El ser humano, para vivir libremente, debe conocer las imperiosas leyes de la naturaleza, las propiedades de la ilimitada racionalidad, las formas de la sensibilidad y los límites y alcances del lenguaje que todos los días utiliza.
La naturaleza, cuando es ignorada, nos muestra continuidades que nos obligan a creer que todo acto humano es causado por lo material. La racionalidad, cuando es ignorada, provoca que olvidemos que toda coacción sensorial nos quita libertades. Las formas de la sensibilidad, ignoradas, fraguan ilusiones ópticas que nos engañan todos los días. El lenguaje, ignorado, mezcla los juicios analíticos, explicativos, de identidad, como dice Kant, con los juicios sintéticos, de ensanchamiento.
Kant define sencilla, bellamente, a la “Naturaleza” (“Natur”), diciendo que es la “suma de los objetos de la experiencia” (“Inbegriffe der Gegenstände der Erfahrung”). Tal suma, tales objetos, son para el individuo libre específicos, claros, distintos, evidentes, y no continuidades borrosas. En tales claridades, distinciones, el individuo libre halla permanencias y soslaya falsas, contingentes o accidentales sucesiones.
La vida propia es para el individuo libre algo mesurado, pero es para el esclavo mera fatuidad, lugar donde el ego puede alargarse ilimitadamente. La razón es para el individuo libre herramienta que trabaja la realidad, pero es para el esclavo mero instrumento que justifica las arbitrariedades de la imaginación. El conjunto de seres humanos que vive sobre los continentes es para el libre “humanidad”, una idea encumbrada, pero es para el esclavo simple muchedumbre, estofa utilizable. Mares, montañas, ríos, árboles, son para el libre “naturaleza”, también idea encumbrada, pero son para el esclavo una brutal, una ciega monadología.
La economía actual, que llaman “economía digital” (“digital economy”) y que depende de las tecnologías digitales (“digital technologies”), dice J. Ross (1) que dispensa “datos ubicuos” (“ubiquitous data”) sobre la gente. Poseer datos de todas las esferas de la vida pública y privada permite que las empresas, por conocer la totalidad de la existencia de las masas, puedan hilvanar persuasiones publicitarias totalitaristas, integralmente continuas, es decir, que incluyan lo psicológico, lo sociológico, lo económico, etc.
Afirma Ross que la “economía digital” fomenta la “automatización masiva” (“massive automation”), lo que provoca que las personas, al vivir, al actuar, perciban materiales sucesiones falsas. Los hechos automatizados por la ciencia, por la tecnología, no son hechos analíticos, naturales, sino sintéticos, artificiosos. La gente, sostiene Ross, está conectada continua, ilimitadamente (“unlimited connectivity”) a internet, lo que causa que todo individuo, para socializar, deba esgrimir metalenguajes informáticos, esto es, que simplifican, empobrecen, homogeneizan la realidad.
Dentro de la naturaleza, dentro de los artificios humanos, gozamos, enseña Kant, de la libertad, que es posible por las ideas morales. Dice el filósofo que la libertad, en sentido práctico (“Freiheit im praktischen Vertande”), es la independencia del albedrío frente a las coacciones sensoriales. El justo, por ejemplo, no roba siendo pobre, rico, observado o abandonado.
El individuo libre vive según ideas, que son universales y necesarias, y el esclavo vive según ideologías, que son particulares y contingentes. El libre vive guiado por sentimientos, que son afectos procedentes de las ideas, pero el esclavo vive guiado por las sensaciones, siempre subjetivas. El libre, finalmente, vive según la cultura folclórica, que nace de las peculiaridades o necesidades materiales, económicas, políticas, históricas y mentales de cada población, pero el esclavo vive según la cultura de masas, que procede del exterior, de las vacuas modas de las metrópolis.
Las empresas de la “economía digital”, dice Ross, constantemente urden “ofertas digitales” (“digital offerings”), y para que los mercados las compren, consuman, ofrecen gratas “experiencias” de compra (“customer experience”), es decir, logran que zapatos, mueblerías o pizzas sean adquiridos sin esfuerzos onerosos y alegre, estulta, sensitivamente.
