Hace 45,000 años en el actual Irak, un neandertal fue cuidado y mantenido por su grupo. Era sordo y ciego, apenas podía moverse y su brazo estaba inmóvil. Su valor dentro de una comunidad, a ojos de cualquiera, era de peso y no de ayuda. Ellos se movían de un lugar a otro y sobrevivían cazando o recolectando. Pero esas heridas no impidieron que lo ayudaran para que viviera hasta el límite en lo que hoy conocemos que toda su especie vivió: los cuarenta años. Restos como el de Shanidar, se han encontrado para especies más antiguas. En Atapuerca, actual España, y Dmanisi, actual Georgia, hay ejemplos similares: un niño con retraso mental y un adulto en situación física precaria, como en Shanidar, fueron ayudados y mantenidos por sus comunidades y sus familias. Dichas especies, son anteriores al neandertal. Una de hace cerca de 500 mil años y la otra de más de 1 millón y medio de años. Médicos prehistóricos, curanderas, chamanas y enfermeros, amigos o desconocidos cuidaban de los suyos y de los otros. En la sociedad de Homo Sapiens, nuestra especie, actos de altruismo y solidaridad son comunes. Sería complejo negarlos.
A pesar de ello, en las discusiones sobre la naturaleza humana que se tejen desde Aristóteles a nuestros días, pasando entre otros grandes por Locke, Hobbes, Maquiavelo y Rousseau, se ha discutido si en el fondo somos violentos y egoístas o somos altruistas y empáticos. La cara violenta de nuestra especie es compleja de ocultar. La guerra y la violencia corren con facilidad por nuestras venas. Especie de guerra y especie de solidaridad. Somos como una moneda de dos caras, una brilla con piedad y colaboración, es blanca y pura; la otra llora y se desgarra entre sangre y sufrimiento, es negra y oscura. Los humanos podemos unirnos para destruir o para construir.
Un mismo humano, una misma comunidad, puede mostrar una cara u otra de un momento a otro. Leer las noticias y los tuits del día, ver imágenes y videos reiteran una y otra vez esa dicotomía. Árabes, judíos, cristianos, budistas, mexicanos, centroamericanos, norteamericanos, asiáticos, todos, si buscamos, encontraremos ambas caras en nuestra historia. Nuestra creatividad se usa para desarrollar venenos y bombas que matan a millones o para diseñar medicinas y tecnología que salva cantidades semejantes. Parecería que por momentos nos toca elegir de qué lado de esa moneda queremos estar y en nuestra ruta de decisión la moneda va cayendo al azar trazándose un camino sinuoso y pedregoso, lleno de claroscuros propios de nuestra bipolaridad de carácter. Así es nuestra historia. Nuestras religiones parecen haber entendido la importancia de normas la conducta, todas expresan códigos de ética. Todas imponen un rumbo moral a nuestro actuar.
Nuestras propias épocas y décadas parecen estar teñidas de ambas caras. La época actual, seducida por la superficialidad, el desapego y la desunión; por un crecimiento desmedido de las individualidades, los egoísmos y las banalidades, nos devela desgarradoras historias día con día. La medicina como oficio, hoy se debate en gran medida en la arena financiera y mercadológica. El juramento de Hipócrates, ése que dicta la protección, se reduce a una transacción bancaria: “si tienes serás curado”. La tecnología de la información y las industrias cargan con nuestro lado oscuro de la moneda. Sin embargo, hay indicios, que esa misma tecnología nos está llevando a colaborar como nunca antes. Nuestra cara brillante destella. Las masas inteligentes se expresan con tuits y WhatsApps, se organizan en las redes, crean comunidades de apoyo. En el terremoto mexicano de hace un año todos fuimos testigos de la unión entre tecnología y la cara pura de la moneda. En la primavera árabe sucedió algo semejante. Jeremy Rifkin, en La civilización empática, argumenta que el acceso a energías democráticas, como la solar y la eólica, que no requieren de centros de control, generarán una distribución homogénea. El poder se dispersará.
