Hace unos días se propagó por las redes sociales el caso de un joven mexicano que compró en la página de internet de la firma de lujo Cartier dos pares de aretes de oro rosa y diamantes en el increíble precio de 237 pesos cada uno. Evidentemente se trataba de un error de la empresa, pues al precio publicado le faltaban 3 ceros. Según trascendió, la firma intentó disuadir al joven. Explicaron el error y ofrecieron alguna compensación; sin embargo, el comprador acudió a la Procuraduría Federal del Consumidor, que hizo valer los derechos del adquiriente. Así, la multinacional francesa se vio obligada a entregar la mercancía y tomar la pérdida de casi medio millón de pesos. La historia da para varias avenidas de reflexión y posiciones personales.
Lo primero que quiero destacar es el enorme papel que juegan las instituciones. Tanto Profeco como Cartier se sometieron a una legislación y actuaron en consecuencia. Sin instituciones estaríamos ante la ley del más fuerte. Las instituciones proporcionan un marco de normas y leyes que regulan el comportamiento de los individuos y las organizaciones, velando para que los derechos sean protegidos y respetados. Esto ayuda a mantener el orden social y la estabilidad política. Este caso, más allá de ser una anécdota sobre una ganga excepcional, se convierte en un relato sobre la capacidad de nuestras instituciones para dar forma a una sociedad más justa. Si Profeco actuara mal, no hay que desaparecerla, hay que cambiar a sus directivos (lo digo por la lógica de algunos de desaparecer o minar instituciones en vez de corregirlas).
Al margen de cuál sería tu inclinación sobre el tema, estas anécdotas sirven para construir reputaciones nacionales. Se convierten en historias que le dan la vuelta al mundo y extienden el juicio sobre todos los compatriotas. Cuando vemos a un grupo de japoneses recoger basura en un estadio, asumimos que así son todos los nipones. Nuestro país tiene una reputación mixta en el mundo, se nos aprecia y admira por muchas y muy buenas razones, también se nos conoce como un país peligroso, corrupto y donde el Estado de derecho nada más existe en el papel. ¿Se nos fue una oportunidad de oro en la anécdota de los aretes?
Recuerdo la ocasión en que mi hermano, Fernando, encontró en un parque de diversiones de Florida una cartera con una buena cantidad de efectivo. Desconfiado de entregarla en «lost and found», destinó casi todo el día hasta localizar al propietario. Era un japonés que no cabía de emoción al recuperar el dinero de su luna de miel. Visiblemente conmovido, sacó 100 dólares y se los ofreció a mi hermano, quien no los tomó. Yo nada más le dije: «Dile que eres mexicano». En aquel entonces no había redes sociales, si no, se hubiera propalado la noticia: «Mexicano pierde su día en Disneylandia por regresar una cartera con mil dólares».
Hoy la nota es: «Mexicano aprovecha error de multinacional y compra aretes de oro con diamantes en 14 dólares». La ética implica tomar una decisión sobre lo que consideras que es correcto, aunque te asista la ley. Hacer el bien o no hacerlo es finalmente una decisión personal. El país necesita fortalecer su estructura social y eso pasa por la ética, por el civismo, por construir ciudadanos sensibles a su sociedad, por personas capaces de ceder el paso, regresar una cartera o negarse a una ganancia moralmente no válida. Actuar con integridad y consideración a los otros se aprende en casa y en las aulas. Esperar que esos buenos mexicanos van a llegar a posiciones políticas, salidos de la nada, es una de las mayores utopías del México de hoy.
@eduardo_caccia