“La vida te da sorpresas, sorpresas te la vida”, dice la letra de una canción de Rubén Blades. Y, efectivamente, la vida está llena de paradojas, sobre todo para los políticos. Un día dicen una cosa, lo defienden a capa y espada, para que años después respalden lo contrario.

Durante su campaña, Claudia Sheinbaum posteó un tuit donde presumía que “desde que era estudiante luchaba por la democracia, por la justicia social y contra el modelo neoliberal”. En la foto adjunta se veía a ella de joven, en 1991, sosteniendo un cartel con la leyenda en inglés Fair Trade and Democracy Now! (¡Comercio justo y democracia ahora!, en español). La imagen había aparecido en el periódico de la Universidad de Stanford donde se encontraba Sheinbaum protestando, junto con otros estudiantes mexicanos en Estados Unidos, contra de la visita del entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari.

En aquella época, la izquierda mexicana estaba en contra de la liberalización comercial y, por tanto, de las negociaciones que se estaban llevando a cabo para firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Con toda razón calificaban lo que sería el TLCAN (NAFTA, en inglés) como parte esencial del proyecto neoliberal que pretendía darle un mayor espacio al mercado en la economía mexicana.

La izquierda seguía pensando que lo más pertinente era la conservación del modelo de desarrollo de sustitución de importaciones que ya se había agotado en nuestro país. Argumentaban que, de firmar México un tratado comercial con Estados Unidos, desaparecería la economía nacional, ya que no podríamos competir con los productos que nos inundarían desde el vecino del norte.

Se equivocaron, pero nunca lo reconocieron.

La liberalización comercial y el tratado trilateral de Norteamérica fue un exitazo. En las últimas tres décadas ha sido el motor principal del poco crecimiento que ha tenido la economía nacional. Hoy, México es el principal exportador de mercancías a la economía más dinámica del mundo que es la de Estados Unidos.

Convenientemente, en su retórica antineoliberal, no incluyen esta política pública que fue la joya de la corona de las reformas orientadas hacia el mercado. Tampoco incluyen, por cierto, la autonomía del banco central. Es decir, lo que sí funcionó del neoliberalismo ya no es parte del neoliberalismo, porque eso no encajaría con su retórica de los héroes (ellos) que llegaron a salvarnos de un modelo maldito.

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