Alguien no está haciendo bien su trabajo. La Policía Federal, en lugar de estar combatiendo la criminalidad, está protestando, nada menos que en un sitio que está bajo su resguardo: el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM). No es la primera vez. Ya había ocurrido, durante este sexenio, tanto en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México como en otras vías de comunicación primarias (el Periférico capitalino, por ejemplo).

Los policías federales ya se quejaron por la falta de información y el mal trato en su integración a la nueva Guardia Nacional.

Ayer, de acuerdo con la prensa, la protesta fue por la falta de pago de diez mil elementos y el presunto cobro de millones de pesos por daños a sus armamentos.

El asunto no puede menospreciarse. México está viviendo su peor crisis de inseguridad en la historia moderna. Los recursos del gobierno no son escasos, son escasísimos. Tenemos pocos policías, soldados y marinos y muchos de ellos –26 mil, según los medios, que representan alrededor del cincuenta por ciento de los miembros de la recién creada Guardia Nacional– andan cuidando las fronteras norte y sur para evitar que los migrantes centroamericanos se crucen, por México, rumbo a Estados Unidos. Es decir, andan haciendo el trabajo sucio a los estadunidenses porque, de lo contrario, nos impondrán, según el presidente Trump, aranceles a nuestras exportaciones. Bueno, pues ahora a esa gran cantidad de policías que andan en deberes ajenos a la seguridad pública del país, súmense los que andan protestando en las calles. Así nunca vamos a poder resolver la inseguridad pública, el principal problema que tiene este país.

En la retórica y en los hechos, este gobierno ha agraviado a la Policía Federal que, a pesar de sus múltiples problemas, era la mejor corporación policiaca de todo México. Los han desdeñado y, con razón, se sienten discriminados frente a los militares quienes son los que tienen el liderazgo en la conformación de la Guardia Nacional.

Cuando la Policía Federal Preventiva se convirtió en Policía Federal durante el sexenio de Calderón, a los reclutas les prometieron una carrera policiaca atractiva con incentivos para que se quedaran en la corporación y se retiraran ahí. Buenos sueldos y prestaciones, capacitaciones permanentes, uniformes dignos, armas poderosas, seguros médicos y de vida, becas para sus hijos y pensiones decentes. Muchos se lo creyeron y se unieron a la corporación. Hoy, sin embargo, el Estado mexicano les cambió la jugada y eso a nadie le gusta.

El gobierno, desde luego, tiene derecho a reformar el sistema. Pero lo tiene que hacer cuidando mucho la transición de los policías federales a la Guardia Nacional. Es evidente que no lo están haciendo. Tan evidente, que muchos de ellos están en la calle protestando. No sólo eso. Por increíble que parezca, ayer se enfrentaron abiertamente con miembros de la policía capitalina a quienes lanzaron gases lacrimógenos en la refriega por recuperar los accesos de la Terminal Uno del AICM.

Ayer, de milagro, llegué a tomar mi vuelo en esta terminal (gracias a una aplicación de tráfico vial que me metió por pequeñas calles aledañas).

Entrando a la terminal, un canadiense se me acercó para preguntarme qué pasaba en la calle. ¿Por qué había tantos policías? ¿Había ocurrido algo? ¿Se tenía que preocupar? Traté de explicarle lo inexplicable. Pronto me di cuenta que me tomaría mucho tiempo decirle la verdad y podía perder mi vuelo. Sólo le dije que no se preocupara, que todo estaba bien.

Me fui pensando.

No, el canadiense efectivamente no tenía de qué preocuparse. El que tenía que hacerlo era yo, el mexicano. Porque en mi país la policía está inconforme con su patrón, el gobierno, en uno de los peores momentos de inseguridad de la historia. Y, en lugar de estar resguardándonos, se están agarrando a golpes con otros policías y lanzándoles gases lacrimógenos. Los criminales han de estar muriéndose de la risa.

No deberíamos sorprendernos de que estemos tan mal en el tema de la violencia. Lo que debería sorprendernos es que, con estas situaciones, propias de una república bananera, no estemos peor.

                Twitter: @leozuckermann

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