Corría el año 301 de la era común cuando en Roma el emperador Diocleciano emitió el “Edicto sobre Precios Máximos”, primer caso documentado de un control de precios. Desde entonces y en repetidas ocasiones a lo largo de la historia y en diversos países del mundo, particularmente en épocas inflacionarias, los gobiernos han recurrido a la fijación exógena de los precios, aunque los controles no acaben con la inflación, solo la repriman. El argumento que se utiliza siempre es el mismo: “para evitar un daño a las familias, particularmente a las de menores ingresos, es indispensable imponer precios máximos a los bienes de consumo”.
Desde el Imperio Romano hasta nuestros días, el control exógeno de precios siempre ha fracasado, generando serios daños a la economía y perjudicando principalmente a los consumidores de menores ingresos. Un control generalizado de precios es una manera rápida y segura de destruir una economía (como en México con Echeverría) y a pesar de toda la evidencia acumulada a lo largo de dos milenios, los gobiernos insisten en imponerlos. Simplemente no aprenden, como el presidente López, quien dejó entrever que fijaría precios máximos en los alimentos.
Partamos de dos hechos: 1. Entre menor sea el precio del bien, mayor será la cantidad demandada y menor será la cantidad ofrecida; 2. Cuando el mercado está en equilibrio, al precio vigente se igualan la cantidad demandada con la cantidad ofrecida.
Cuando se fija exógenamente el precio del bien por debajo del precio de equilibrio, se genera en el mercado un incremento en la cantidad demandada y, dado que no se puede seguir ofreciendo la misma cantidad dado que no se cubrirían los costos, cae la cantidad que las empresas ofrecen. Así, el primer efecto negativo de un control de precios es generar desabasto, es decir la cantidad ofrecida es menor que la demandada; los consumidores pierden porque no se ofrece la cantidad que desean adquirir y además está es menor que la que se ofrecía antes del precio máximo.
Por otra parte, dado que la cantidad demandada es mayor que la ofrecida y es esta la que se intercambia, el mercado se ajusta de alguna u otra manera de forma tal que los consumidores terminan pagando un precio efectivamente mayor que el precio fijado por el gobierno. ¿Cuáles son los diferentes tipos de ajuste que se pueden dar en un mercado sujeto a un precio máximo?
La forma más común de racionar un mercado en donde hay un exceso de demanda es por tiempo, es decir los consumidores utilizan este recurso escaso para averiguar en donde se está vendiendo el bien y además hacen filas. El tiempo utilizado tiene un uso alternativo, es decir se incurre en un costo de oportunidad, de forma tal que el precio efectivamente pagado es el precio máximo más el valor del tiempo utilizado en adquirir el bien.
Otra forma mediante la cual el mercado se ajusta a un precio máximo y los consumidores pierden es reduciendo la calidad del bien como mecanismo utilizado por los productores para reducir sus costos. Ejemplos abundan: “más agua a la leche”, “menos huevo en la pasta”, “tortillas producidas con el olote”, “teleras más chicas”, “taxis destartalados”.
Otra más es condicionar la venta del bien cuyo precio está controlado a la adquisición de otro bien en lo que se conoce como “ventas atadas”. Ejemplos: “solo le vendo bolillos si compra pan dulce”, “solo le vendo tortillas si compra el pedazo de papel para envolverlas, no importa que traiga su trapo”. Una más es a través de “ventas bajo mostrador” en donde vendedor y comprador negocian el precio por arriba del precio máximo.
Lo que es un hecho es que independientemente de cómo se ajuste el mercado, los consumidores siempre terminan perdiendo y quienes pierden relativamente más son los de menores ingresos. Si a pesar de toda la evidencia se imponen los precios máximos y empiezan a escasear los alimentos o las tortillas se ponen tiesas inmediatamente después de calentarlas, no le echen la culpa a los productores; el culpable habrá sido el presidente López, empeñado en seguir destruyendo la economía.
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