La derecha mexicana endereza parte de su ataque al gobierno acusándolo de que culpa al pasado para justificar su falta de eficacia. Pero cómo dice Joan del Alcázar: esos ataques se lanzan si se hace una cosa o si no se hace, la cosa es atacar; aunque en el ataque no contradicen el dicho presidencial que atestigua sobre las condiciones en que dejaron el país. Cierto es que esa derecha es cómplice de la situación ruinosa en que estamos.
La condición del país se construyó durante el período neoliberal que se basó en dos factores: una tendencia a la privatización de todo lo posible, lo que concentró la riqueza de forma escandalosa y amplió la pobreza de forma inmoral, afectando de paso al mercado porque excluyó del mismo a millones de personas, pero para eso inventó programas contra la pobreza sobre los que medraron; una segunda tendencia es el atraco porque los políticos vieron a los países como botín. En el caso mexicano, esto se agravó por la alternancia política que le demostró a los políticos que tal vez no habría carreras políticas de largo plazo, así que aprovecharon para en solamente unos cuantos años quedar perfectamente cubiertos. Hay jóvenes que en una docena de años acumularon dinero para no tener que trabajar más.
Estos políticos entendieron que si se asociaban con la oligarquía que protegían, accederían a las mieles de los grandes negocios que se producían. Un funcionario involucrado en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá y en la reforma energética, me dijo que México era una plaza de muchas oportunidades económicas en el sector energía, mientras me presumía que representaba a la empresa española Iberdrola en México. Como él hay varios ex funcionarios que trabajan para las empresas que beneficiaron, como hizo Ernesto Zedillo recién salido de la presidencia.
Así el gobierno volteaba la mirada mientras el dinero producto del saqueo abandonaba el país, mientras permitían la entrada de dinero sucio disfrazado de remesas internacionales para estabilizar las variables macroeconómicas que mucho les preocupan.
De esta manera, mientras México crecía a un mediocre e insuficiente 2%, el capital mexicano fluía en un río enorme hacia el exterior, los hampones ponían a salvo el producto de la rapiña que acometían, no es de extrañar encontrar en la lista de los depositantes en los papeles de Panamá a empresarios cuya fortuna había crecido alrededor del soborno y de políticos que habían tomado muchos de esos sobornos.
Frente a la corrupción del siglo XX, en el XXI se perfiló un modelo de atraco muy bien montado. Los diputados exigían moches para justificar la entrega de dinero en los municipios y las comisiones de los sobornos se elevaron hasta un 30% o más. Un diputado en el pleno de la cámara de diputados llamó a que “regrese Raúl Salinas” el epítome de la corrupción, “porque el pedía el 10% y ahora piden el 30%”. La denuncia fue tomada como si fuera broma.
Se pusieron de moda las empresas fantasmas y las facturas falsas donde el principal cliente era el gobierno, por eso Hacienda denunciaba el tema pero no las tocaba.
Y ahora que estamos bajo la pandemia, resulta que el gobierno de Peña Nieto generalizó el saqueo en el sector salud, dejó hospitales sin terminar, hospitales sin equipar y se robaron el dinero que debió haber dejado respiradores e insumos médicos.
El gobierno de AMLO se encontró el desperfecto, y tuvo que enfrentar un escándalo por la escasez de medicina alimentado por los mismos que habían comerciado con medicamentos con márgenes de ganancia especuladores, hasta que se le atravesó el covid 19 y estalló un cuadro que para ser sostenible demanda sacrificios.
En las tragedias y desgracias surgen los vivales que se aprovechan; se venden insumos a precios exageradamente altos, hay defraudadores que cobran y no entregan equipos y otros que usan sus conexiones políticas para beneficiarse de la especulación; y como dice el gobernador de Nueva York, se aprovechan de la competencia disparada por la desgracia.
El pasado cuenta y cuenta mucho. Crea condiciones que determinan el presente y el futuro. Muchas veces los gobiernos se encargan de paliar efectos perniciosos creando inestabilidades a futuro y muchos cínicos, repiten fuera de lugar la sentencia keynesiana: a futuro todos estaremos muertos; el problema cuando la ambición desmedida se apodera de espacios tan importantes como la salud, es que la muerte no nos alcance antes de tiempo.