Cuánto cambian las cosas en cuestión de tiempo, y no siempre para bien. De la alegría social desbordada y esperanzadora se puede pasar a la rabia e indignación que termina en represión. El lunes, en La Hora de Opinar, mencionaba dos escenas que contrastan la situación contradictoria de una misma realidad: la de Estados Unidos. Ambas ocurrieron en el mismo lugar.

En la primera escena tuve el privilegio de estar presente. Era cuatro de noviembre de 2008. Transmitíamos un programa especial de televisión desde la terraza del espectacular Hotel Hay-Adams frente a la Casa Blanca. Los celulares comenzaron a sonar. En la Ciudad de México, se había caído el avión donde viajaba el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, el hombre más cercano al presidente Calderón.

La cobertura noticiosa en Estados Unidos pasó a un segundo plano en México. Joaquín López-Dóriga se levantó de la mesa para irse a preparar el noticiero de la noche. Los demás, con sentimientos ambiguos, atónitos por el accidente aéreo y a la vez emocionados por estar en el lugar de la historia, continuamos con el seguimiento de la elección estadunidense.

Eran las once de la noche en Washington DC. Las casillas acababan de cerrar en California. Las cadenas televisivas comenzaron a repetir la noticia histórica. “En este momento estamos proyectando que Barack Obama será el próximo presidente de los Estados Unidos de América”.

En la capital estadunidense, los coches que iban circulando tocaban sus cláxones. Desde la terraza del Hay-Adams observamos cómo la gente se concentraba frente al 1600 de la avenida Pennsylvania, en el bonito parque de la Plaza Lafayette. Ríos de personas llegaban voluntariamente. Iban felices. En su mayoría jóvenes de todas las razas: blancos, negros y amarillos. Anglos e hispanos.

Leonardo Kourchenko y yo bajamos a la manifestación. Un muchacho de pelo rizado sacó un megáfono y gritó: “Sí se pudo”. La gente lo seguía en su estribillo.

Una pareja llegó a la manifestación en bata. Ni siquiera habían tenido tiempo de vestirse. Escucharon que ganó Obama y salieron corriendo hacia la Casa Blanca. Por doquier, la gente se tomaba fotos con sus celulares. Sonreían, se abrazaban. Gritaban como si su equipo hubiera ganado el Súper Tazón. “Give me five, brother”, invitaban con sus manos. La euforia era pegajosa. La victoria de Obama como catarsis colectiva.

A las dos de la mañana, Akindele Akinseye, estadunidense de padres nigerianos, estaba radiante. “Es una nueva era. Necesitamos un cambio. Obama es el que va a unir a este país. Con McCain sólo veías caras blancas. Obama es de todos. Y todos pueden unirse”.

La segunda escena la seguí por la televisión. Tras el asesinato de un afroamericano, George Floyd, en Minneapolis, por parte de tres policías que lo sometieron y asfixiaron durante más de ocho minutos, muchos estadunidenses salieron a manifestarse. De nuevo, el racismo estructural de Estados Unidos que, por desgracia, no terminó durante la presidencia de Obama. De hecho, a éste lo sucedió un político abiertamente racista: Donald Trump.

El domingo 31 de mayo de 2020 hubo una manifestación en la Plaza Lafayette donde ocurrieron actos vandálicos en la Iglesia Episcopal de St. John, en contra esquina del Hotel Hay-Adams, donde, en 2008, transmitimos el programa especial cuando Obama ganó las elecciones. Al día siguiente, lunes primero de junio, hubo otra protesta que se estaba desarrollando de manera pacífica. De pronto, las fuerzas policiacas y de la Guardia Nacional aventaron gas lacrimógeno a los manifestantes y los empujaron para que dejaran la plaza.

Ya la policía y los militares en control de la zona, de la Casa Blanca salió Trump y una nube de reporteros. Lentamente, el Presidente cruzó la Plaza Lafayette para llegar a una tapiada Iglesia de St. John. Con una biblia en la mano, se tomó una foto y declaró: “Tenemos el país más grande del mundo. Mantengámoslo agradable y seguro”. Luego regresó, a paso lento, a la sede del Poder Ejecutivo federal. Un show para demostrar mano dura y ganarse el voto de los wasp (blancos, anglosajones y protestantes).

El mismo lugar con una diferencia de cuatro mil 227 días. De la alegría social esperanzadora a la indignación social reprimida. De la victoria electoral de un brillante político negro al revanchismo reaccionario de un racista presidente blanco. Estados Unidos de 2008 y Estados Unidos de 2020. Dos momentos contrastantes de una misma realidad.

 

Twitter: @leozuckermann

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