Emmanuel Nelson, un migrante haitiano que llegó hace unas semanas a Tijuana, tomó un trabajo armando ramas que simulan pinos de Navidad. A pesar de que en México llegó a vivir a un albergue ubicado en la colonia El Pípila, una de las más pobres de la ciudad, considera que se tienen mejores condiciones de vida que en su país.
“Haití tiene muchos problemas; nosotros queremos trabajar y allá no hay trabajo. Por eso vinimos aquí, solamente por eso”, dice en un español incipiente que ha aprendido en las últimas semanas.
El trayecto desde Haití para llegar a México les tomó más de un mes. En algunos tramos viajaron en avión o en autobús; hubo quienes tuvieron que caminar durante varios días en otros países de Centroamérica por la selva, para evitar ser detenidos en su camino hacia Tijuana.
Puertas abiertas
Magdalena Díaz es pastora de la Iglesia Evangélica Roca de la Salvación que, en una de las laderas del Cerro Colorado –al este de Tijuana- atiende a decenas de migrantes haitianos des de hace algunos meses.
Ella y su esposo han atendido a la comunidad migrante desde hace más de una década. Él fue deportado de Estados Unidos, hecho que lo sensibilizó mucho hacia quienes son expulsados de un país.
“Mi esposo ya era pastor evangélico en California (…) y a él lo deportan y eso es lo que lo motiva a él a hacer este trabajo, porque cuando llegó vio la necesidad que había aquí y lo que batallamos para conocer, porque nosotros aquí no conocíamos a nadie”, narró la pastora.
Con la llegada de cientos de haitianos a la ciudad, Magdalena y su esposo decidieron que debían atender a los más necesitados y se llevaron a un grupo de ellos a la casa que rentan, y que usan como hogar y templo.
Otra de las iglesias que abrió sus puertas fue la Iglesia Cristiana Bautista Emanuel. Al principio hospedaron a cinco familias y 15 varones. Ahora ya hospedan a 84 personas.
“La verdad sí es mucho dinero, y no solamente dinero para la comida, sino para medicamentos, para luz, agua, jabón (…) ellos toman mucha leche y comen mucho pan.
“El gasto también es excesivo en luz y agua, porque siempre está las 24 horas prendido,y tienen boiler de paso para bañarse. Tenemos dos estufas y dos veces en el mes se compran dos tanques de gas, cada uno cuesta 580 el tanque”, señala Verónica Guadalupe Alvídrez, esposa del pastor de la Iglesia.
La ciudadanía les ha ayudado con leche, pan, arroz, frijol y otro tipo de alimentos; vales de despensa; o mano de obra, ayudando a limpiar o a cocinar; o llevando alguna actividad re creativa.
La mayoría de los gastos salen de la bolsa de los pastores y su congregación; y hace dos semanas comenzaron a recibir ayuda de la Secretaría de Desarrollo Social para comprar comida.
El Estado, dicen quienes dirigen los albergues, ha quedado rebasado por la situación y ha sido omiso en la atención a los extranjeros.
Juan José Moreno, pastor de la Iglesia Central del Nazareno de corte evangélico, reconoció que aunque el gobierno sí ha prestado ayuda, es insuficiente, además de que para acceder a fondos federales de ayuda se tienen demasiados candados.
“(El Estado) se nota que están rebasados en todo. Hasta dan ganas de darles terapia también, por su estrés y ansiedad”, comentó.
Cuestionado sobre por qué la sociedad civil no se había volcado con tal interés ante otros sectores de migrantes, el pastor reconoce que se trata en parte de la discriminación que se siente hacia los connacionales.
“Esta situación movió a mucha gente; y sí tengo la impresión que hay una especie de inclinación al extranjero. Creo que todavía hay cierta descon fianza al migrante nacional o al latino; porque si te dicen: ‘oye, albérgame a 50 para que duerman ahí’, latinos o mexicanos deportados, sí la piensas más, todavía se siente esa desconfianza.
“Yo agradezco al pueblo haitiano que esté sacando lo mejor de nosotros”, remató.
Sociedad civil, a la carga
Un grupo de nueve mujeres creó el Comité Estratégico de Ayuda Humanitaria Tijuana, mismo que se ha dedicado a gestionar y organizar apoyos, así como a promover en redes sociales la participación ciudadana.
Soraya Vázquez, una de sus miembros, comentó que ellas acudían como voluntarias al Desayunador del Padre Chava, y conocieron de primera mano la crisis que atravesaba para atender a todos los migrantes.
“Ahí dijimos, los del albergue están vueltos locos, el gobierno ni se entera ni le interesa, y ahí decidimos formar el Comité (…) empezamos a ver que se abrieron albergues emergentes, porque la autoridad les decía que se abrieran y ellos apoyarían, pues lo hicieron muy poco y la ayuda se concentraba en pocos lugares”, sostuvo Vázquez.
Su primer reto fue que los donativos que la gente hacía se repartieran equitativamente con otros espacios; crearon una página de Facebook y otras redes sociales para solicitar donaciones u otro tipo de apoyo, como servicios médicos o psicológicos.
“Tratamos de ser un puente entre la sociedad civil y los albergues y, por otro lado, presionar un poco a la autoridad porque al final de cuentas ellos son los responsables”, expuso.
Para Soraya, la respuesta de las autoridades ha sido muy limitada porque niegan la dimensión del problema. Tan es así que han perdido el control de quiénes llegan y quiénes se van.
“La autoridad no sabe que están, y no saben las condiciones en que están, y tendrían que estar al tanto de eso (…) antes había más o menos un orden y la autoridad sabía, pero ya no, porque se establecen redes entre ellos mismos y ya no necesitan a las instancias ni nada, ya entre ellos mismos se comunican y llegan directamente a un albergue.
“La autoridad de alguna manera ha perdido el control. Y como tampoco tenían un plan de acogida ni nada, entonces lo soltaron.