Axioma que, de tanto ser utilizado por las mujeres despechadas, ya se ha convertido en frase cliché. Sin embargo, a la hora de analizar, superficial y profundamente, a aquellos especímenes pertenecientes al género masculino, es muy fácil darse cuenta de que, sin importar la sociedad ni la generación a la que han pertenecido, pertenecen y pertenecerán, resulta sumamente aventurado e irresponsable clasificarlos a todos como ejemplares fabricados en serie y unidimensionales.
Pero lo cierto es que cuando una mujer llega a la conclusión de que todos los hombres son iguales, lo que bien vale la pena analizar es por qué ésta mujer abraza tal aseveración con semejante contundencia.
¿Todos los hombres mienten? Falso. Hombres y mujeres por igual mentimos, algun@s más que otr@s, pero también hay honrosas y valiosas excepciones. ¿Todos los hombres son infieles? Falso también. La infidelidad no es endémica de los varones. Damas y caballeros somos proclives a ponerle los cuernos a nuestra pareja en un porcentaje muy similar. ¿Todos los hombres nos rompen el corazón a las mujeres? Falso nuevamente. En las relaciones de pareja, dadas las circunstancias, ellos y ellas tienden a pensar, decir y hacer cosas que pueden lastimar irremediable e irreversiblemente a sus novi@s y a sus espos@s detonando así rupturas y divorcios…
Lo interesante de esta creencia totalitarista acuñada por el sexo femenino evidentemente habla de la personalidad y el carácter de aquellas mujeres que una y otra vez acaban acusando a su contraparte emocional por aquellos patrones erróneos en los que caen frecuentemente y que única y exclusivamente son responsabilidad de ellas. Porque un hombre golpeador, dos hombres golpeadores, tres hombres golpeadores, cuatro hombres golpeadores, apareciendo sucesivamente en la vida de una mujer nos lleva indefectiblemente a cuestionar cómo es posible que alguien permita no a una, ni a dos, ni a tres, sino a cuatro personas que tuvieron como común denominador la violencia hacia esa mujer que les abrió las puertas de su vida una, dos, tres y hasta cuatro veces para ser agredida, violentada y humillada.
Y lo mismo pasa con los hombres celosos, los infieles, los mentirosos, los chantajistas, los controladores, los vividores y tantas y tantas subespecies más. Cuando una mujer registra, admite y permite la presencia de personalidades con estos perfiles tóxicos es porque definitivamente los que están fallando no son estos individuos, sino la mujer que les permite entrar a su vida y cuando esto ocurre así es porque definitivamente esta repetición de patrones se remonta a la infancia de la afectada, con un seno familiar adulterado por comportamientos sociales y afectivos que en definitiva acabaron por perjudicar su crecimiento y su desarrollo personal y emocional.
Pero, mucho ojo, esta reincidencia de cometer el mismo error de relacionarse con hombres de perfil similar o idéntico no tiene que ser aceptada con resignación. Porque en la medida en la que podamos hacer acopio de dignidad, inteligencia y sensibilidad, nos será posible sacudirnos la presencia de sujetos perjudiciales en nuestras vidas. Y esto aplica tanto para los hombres como para las mujeres.
Y sí, efectivamente, al final del día somos nosotros quienes le dictamos a los demás cómo queremos que nos traten, cómo deseamos que nos quieran, cómo anhelamos que nos amen. Pero todo parte de un principio elemental: querernos a nosotros mismos antes de pretender que alguien más nos quiera.