Parecería que lo más difícil de esta tragedia ha quedado atrás. Los peores días, esos de diciembre del 2020, enero y febrero del 2021, cuando circulaban en el mundo las variantes alfa, beta y gamma; cuando no había vacunas o apenas empezaban a aplicarse y cuando el invierno afectaba el hemisferio norte, vivimos el peor momento de la pandemia; tan solo el 21 de enero del 2021 se reportaron 16,878 fallecimientos a nivel mundial, una muerte cada 5 segundos. Desde el 15 de marzo de este año, no hemos tenido días con más de 1,000 muertes en el mundo.

Al igual que sucede con un huracán, un tsunami o un tornado, después de la tempestad parecería llegar la calma, pero en realidad encontramos el daño que la tragedia dejó a su paso. En el caso de la pandemia una grave consecuencia es el «Covid largo» o secuela del post-Covid agudo. Este trastorno ocurre en aproximadamente 10% de la personas que sufren la infección. Si asumimos solo los casos oficiales en el mundo, 684 millones para el 26 de marzo del 2023 (mucho menores a los reales), el 10% equivaldría a 68 millones con esta nueva enfermedad, todo un reto para la salud pública.

En el caso de México, alrededor de 100 millones han sufrido la enfermedad, lo que llevaría a asumir que existen unos 10 millones de mexicanos con Covid largo. Para entender la dimensión del problema, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, en 2018 había 8,542,000 diabéticos en nuestro país. Sin duda, Covid largo será uno de los mayores retos de salud en los próximos años y ya deberíamos de tener un plan en marcha para atender a estos pacientes.

Lo primero que se requiere es reconocer el problema, investigar cuáles son las cifras reales de nuestro país, establecer modelos de atención para las diferentes presentaciones de este síndrome en donde se han descrito más de 200 síntomas.

Se deben de crear protocolos de atención y entrenar a médicos generales, familiares e internistas sobre cómo estudiar, diagnosticar y llevar a cabo protocolos con los tratamientos que demuestren los mayores beneficios. De otra forma, los pacientes buscarán ayuda desesperadamente lo que es aprovechado por charlatanes y oportunistas para aplicarles tratamientos costosos, sin sustento científico y, lo peor, medicamentos que pueden producir más daño que beneficio.

Empecemos por dividir las secuelas de Covid largo en aquellas ocasionadas por formas graves de la enfermedad aguda, donde el daño cardiaco y pulmonar puede poner en riesgo la vida. Identificar las asociadas a problemas neuropsiquiátricos, ya que la salud mental requiere de atención rápida y oportuna. También están aquellas que afectan la calidad de vida, como la fatiga, dolores musculares, dolor de cabeza crónico. Se ha demostrado que esta enfermedad tiende a exacerbar problemas médicos preexistentes, por lo que habrá que investigar su impacto en una población con alta prevalencia de diabetes y obesidad.

El costo de estudios innecesarios, errores por diagnósticos equivocados, el daño por tratamientos inadecuados se multiplicarán de no establecer protocolos que incluyan estudios correctos, estratificación de prioridades, regulación de tratamientos que no dañen y con sustento científico e investigar los mecanismos por los que la enfermedad se manifiesta. Todo esto debería de estarse discutiendo ya, así como la conformación de clínicas para atender este serio problema.

El tsunami ha dejado más de 750,000 fallecidos, ha devastado el sistema de salud, y si cerramos los ojos ante los escombros y las secuelas de la tragedia, si asumimos que ya todo pasó y no vemos el daño latente, seguiremos cometiendo los errores que nos hicieron uno de los países más afectados por la pandemia. Como sociedad no podemos ser apáticos e indiferentes. Empecemos por escuchar a los que padecen este problema. No hay nada peor para una persona enferma que sentirse ignorada e incomprendida. Busquemos formas de reconstruir lo que la pandemia ha destruido y la autoridad ha dejado en el olvido.

El autor es Médico Internista e Infectólogo de México.

@DrPacoMoreno1

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