La izquierda mexicana, dentro y fuera del PRI, solía ser muy crítica del imperialismo estadunidense. “Yanqui”, le llamaban, para hacerle eco a su admirado Fidel Castro. Estaban convencidos de que Estados Unidos era uno de los enemigos históricos de México. Las dolencias de nuestro país se debían, fundamentalmente, a los oscuros intereses de Washington. Hoy, la gran mayoría de ellos está muy callada. Han optado por guardar silencio en una de las coyunturas más críticas de la relación de México con Estados Unidos. ¿Dónde quedaron los críticos del imperialismo yanqui? ¿Por qué no dicen nada del más reciente abuso de Trump?
La respuesta es obvia. Muchos están en el gobierno de López Obrador o lo apoyan. Entre defender sus pasiones o intereses, han elegido lo segundo. Creen —quizá con razón— que, si critican el acuerdo entre México y Estados Unidos, no le va a gustar al gran líder. Demuestran, así, que son más apparátchik que gente con convicciones auténticas. Mejor cuidar el hueso que bramar en contra de los “pinches gringos”.
El asunto me recuerda a muchos comunistas europeos antes del 23 de agosto de 1939. Veían al régimen de Hitler como uno de los grandes enemigos. Advertían de los peligros del imperialismo alemán. Lo creían a pie juntillas. Ese día, sin embargo, los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y de la URSS, Von Ribbentrop y Molotov, firmaron un tratado de no agresión militar. De pronto, Stalin llegaba a un acuerdo con Hitler.
¿Cómo era posible? ¿No que el nazismo era uno de los enemigos históricos del comunismo? Pues no. Ahora, desde Moscú, se decretaba la buena voluntad entre los dos regímenes.
¿Cómo lo procesaron aquellos que 24 horas antes echaban espuma en contra de los nazis? Muchos optaron por el silencio. Otros, rápidamente, apoyaron el pacto. Lo racionalizaron bajo el argumento de que el gran líder, Stalin, nunca se equivocaba. Algo sabría él que ellos desconocían. Mejor seguir la nueva línea del partido. Para eso eran buenos comunistas, gente del aparato, apparátchik.
Cuando Alemania invadió la Unión Soviética, en 1941, rápidamente se olvidaron del Pacto Ribbentrop-Molotov, nunca lo criticaron y, disciplinadamente, pasaron a atacar, de nuevo, al régimen nazi. Eran marxistas. No de Karl, sino de Groucho Marx, a quien se le atribuye la frase: “Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros”.
¿Dónde quedaron los principios, las convicciones, de los izquierdistas mexicanos que tanto criticaban al imperialismo yanqui? ¿Por qué el silencio de los que, hace poco, hicieron añicos a Peña por abrirle Los Pinos a Trump? ¿Acaso no tienen nada qué decir sobre el acuerdo entre López Obrador y el “emperador de Washington”?
Al parecer, no. Silencio en las barricadas. Olvidémonos de nuestro odio por el vecino del norte y defendamos, así, a nuestro líder. Primero los intereses que las convicciones.
No es que yo coincida con lo que, hasta hace poco, pensaban los antiimperialistas. Para nada. En mi caso, como saben los lectores frecuentes de esta columna, trato de tener una visión equilibrada y crítica de Estados Unidos. Admiro muchos de sus aspectos económicos, políticos, sociales y culturales. Otros, francamente, me chocan. Nuestro vecino del norte, contra la caricatura de los anti-imperialistas, es un país muy complejo, con elementos positivos y negativos.
Hoy, bajo la presidencia de Trump, por desgracia han regresado, con fuerza, el racismo, el aislacionismo y el nativismo, tan presentes en la historia de esa nación. Y, desde luego, la chocante actitud de sentirse el ombligo del mundo, la potencia con derecho a extorsionar a otras naciones para que éstas sigan sus dictados.
Imaginemos que, en lugar de AMLO y Ebrard, el acuerdo lo hubieran aceptado Peña y Videgaray. ¿Qué estarían diciendo hoy los antiimperialistas de ayer? ¿Estarían así de calladitos? No lo creo.
Mención aparte merece Porfirio Muñoz Ledo. Se puede estar de acuerdo con él o no, pero hay que reconocerle la valentía de no guardarse sus opiniones. “Lo que es, en mi criterio, inmoral e inaceptable es el doble rasero entre la frontera norte y la del sur. Por una parte exigimos que nos abran las puertas y, por el otro lado, sellamos el paso de los centroamericanos para hacerle un oscuro favor a Estados Unidos”. Tiene toda la razón. Como la tiene al afirmar que la migración no puede ser una palabra maldita o reprobar la utilización de la Guardia Nacional para detener migrantes centroamericanos en lugar de realizar labores de seguridad.
Después de muchos años y andanzas, Muñoz Ledo entendió que es mejor defender las convicciones personales que comportarse como un apparátchik. Bravo, Porfirio, bravo.
Twitter: @leozuckermann