay debilidad. Y si Morena puede perder en 2024 ¿para que le hago caso, o le temo, o me arrodillo ante AMLO?

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