La semana que concluyó fue oportunidad de recuerdos. Para más de 130 millones de mexicanos septiembre se ha catalogado como el mes de la patria. El grito, el desfile y los héroes que nos dieron eso una nación y una Patria nos llenan la memoria de nombres, vida de héroes, personas que se resistían a dejar el poder y lo de siempre, luchas entre quienes por pensamientos diversos pueden llegar a extremos como homicidios, destrucción irracional masiva, el desprestigio del otro y hasta sorpresas por lo que no sabíamos y de pronto, aprendemos gracias al trabajo de algún investigador .
En el ámbito de lo presente la humanidad ha debido ilustrarse sobre monarquía, esa forma de gobierno que gustaba a Aristóteles y que fue desplazada en diversos momentos por la democracia. El gobierno de los pueblos, que en cada caso ha tomado particularidades, para hacer diferentes a unas de otras y que al propio griego que he citado, le preocupaba su peligro de convertirse en demagogia. Por lo pronto y hablando de negocios el de los medios se ha visto reforzado por los millones de personas que quieren ver las fotos de los 16 automóviles –seguro no todos son eléctricos- del cortejo en el que viajan tres de los hijos de Isabel II reina por 70 años de una nación que llegó a dominar buena parte del territorio global. También se reproducen en diversos medios, fotos de cuando este personaje, que no estaba destinado a la monarquía, nació, creció, estudio, se casó, fue coronada, se convirtió en madre, hizo gala de su sentido de humor y actuó casi con obsesión compulsiva en muy diversos momentos de la historia del planeta. ¿Por qué aun cuando alguien esté en desacuerdo con esa forma de dirigir al poder, todos llevan flores, velas o se forman para ser parte de dicho evento? ¿Tendrá que ver con la certeza de que dicho momento nos llegará a todos y quizá desearíamos un recuerdo tan potente como el que está provocando la fallecida Isabel?
Millones de seres han muerto en estos dos últimos años, muchos de ellos aislados, sin posibilidad de un segundo de contacto con sus familiares o amigos, debido al miedo de contagio por Covid-19, otros simplemente por su cultura y condición económica, solo fueron arropados en una tela raída y arrojados al agua como cientos en el rio Ganges, muchos van a la fosa común y otros más simplemente son convertidos en cenizas con la posibilidad de ser parte de la decoración de la sala o causa de pleito entre los hermanos que quieren una parte de tal final. Y otros miles ni siquiera se sabe dónde quedaron sus restos y llenan renglones de relaciones de desaparecidos. ¿Qué se recuerda de ellos? ¿Tal vez fueron abusados y dañados de forma perversa antes de su muerte? ¿quizá les obligaron a realizar acciones impensables en el seno de la familia, la escuela y el ámbito en que se desarrollaban?
Lo que habrá de recordarse es pues muy distinto si tenía familiares fallecidos en las torres gemelas, si eres rico, pobre, común y corriente o famoso. Quizá tengas la suerte de que aun siendo común y corriente alguien conserve las fotos de cuando te distinguieron en tu escuela por tus calificaciones, quizá te tomaron alguna placa si desfilaste en un 16 de septiembre o un 20 de noviembre, quizá por causa de tu trabajo, se hayan multiplicado las imágenes de tu desempeño, pero serán muy pocos a los que dichos “recuerdos” les importe. Se del caso de un exjefe de estado mayor presidencial; como era de esperarse por su edad, falleció y tocó al hijo de su segundo matrimonio, quitar el piso falso de lo que fue la alberca de la casa y encontrar ahí cientos de cajas de archivo con miles de fotografías de las diversas actividades de cuando su padre acompañó al presidente de México por seis años ¡que impresionantes fuente histórica dirían algunos!, pero este hoy ciudadano, que fue cuidado con guardaespaldas, durante su época de asistencia a la primaria, simplemente las quemó ¡sí las quemó!, las convirtió en cenizas como muchos en pleno siglo XXI, queman los restos de su padre, madre, hijos y familia a la cual piensan que no vale la pena recordar
Sobre todo los que ya han llegado al séptimo piso –los 70 en cualquiera de sus 10 escalones- aunque sea en grupos íntimos, siguen recordando a “los que se adelantaron” y si acaban de fallecer hasta practican el novenario[1] ¿Es una forma anticipada de lo que ahora ofrecen los tanatólogos? ¿Sirve de algo que un pequeño grupo se reúna y recuerde a quien ya no está?
Considero que sí. Por propia experiencia puedo dar testimonio, de lo mucho que me ha ayudado la presencia de amigos y gente que me estima en los momentos en que la tristeza me ha abrumado por el fallecimiento muy seguido de mi madre, mi hija, mi padre, hermano y casi una veintena de personas cercanas, gente tan querida como María de los Ángeles Moreno o Luis Donaldo Colosio. Muchos ya se han olvidado de ellos, en mi mente y en mis emociones todos siguen presentes: les recuerdo, menos por lo que hicieron de manera pública, como por lo que me dieron personalmente.
A final de día, mantengo presentes muchas de las experiencias que nos compartimos y en eso pienso cuando imagino a Isabel II, quien debe haber tenido demasiado trabajo; de modo tal que Usted procure ser feliz, sin preocuparse demasiado acerca de quien le recordará cuando fallezca.
[1] Griegos y romanos, hacían ceremonia, durante nueve días que era el tiempo que se tomaba el fallecido para llegar al otro lado. Dichos ritos son tomados por los nuevos cristianos, y en algún momento histórico, suponen ingresos extras para las iglesias. Entre los apóstoles se consideraba que fueron 9 días los que trascurrieron entre la resurrección y el pentecostés y los judíos aun hoy recuerdan a los fallecidos a la hora novena es decir las 3 de la tarde.