Hace tiempo analizaba algunos interesantes datos de corte científico sobre el matrimonio y la sexualidad humana, y las conclusiones contenidas en los mismos, aunque para mí nada sorprendentes, sugerían que, en términos médicos y psicológicos, es mejor para el hombre (o sea, específicamente para un homo sapiens macho) el tener una relación de intimidad amorosa que no tenerla. Bueno, pues supongamos por un instante que eso es incuestionablemente cierto, y que el hombre que tiene relaciones sexuales en realidad vive más y mejor que aquel que no posee dicho privilegio; ¿Ya? Bueno, por lo tanto: ¿qué conclusión obtendríamos con base en dicha “realidad”? Pues que cualquier ser humano sin pronunciados tintes psicopáticos o genocidas, se mostraría abiertamente a favor de que los hombres vivieran más y mejor y, por ende, a que incrementaran su actividad sexual, ya que nadie en su sano juicio mostraría jamás deseo alguno de que un hombre muriera prematuramente sólo por falta de amor.
Estamos de acuerdo, ¿verdad? Ahora llevemos lo anterior a un posible siguiente nivel: si todos coincidimos en que es, biológica y objetivamente hablando, mucho mejor para los hombres el tener intimidad que no tenerla, ¿por qué no promovemos el derecho a la sexualidad? Digo, porque si no lo promueves, pues eso significa que eres una especie de mata hombres, ¿no es así? A ver, vámonos un poco más despacio…
Para saber si en realidad somos genocidas o no, definamos primero lo que es un derecho, ¿vale? En la acepción que nos interesa, la Real Academia Española nos dice que es el conjunto de principios y normas, expresivos de una idea de justicia y de orden, que regulan las relaciones humanas en toda sociedad y cuya observancia puede ser impuesta de manera coactiva. Tiene sentido, ¿no? Si el derecho no es impuesto coactivamente en caso de incumplimiento, pues entonces en realidad no es un derecho. Por ejemplo: si tú tienes derecho a la propiedad privada, significa que tú y que incluso un organismo un tanto externo a nosotros (digamos el gobierno) me imponen a mí la prohibición de robarte. Suena lógico, ¿no? Así que todos nuestros derechos implican también una respectiva prohibición a un segundo en discordia y viceversa; lo que significa que (¡prepárate, que ahora sí viene lo bueno!), si estás a favor de que yo posea el derecho a la sexualidad, ¡te estás prohibiendo a ti mismo la posibilidad de negarme tener sexo contigo! ¿¡Sí me explico!? En pocas palabras, te estás convirtiendo en un apologista de la violación (o de la prostitución, en el menos malo de los casos), y todo por ser buena onda y desear que yo, hombre soltero, viva más años, pues si el sexo es en realidad mi derecho (y no tan sólo mi NECESIDAD), significa que a un segundo individuo el gobierno deberá IMPONERLE que me lo provea aunque llueva, truene o relampaguee (sin albur, por supuesto). Así que, ¿cómo, en la práctica, materializas semejante “derecho”? Pues por medio de prostitutas financiadas por el Estado, ¿verdad? Y una pregunta: si las mujeres no desean vender su cuerpo para “beneficio” mío y tuyo, ¿entonces las encarcelamos, como si fueran criminales? La respuesta sería un rotundo y aterrador sí, en caso de que insistiéramos en la diabólica estupidez de promover algo similar al derecho al sexo. Bastante espeluznante, ¿no lo crees?
Moraleja: no olvides jamás que todo derecho implica la imposición de una prohibición en sentido opuesto al primero, e imposición, básicamente, implica pistolas y balazos; ¿o crees que a un asesino serial que ingresa a una escuela a disparar a niños inocentes se le detiene de forma inmediata con palabras dulces y diplomacia? ¿O a un violador o a un ladrón o a un secuestrador enteramente decidido a continuar delinquiendo? Así que ten mucho, mucho cuidado con lo que deseas, que en una de esas se te puede volver realidad…