Publiqué el «Decálogo del populismo» en este mismo espacio en octubre de 2005. Compruebo, con dolor, su pertinencia actual. He marcado en cursivas el texto original y en redondas el comentario respectivo. Es obvio que para cada afirmación podrían aportarse innumerables ejemplos. Dejo esa ingrata tarea a los futuros historiadores.

1) El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. En 1928, Calles anunció el fin de los caudillos y el principio de las instituciones. Desde 2018, el gobierno preside la vuelta del caudillo y el acoso a las instituciones. No se concibe a sí mismo como un nuevo gobierno, ni siquiera como un nuevo régimen, sino como una nueva era redentora.

2) El populista no solo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, «alumbra el camino», y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Ningún presidente mexicano, ni siquiera Echeverría, predicó diariamente.

3) El populismo fabrica la verdad. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. El actual gobierno no solo decreta la verdad única: naturaliza, entroniza y legitima la mentira. Se han contabilizado hasta 66,868 afirmaciones no verdaderas en «La Mañanera» (dato del 1 de diciembre de 2021). En un país donde el periodismo se ha vuelto un trabajo de altísimo riesgo, el poder ataca a los periodistas desde su podio, por nombre y apellido. No sería raro que alguien interpretara ese estigma como una orden para matar.

4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse. Economistas serios, mexicanos y extranjeros, han mostrado que la actual gestión energética, para hablar de un solo rubro, ha representado un quebranto gigantesco a la economía nacional. Si se aprueba la contrarreforma propuesta, el daño será inmenso, inmediato e irreparable.

5) El populista reparte directamente la riqueza. Lo cual no es criticable (sobre todo en países pobres…), pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia. El reparto en efectivo debe permanecer, pero en el futuro debe ser universal y sin ataduras políticas. Y su instrumentación no debe darse -como ha ocurrido- a costa del presupuesto (y la existencia misma) de instituciones fundamentales de salud, seguridad, prevención de desastres naturales, educación, etc.

6) El populista alienta el odio de clases. El gobierno acosa por sistema a la clase media: sus instituciones educativas, sus causas más nobles (el feminismo, la ecología, la cultura), sus aspiraciones.

7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas. Aun con el COVID, y con alto riesgo para la salud pública, ha habido concentraciones públicas. En los tiempos actuales las pasiones se atizan en plazas virtuales: las redes sociales.

8) El populismo fustiga por sistema al «enemigo exterior». Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera. Ha habido numerosos ataques a España, desplantes contra Biden (nunca contra Trump), descalificaciones a la OEA y pleitos absurdos con Panamá.

9) El populismo desprecia el orden legal. Ha habido el intento de subordinar al Poder Judicial. Su independencia sigue en riesgo.

10) El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El Ejecutivo busca diaria y activamente minar, desprestigiar y doblegar al Instituto Nacional Electoral. No solo su autonomía, su existencia corre peligro.

Queda un largo trecho por recorrer en este sexenio. Pero a estas alturas ya podemos afirmar, con desolada certeza: decálogo cumplido.

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