Habían pasado 52 horas desde que llegué al hospital, era septiembre de 1986 y cursaba el quinto año de la carrera, el llamado internado de pregrado. El programa exigía turnos de 36 horas por 12 de descanso; para tener un día libre cada 15 días, tenías que trabajar más de 48 horas seguidas, entrabas el jueves a las 7 de la mañana y salías el sábado después de entregar la guardia, lo cual era habitualmente a las 10 de la mañana. La siguiente semana llegabas el sábado y salías el lunes en la tarde, más de 56 horas seguidas sin parar. En esas largas jornadas buscabas espacios para poder dormir algunas horas, a veces se podía, otras no.

Luego venía la residencia, ya estabas graduado como médico, pero para lograr una especialidad volvías a entrar en un sistema de guardias donde lo habitual era tener turnos de 36 horas seguidas de trabajo cada 3 días. Había semanas que trabajabas 104 horas. El desgate físico y emocional eran brutales. Había días que salías como robot y no recordabas cómo habías llegado a casa. La posibilidad de tener vida social era mínima y durante este periodo ocurrían divorcios, depresión, ansiedad y sobre todo un desgaste continuo en tu persona.

Lo más grave era la atención al enfermo. Podía suceder que te tocara revisar a alguien en urgencias cuando solo llevabas 6 horas de trabajo, pero también podía ocurrir que lo mismo pasara cuando llevabas 32, entonces era difícil mantener toda la atención y la concentración para no equivocarte; los errores pueden costar vidas. Así ocurrió en 1984 en el estado de Nueva York, donde un medicamento mal indicado le causó la muerte a una mujer de 18 años, Libby Zion. El padre de esta paciente demandó al sistema de salud y desde 1986 en el estado de Nueva York se prohibieron los turnos que llevaran a más de 80 horas de trabajo, lo que se conoce como la ley Libby Zion. Esta regulación se hizo nacional hasta 2003 en EU y muchos países, incluyendo México, han disminuido la carga laboral; sin embargo, ésta sigue siendo extenuante, por el tiempo y la presión que lleva el atender pacientes graves para quienes las decisiones pueden costar la vida.

Cuando llegó la pandemia por Covid-19 a nuestro país, la práctica de la medicina cambió: los pacientes no podían ser vistos en consulta por el riesgo de contagios a otros enfermos, las consultas intra y extra hospitalarias se volvieron virtuales, lo que disminuía el contacto del médico con el paciente y con la familia, lo cual muchas veces no se entendía y volvía más difícil la comunicación. Fue irse adaptando a esta nueva forma de ejercer la medicina a través de médicos que realizaban difíciles jornadas de trabajo dentro de las unidades Covid, con el temor también a contagiarse, ellos eran tus interlocutores.

Luego vinieron la cuarta y esta reciente quinta ola, el número de celular dejó de ser privado, los pacientes lo comparten, te hablan a todas horas, a veces inclusive en la madrugada, no porque estén graves sino porque están de viaje y no toman en cuenta la diferencia de horario. Cientos, a veces miles de mensajes en un día, algunos de ellos para aclarar dudas absurdas a estas alturas de la pandemia: ¿mi perro puede contagiar?, ¿cuántas veces me tengo que lavar las manos?, ¿qué variante tengo?; otras veces solicitando resolver problemas inverosímiles: mi hijo no quiere quedarse aislado, ¿le puede hablar para convencerlo?; ¿me das permiso de ir a una boda, voy en mi día 3 pero me siento perfecta; estoy infectado pero quiero irme de viaje, ¿cuántos cubrebocas tengo que usar o le puedes explicar a mi esposo por qué es persona vulnerable?

Pero dentro de estos miles de mensajes, una misma persona a veces te hace 15 preguntas, al fin está aislada y no tiene otra cosa que hacer; hay algunos que son emergencias, alguien tiene un familiar grave, o se está deteriorando y depende de tu respuesta para tomar la decisión correcta.

Cuando me dicen que ya están cansados de vivir en pandemia, pienso si de verdad creen que nosotros estamos felices de seguir en ella. Nosotros también estamos desgastados.

El autor es Médico Internista e Infectólogo de México.

@DrPacoMoreno1

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