Debo decir que la primera impresión que tuvimos al llegar a Tijuana fue desconcertante. Un anuncio en el aeropuerto nos señalaba el camino hacia un pasillo con paredes de cristal en donde se anuncia un “Paso Rápido a San Diego”. Y justo al salir de ahí, un herrumbroso muro de lámina lleno de cruces de madera, tétricamente, en silencio (o posiblemente a gritos), nos hablaba de un paso rápido al más allá.
El alto y oxidado muro que teníamos a unos cuantos metros de la avenida, parecía contarnos las mil y una historias de sueños dramáticamente truncados en busca de una ¿mejor? vida en el “otro lado”.
El sentimiento que tuvimos ante aquella visión, nos hizo detener el auto para tratar de imaginar, precisamente ahí, ante aquella patética visión repleta de cruces, las ilusiones frustradas de tanta gente que con su mente ávida de cosas, creía que con solo cruzar el muro podía hacer suyas las ilusiones que (quizás tontamente) había imaginado.
Cierta es la frase que dice que “tanto en astronomía como en filosofía, el cielo, de lejos es cielo, de cerca ya no es nada”.
Un señalamiento de tránsito colocado en la glorieta de la avenida donde momentáneamente estacionamos el auto, con un “Ceda el Paso” acentuaba irónico la atmósfera de tragedia. La agresiva barda repleta de cruces, recuerdos y oraciones y el altísimo poste en el otro lado con sus luces y cámaras de vigilancia, se encargaban de confirmar la exclusión sin alternativa alguna.
Unas decenas de metros más delante, entre los recovecos del muro fronterizo, un pequeño obelisco grafiteado señalaba casi con humildad el “Límite de la República Mexicana” enmarcando los restos del territorio mutilado por el perverso e injusto “Tratado de Guadalupe” con el que, sumado a la “Venta de La Mesilla” nos amenazaban (como a aquel chinito: “coopelas o cuello”) con firmar o seguir la guerra, perdiéndose con esto más de la mitad de nuestro territorio.
En ese lugar creímos entender porqué desde siempre los hombres han peleado hasta morir por un pedazo de tierra; de una tierra en donde pasamos tan sólo unos breves instantes de nuestras vidas. Sin embargo, no se trata de un pedazo de tierra, se trata de una extraña esencia de nuestro ser y de los sentimientos de la mente.
En fin; en esta época en donde los muros parecen agobiarnos, la sensación que tuvimos al estar en un lugar tan cercano a los muros fronterizos, no dejó de causarnos un cierto escozor por estar viviendo entre las infames peñas y las desafortunadas trompadas espeluznantes.
Los enormes, pretenciosos y huraños edificios de nuestro hotel, nos sirvieron como punto de referencia para lograr una espléndida cena ¡en el restaurant de enfrente! tan solo al cruzar la calle. En pocos lugares hemos recibido la atención ¡y la deliciosa comida! como en ese tranquilo, acogedor y magnífico restaurante de parroquianos llamado Casa Placencia, en donde entre lugareños y conocedores, disfrutamos de una gran cena acompañada con los extraordinarios vinillos de la región.
El gran arco en el centro de la ciudad, nos pareció muy chistoso, pretencioso y auténtico. Sentimos que expresaba perfectamente los sentimientos de esa gran ciudad: bonito, grande, simpático, presumido y refugiado entre las encontradas (y a veces estrujantes) realidades.
“Aquí empieza la patria” decía el lema de Tijuana, también llamada “la Esquina de Latinoamérica” por ser la ciudad de habla hispana más occidental del continente. Es el paso fronterizo más intenso del mundo (más de 300 mil personas lo cruzan diariamente). Cientos de inmigrantes atiborran los refugios. Impresionante es el desayunador gratuito del Padre Chava. Y asombroso es el trato bondadoso y caritativo que a ellos se les da. Impecables calles anchas cruzan la ciudad. El tránsito súper cortés, amable y educado. Importantes maquiladoras funcionan exitosamente. El vuelo directo y sin escalas hasta China (Shangai) es de llamar la atención. Simpáticas burritas pintadas como cebras hacen las delicias del turista. Un puesto de tacos llamado Kentucky Fried Buche habla del humor de su gente. El famoso Jai Alai ha sido convertido en un insulso salón de eventos, y el hipódromo Agua Caliente… sin caballos y con perros.
Así sentimos transcurrir a la admirable e indomable vida de Tijuana: entre desiertos, mares y playas, junto a un amargo muro creado por los hombres.