Como sabemos, la titularidad del Poder Ejecutivo federal se renovará en poco menos de dos meses, ya que, luego de la reforma político-electoral de 2014, se estableció que la jornada electoral se realizará el primer domingo de junio cada seis años y cambió la fecha de toma de protesta presidencial del 1º de diciembre al 1º de octubre.
Aunque la candidata ganadora no ha recibido la constancia de mayoría por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, órgano responsable de calificar la elección y validar los resultados, su triunfo es indiscutible. Tan indiscutible como el hecho de que Andrés Manuel dejará la Presidencia de la República. Es importante remarcarlo porque, aparentemente, para algunas personas tal suceso pasa desapercibido, incluyendo al propio presidente.
Si bien es cierto López Obrador será el primer mandatario hasta el último minuto del próximo 30 de septiembre, a pesar de que él mismo ha declarado un sinnúmero de veces que se irá a su rancho en Palenque y de que se quejó amargamente porque el expresidente Donald Trump lo mandó a “La chingada”, antes de tiempo. Sin embargo, la actitud de López Obrador es la de alguien que fuera a gobernar más tiempo. No me refiero a una prolongación de su mandato, sino a su manera de actuar un tanto socarrona.
La política, al igual que otras profesiones, exige preparación y profesionalismo. Todos somos capaces, todos somos aptos, sin embargo, recordemos que en el ejercicio público las decisiones tomadas deben de responder al beneficio colectivo y no al propio. Por eso, al prepararse se debe de ir más allá de la formación académica, pues se trata del dominio del “yo”. Gobernarse para gobernar. De ahí que resulte tan extraño que AMLO con tantos años dedicado al quehacer público no se haya preparado para entregar el poder a quién habrá de sucederlo. Queda claro que se resiste a dejarlo y lo ejercerá hasta el último minuto, pero hay situaciones que ameritan decisiones que se tomarán a mediano plazo, algo que el actual presidente ya no puede ni debe de hacer.
Así que, por más que el tabasqueño se lleve a pasear durante sus giras por territorio nacional a la virtual presidente electa, por más de que la ensalce y llene de elogios durante sus intervenciones, las decisiones políticas (bien planeadas por el expresidente legítimo de México), resultan un peso bastante elevado para quien será la primera presidente mexicana.
Tal parece que Andrés Manuel realmente odia a su “excorcholata”. Sus recientes y muy marcadas fricciones con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA), Estados Unidos y todos los países que se atrevan a cuestionar sus iniciativas de reformas constitucionales; así como, quienes representen una afrenta para el dictador Nicolás Maduro, son prueba de ello. Por más de que Sheinbaum se esfuerza en ofrecer perfiles con experiencia y formación probada para ocupar las distintas carteras del que será su gabinete legal y ampliado (salvo algunas deshonrosas excepciones), además de trazar rutas que le permitan ofrecer resultados favorables a corto plazo, el todavía presidente se empeña en fomentar la confrontación y el descrédito de la política exterior de nuestro país.
Pensar en que, con sus desafortunadas y desdeñosas declaraciones, el señor López está formando un gran lastre internacional a la próxima jefa de Estado, es una obvia muestra de cuán irresponsable puede ser una persona al flaquear ante sus apasionamientos, frustraciones y simpatías hacia una manera de pensar, afectando notablemente a la futura mandataria y, lo más importante, a México.
Post scriptum: “La ignorancia puede ser curada, pero la estupidez es eterna”, Maquiavelo.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).