En la “economía digital”, asevera Ross, se exorna toda mercancía con consumistas proposiciones valorativas (“value proposition”), lo que construye, poco a poco, ideologías, y hace que la gente imagine que sólo es posible vivir en el “mundo de los bienes” mercantiles (“Warenwelt”, dice Marx).
La cultura folclórica se desvanece donde la gente no fomenta, digamos, las artes que expresan el clima propio, el lenguaje propio, el sentir propio, sino las ambiciones empresariales, mercantilistas, del capitalismo mundial. La cultura de masas crece, se propaga donde la gente ha resuelto ser gente vendedora (“salespeople”) de las triquiñuelas de las empresas trasnacionales.
Sólo la filosofía puede criar individuos libres, capaces de discernir en el mundo supradescrito. El filosóficamente educado, al experimentar la realidad, no es embelesado por las “ilusiones ópticas” del capitalismo, que es sistema político donde se aplaude a la fatuidad, a la imaginación infantil, a los caprichos de las muchedumbres y al totalitarismo ideológico.
Hemos dicho “experimentar”. ¿Qué es la “experiencia”? Kant, con elegancia, dice que es “sintética conexión de intuiciones” (“synthetische Verbindung der Anschauungen”). Para sintetizar o analizar, para distinguir, unir o comparar lo que está necesaria o contingentemente unido o separado, es menester ser capaz de atender constantemente objetos, situaciones o conceptos, acto que posibilita que podamos fijar las notas o datos de ellos que nos parecen representativos, fijación siempre basada en la idea de “esencia”. Fijar esencias, distinguir entre lo abigarrado lo específico, lo permanente, urde conceptos, y es por los conceptos que podemos hacer o deshacer en la mente las síntesis de la realidad.
Lo anterior es imposible en la “economía de la atención” (“attention economy”), lugar donde los seres humanos dejaron de ser humanidad, muchedumbre, para ser simples “eyeballs”, como dice A. Loh (2).
Facebook, Google, YouTube, son empresas que pretenden que todos los individuos vivan siempre distraídos, acuciados sensorialmente, para que sean incapaces de autodeterminarse (“self-determination”), de vivir según ideas morales, libertarias. Es imposible, asegura Loh, ser demócratas, libres, entre empresas que afanan “configurar nuestras interiores vidas” (“shape our inner lifes”). Dichas empresas, angustia decirlo, ya no argumentan, ya no hablan para vender las patochadas que ofertan, sino impresionan, estimulan a la gente mediante efectivas “herramientas de persuasión” (“tools of persuasion”).
La gente, transformada en “eyeballs”, ha dejado de justipreciar la escritura, el discurrir, lo que la hace inepta para distinguir lo analítico y lo sintético. La vista, recuérdese, con poco esfuerzo sintetiza arbitrariamente y fragua ilusiones. La sensibilidad constituye experiencias, posibilita experiencias, pero no las regula, esto es, es inútil para pensar o conocer las causas o las consecuencias (“eso desconocido”, “Unbekannte”, dice Kant) de lo que captamos.
El lenguaje es el magno instrumento del pensamiento porque ordena, alinea, temporaliza el caos de lo simultáneo (dice Kant que la “ambigüedad de la expresión”, “Zweideutigkeit des Ausdrucks”, confunde lo analítico con lo sintético). Expresarse con elegancia, con claridad, es reproducir la realidad o el pensar sensorialmente, con adecuadas metáforas o analogías, y también intelectualmente, con lumínicos silogismos. La expresión sensorial formaliza, y la expresión intelectual, lógica, ordena.
Pero las empresas de la “economía de la atención” quieren “transformar la humana cognición en comprensible, cuantificable y vendible cosa”, como dice Loh, es decir, pretenden que el “yo”, que es inmaterial, simple, personal, sea material, compuesto y colectivo, o por mejor decir, pasivo, tartamudo y vulgar, amigo de las expresiones ambiguas, subjetivas, ininteligibles.-
(1) ROSS, Jeanne, Let Your Digital Strategy Emerge, MITSloan Management Review, 1 de octubre de 2018.
(2) LOH, Alyssa, The Fight for Our Eyeballs, Los Angeles Review of Books, 25 de septiembre de 2018.