“Todos iguales, todos jodidos” parece ser el lema que guía las decisiones de política pública y de política económica del presidente López. Han pasado casi cuatro años, desde la arbitraria e ilegal cancelación del aeropuerto en Texcoco en octubre de 2018 y lo que observamos es que que prácticamente todas las decisiones que ha tomado han inhibido la inversión (en mayo de 2022 tenía el mismo nivel que en noviembre de 2013) y, en consecuencia, el crecimiento económico.
Como candidato prometió que durante su gobierno la economía crecería a una tasa promedio anual de 4% y que al final estaría creciendo al 6 por ciento. La realidad, esa que no le gusta ver, es que en lo que va de su gobierno la economía se ha contraído; al segundo trimestre de este año el PIB fue 1.7% menor al del cuarto trimestre de 2018 y tiene un nivel similar al que tuvo en el cuarto trimestre de 2017. Con el crecimiento esperado para este año de 1.8% todavía no se habrá recuperado el nivel que tenía cuando él asumió la presidencia. Más aún, si se cumplen las expectativas de crecimiento que se tienen para los siguientes dos años el crecimiento promedio anual para todo el sexenio sería de 0.2%, con una caída acumulada de alrededor de 5% del PIB por habitante.
Para tratar de esconder el fracaso económico que ha sido y será el gobierno del presidente López, es que durante el cuarto informe de gobierno aseveró: “Se ha desechado la decisión tecnocrática de medirlo todo en relación con medidores de crecimiento que no necesariamente representan las realidades sociales”. Y más adelante afirmó: “El fin último de un Estado es crear las condiciones para que la gente pueda vivir feliz. El crecimiento económico, y los incrementos de la competitividad y la productividad, no tienen sentido como objetivos en sí mismos, sino como medios para lograr un propósito superior, el bienestar general de la población y aún más preciso, el bienestar material y el bienestar del alma”.
Al parecer, porque lo ha repetido varías veces, lo más importante para él y sería el propósito que lo guía, más aún ante el fracaso económico, es aumentar (¿maximizar?) el “bienestar del alma” (lo que ello pudiese significar) restándole importancia a los bienes materiales que la gente necesita para satisfacer sus necesidades. Con este propósito es que ha emprendido una cruzada cuasi religiosa – moralizadora en contra de la riqueza enalteciendo, simultáneamente, las virtudes de la pobreza pensando, quizás, en el Evangelio según Lucas: “Bienaventurados vosotros los pobres porque vuestro es el reino de Dios” o en la aseveración de Jesús como relata el Evangelio según Mateo: “Y otra vez os digo que que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios”. Quizás es esto lo que está detrás, cuando en una de sus múltiples diatribas en contra del “neoliberalismo” afirmó: “Si ya tenemos zapatos, ¿para qué más?” y citó a Salvador Díaz Mirón: “Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto”.
Superfluo y estricto: conceptos vagos y obviamente relativos. Sabemos que las necesidades son ilimitadas y que no todas se pueden satisfacer porque los recursos son escasos; esto obviamente no excluye que racionalmente los individuos quisieran tener cada vez más recursos, aspiren a ser más ricos, porque ello les permitiría satisfacer más necesidades, más intensamente y con bienes de mayor calidad. ¿Cuando se considera que lo que se tiene y las necesidades que se satisfacen son superfluas? ¿Dos pares de zapatos? ¿Decenas de guayaberas como las que posee el presidente?
Si, por otra parte, alguien desea vivir como un asceta, satisfaciendo únicamente las necesidades consideradas como lo más básico, el minimum minimorum, allá él, pero esto no es representativo de lo que quieren y a lo que aspiran prácticamente todos los individuos y, menos aún, puede ser el objetivo de la política pública.
A un jefe de Estado se le elige para, básicamente, proveer el principal bien público: garantizar la seguridad de las personas y su propiedad para que, en un marco de igualdad de oportunidades y en el pleno ejercicio de su libertad, cada quien busque su prosperidad y su felicidad. A un jefe de Estado no se le elige para salvar el alma ni para hacernos pobres; trágicamente para los mexicanos, esto es lo que el presidente ha estado haciendo.
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