Donald Trump volvió a romper barreras y, contra los pronósticos de casi todas las encuestas, se convertirá en el próximo presidente de los Estados Unidos. Asumirá como el abanderado del cambio en Washington, un legado que le asignó una mayoría estadounidense trabajadora blanca, industrial y rural, que no ve progresos en su vida desde hace años.
Como en el Brexit, o en el referendum por el acuerdo de paz en Colombia, las encuestas no supieron registrar el fenómeno del voto oculto o vergonzante, el del ciudadano que decía que iba a elegir la opción “políticamente correcta”, pero finalmente en el cuarto oscuro votaba por un cambio. Clarín advirtió de ese fenómeno hace algunas semanas e incluso entrevistó a una encuestadora que trabaja para Los Angeles Times, que era la única que tenía un modelo diferente, en el que no preguntaba directamente a sus encuestados a quién iban a votar. El sondeo vaticinaba días antes de los comicios una ventaja de 3 puntos para Trump, mientras todas las encuestas la daban ganadora a Hillary Clinton por 3 o 4 puntos. Fue la única que acertó.
En las grandes ciudades de Estados Unidos y también en todo el mundo se preguntan cómo un personaje intempestivo como Trump, que dijo que los inmigrantes mexicanos son violadores o narcotraficantes, que se burló de discapacitados, que prohibirá el ingreso de musulmanes y que admitió en un video que manosea a las mujeres sin su consentimiento puede ser votado masivamente. Es que Trump logró sintonizar con el malestar de las clases medias industriales, rurales, sin estudios universitarios de ciudades pequeñas de la “América profunda” que está frustrada porque hace años y años que no puede progresar. Hombres y mujeres que se quedaron sin trabajo porque las fábricas se van a otros países con costos más bajos o porque su tarea fue remplazada por la de una máquina. Esa gente, si consiguió un nuevo empleo, gana la mitad. Crecen las deudas, los problemas con las drogas, el malestar. Ven a los inmigrantes como enemigos, como el “otro” que invade su trabajo y su identidad estadounidense.
Es que la supuesta recuperación económica no benefició a todos por igual. Mejoró el ingreso de los más ricos y sumergió a la clase media. La desigualdad fue el gran trasfondo del malestar. Además, es evidente que las minorías, que supuestamente se inclinan por los demócratas, no votaron automáticamente por Hillary. Ella perdió en Florida, inundada de latinos. Muchos hispanos son conservadores y también votan con el bolsillo. Ellos también quieren un cambio supuestamente para estar mejor. Tampoco salieron en masa los afroamericanos, que no vieron mejoras en sus vidas con el primer presidente negro de la historia. En una visita a Macon, Mississippi, la ciudad más pobre de Estados Unidos, con un 80% de afroamericanos, esta corresponsal detectó fácilmente a varios que votaban por Trump.
El magnate entró en escena en un momento en el que el mundo vota populismos de derecha y rechaza con miedo a los inmigrantes, la globalización, el libre comercio. Con un mensaje sencillo y populista, encarnó el malestar de la clase media y ahora gobernará, probablemente con todo el congreso a su favor. Estados Unidos y el mundo está ante un personaje impredecible, que se atreve a decir y hacer cualquier cosa, pero que es el fruto de la frustración y el malestar engendrado en la América profunda que los demócratas no supieron detectar a tiempo.