No hacen falta muchos sexenios ni mucho presupuesto para acabar con la pobreza extrema.
Si el 90% de la población estuviera en ese caso, sería difícil que el 10% restante la sacara de ahí. Pero, según el Coneval, estamos en la situación opuesta: menos del 10% de los mexicanos vive en pobreza extrema. No es tan difícil que el 90% restante los saque de ahí.
¿Por qué no se ha hecho? En primer lugar, porque la ayuda no está focalizada en esa meta definida, perfectamente alcanzable. Forma parte de una meta nebulosa, y por lo mismo inalcanzable: combatir «la pobreza y la desigualdad». Pero la pobreza, la desigualdad y la pobreza extrema son tres cosas distintas, con diferencias significativas.
La pobreza es un concepto vago. El Coneval tiene varias definiciones. En cambio, la falta de alimentación, vestido y techo que padecen los niños de la calle, los indigentes y algunas comunidades rurales, sobre todo indígenas, es algo precisable. El Banco Mundial lo resumía en 1995: personas que viven con menos de un dólar diario.
Hay desigualdad hasta entre millonarios. Y hacer de todos (si fuera posible) campeones de natación, ganadores de un Nobel, celebridades o millonarios importa menos que acabar con la pobreza extrema.
Hay soluciones desde los tiempos de Vasco de Quiroga (siglo XVI), pero han sido olvidadas una y otra vez. Fueron redescubiertas por Fritz Schumacher (Small is beautiful, 1973) y ahora por Paul Polak, un inmigrante que salió de la pobreza extrema por la vía empresarial y se dedica a promover lo mismo para otros.
Llegó sin nada a Canadá. Fue bracero, y pronto se lanzó a sembrar por su cuenta, como mediero en una granja donde había tierra disponible. Después entró a la universidad, se graduó como psiquiatra y atendió una vez a un paciente (del sistema de salud) que vivía en la calle. No se limitó a escucharlo. Lo acompañó en sus vagabundeos y dificultades para vivir. Pronto imaginó posibles microempresas manejadas por vagabundos para vagabundos. Por ejemplo: un servicio de cajas con llave para guardar sus cosas. Algo que nadie (desde un escritorio remoto) hubiese pensado que tendría demanda.
Acabó en Bangladesh vendiendo sistemas de microirrigación para minifundistas que ganaban un dólar diario dedicados a la siembra de temporal. ¿Cómo hacer que ganaran, por lo pronto, el doble? Con una cosecha adicional, fuera de temporada, de algo con demanda y buen precio, como ciertas verduras. Pero, ¿de dónde sacar agua con inversiones microscópicas? En primer lugar, de la lluvia: almacenándola en grandes «salchichas» de plástico sumergidas en la tierra, que cuestan muchas veces menos que un aljibe. En segundo lugar, con una bomba de pedales que extrae el agua de esa reserva (o de un pozo, o de un arroyo cercano) y la sube a una barrica de plástico, elevada un metro. De ahí, baja lentamente a la huerta en tubos de plástico perforados a mano para riego por goteo, más baratos que los sistemas motorizados.
La bomba puede verse en YouTube, bajo treadle pump. Fue diseñada por un ingeniero noruego, pero Polak no se quedó en encargar el diseño. Desarrolló una red de productores, distribuidores e instaladores locales. Contrató a cirqueros ambulantes para que compusieran una canción sobre la bomba, la cantaran en ferias pueblerinas y repartieran volantes sobre el distribuidor más cercano. Patrocinó una película donde la bomba es parte de la trama, y la proyecta en camionetas, de pueblo en pueblo. Ha vendido dos millones de bombas (a ocho dólares).
Desde hace muchos años, Polak visita a los que viven en pobreza extrema, platica con ellos, les pregunta cómo le hacen y (lo más asombroso de todo) no los compadece: ¡los trata como clientes! Trata de pensar qué recursos baratos les servirían para vendérselos. Los ha ido encontrando. Por ejemplo: una especie de popote gigante que es un filtro y permite beber el agua sucia de los charcos (LifeStraw, de venta en Amazon).
Sobre él y su International Development Enterprises, hay información en Google, Wikipedia y YouTube. También en sus libros Out of poverty y The business solution to poverty. El primero fue traducido por Océano (Cómo acabar con la pobreza). Hay que invitarlo a México, a escuelas de ingeniería y diseño industrial, y desde luego a grupos de empresarios interesados en fomentar el desarrollo desde abajo.
Proyecto para zonas indígenas donde hay telefonía celular, pero no electricidad: cargadores de cuerda. Los hay para excursionistas en Amazon (ver wind up phone).