Aristóteles y otros filósofos griegos defendieron que todo ser vivo o toda tecnología tenía un objetivo, un propósito de existencia. La diferencia entre los seres vivos y los artificios del hombre es que el objetivo de estos era creado y diseñado, además no se autorregulan. En los seres vivos el telos, o propósito, está dado por su naturaleza, se autogenera y se autorregula.
Estoy convencido que cada sistema que creamos debe considerar que en el andar individual y colectivo podemos caer en ambas caras de la moneda. Me apasiona mirar Wikipedia y reconocer cómo crearon esa colmena colaborativa del conocimiento pensando en que el propio sistema eliminaría los errores y los artículos falsos. El propio sistema contempla la acción negativa y su correctivo. La gran edición colectiva se impone. Me intriga navegar en Waze y ser avisado y alertado por baches, cierres o congestionamientos; me he percatado de errores y sin pensarlo elimino las alertas falsas o los señalamientos erróneos. Qué diría Aristóteles del telos de estos sistemas inteligentes. Parecen seres vivos, que al igual que las sociedades de abejas, aves y hormigas, trabajan por un propósito colectivo. Tecnologías que se autogeneran y se autorregulan.
Con sistemas y propósitos claros los humanos funcionamos muy bien. Esos telos colectivos nos rigen. Asombrados, en el mundial de fútbol, vimos cómo esas hermosas hormigas japonesas de la pulcritud limpiaban los estadios antes de irse. Nadie, ninguna voz, dio la orden de acción. La basura se convirtió en hojas y ese hormiguero que llamamos estadio, comúnmente encendido por porras, gritos y violencia, fue testigo de un acto fascinante de civilidad: todas las hojas fueron recolectadas como si fueran tesoros. Era una voz interna, un telos de su tradición, que en algún momento fue diseñado. Ese telos autorregula una acción colectiva, guiados por el honor, por el respeto o por otros telos, los japoneses nos mostraron la inteligencia de una colectividad.
Veo y leo las noticias sobre la caravana migrante. Pienso en los 2 millones de años que nuestras especies han migrado. Somos eso, una especie que migra; todo aquel curioso de la historia humana sabe que los territorios son creaciones y convenciones, que las fronteras son tan firmes como las líneas dibujadas en una pizarra por un niño que juega a hacer mapas. Escucho estadísticas de mi México sobre quienes estamos a favor y quienes estamos en contra. Se habla de porcentajes, 1 de cada 3 mexicanos desean que se vayan. Yo veo la moneda volar. Veo políticos que soplan hacia un lado y otros hacia el otro: unos dan autobuses y estadios para recibir a estos valentones en busca de un futuro mejor y otros los esconden o les ponen piedras en el camino; veo patronas que se quitan el pan de la boca para dárselo a su hermana hondureño o salvadoreño; veo personas cargadas por su lado oscuro y regidas por el telos despiadado de una economía individualista. ¡Protege lo poco que tienes!, dicen, ¡que no te quiten, o estarás igual!
Me levanto, sueño con un mundo encandilado por nuestros destellos de empatía. Sueño que hay un gran telos que nos hará quedar en el lado brillante de la historia. Espero que estemos en la antesala de una Revolución Industrial que esté cambiando una economía individual por una colectiva.
Ojalá y como argumenta Rifkin que “la actividad económica haya dejado de ser una competición entre compradores y vendedores enfrentados entre sí para convertirse en una empresa cooperativa entre jugadores que comparten una misma mentalidad. La idea económica clásica de que la ganancia propia se produce a expensas de las pérdidas propias se ve sustituida por la idea de que una mejora en el bienestar de los demás amplifica el bienestar propio”.
Quisiera reconocer que juntos como sociedad no esperamos a que cambie la economía y creemos sistemas que ayuden a que esos telos de solidaridad no sean globos rellenos de buenos deseos que se puedan perder en la atmósfera de nuestra economía individualista. México ha encontrado en su historia grandes frutos derivados de migraciones previas. Además, como país que migra, sabemos el significado y beneficio que tiene el hecho de que familiares nuestros estén trabajando del otro lado mandando dólares para mejorar nuestra situación. Unámonos no pensando en que ellos son los otros, sino en que somos nosotros.