Para quienes en alguna ocasión han escuchado un tema musical en cuya letra se incluye la frase “la vida es así, no la he inventado yo”, seguramente entenderán que el devenir cotidiano de todos los seres humanos (¡sí, de todos!), desde que nacemos hasta que morimos, vamos a tener que pasar por un sinfín de situaciones en las que nuestra resiliencia será puesta a prueba en todo momento y será gracias a ésta, pero sobre todo a nosotros mismos, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y nuestra actitud, que lograremos salir adelante de cualquier situación por muy difícil que ésta luzca.
Sin embargo, también debemos contar con una muy comprometida capacidad de autoanálisis para poder escanear y diagnosticar todas esas cosas que a diario acontecen en nuestras vidas, tanto las buenas y las malas, pero sobre todo las negativas, porque es a través de los errores que cometemos que podemos tener acceso a un inmenso cúmulo de aprendizajes (de distinta índole) para ir forjando nuestro carácter, el cual se empieza a formar desde nuestro seno familiar, durante la infancia.
Crecer y convertirnos en adultos no es nada sencillo, y afrontar las responsabilidades que conlleva hacernos cargo de nosotros mismos y de una familia, tomando decisiones adecuadas, requiere de distintos tipos de fortalezas y de características muy bien delineadas de las que vamos a abrevar para triunfar y/o fracasar a lo largo de nuestras vidas.
Por eso, si eres un hombre joven o ya eres un hombre adulto, es muy importante que aprendas a tomar responsabilidad total de todo tu entorno, a controlar (sin llegar a niveles obsesivos) no todo lo que ocurre alrededor de ti, pero si las causas y los efectos de todo cuanto sucede en donde tu eres protagonista. Y así como te enorgulleces de tus logros y éxitos, ya sea a nivel profesional, a nivel familiar, a nivel social, en donde antepones por sobre cualquier cosa tu disciplina, tu compromiso y todas las ganas que le echaste al asunto; también es de vital trascendencia que asumas la paternidad por aquellas cosas malas y/o negativas que de repente te llegan a ocurrir y que dejes de repartir culpas a diestra y siniestra por todo aquello que no salió bien.
Atravesar por situaciones complicadas o negativas u obtener malos resultados en distintas misiones emprendidas, insisto, nos encamina a consolidar nuestro carácter y eso implica que nuestro comportamiento debe ser parejo en las buenas y en las malas. Desde que somos niños sabemos que “la maestra no nos reprobó en matemáticas porque nos tuvo mala fé”. Nada de eso. La maestra nos reprobó porque tuvimos inasistencias a las clases, no entregábamos tareas y los exámenes apenas los pasábamos “de panzazo”.
Igualmente, la esposa no nos va a pedir el divorcio “porque sus amigas son unas chismosas que ya le llenaron la cabeza de ideas” y “porque su mamá desde que me conoce no me quiere”. La realidad es que (y eso tú lo debes saber perfectamente) no sólo eres un hombre incapaz de tener detalles con ellas, nunca estás al pendiente de sus necesidades y además le has pintado el cuerno dos o tres veces. Entonces, al final del día ¿quién tiene la culpa de que las cosas te hayan resultado mal? ¿Tú o los demás?
Jamás obtendrás resultados distintos si vives haciendo siempre lo mismo. Tu serás tan feliz o miserable o exitoso en la medida que tu lo desees y lo trabajes. Así de sencillo.