Escribo este artículo como un aficionado más del futbol. Me encanta este deporte. Nunca lo jugué bien, pero siempre me pareció muy divertido. Hoy estoy triste porque en mi país, que es tan futbolero, ha ocurrido una vergüenza que pone en peligro la continuidad de este deporte como un pasatiempo familiar.

Un amigo entrañable, que tiene fuentes impecables en el mundo de la seguridad pública, me envió el mismo sábado los videos y fotografías de lo ocurrido en el estadio La Corregidora, de Querétaro. Tenía un nudo en el estómago al terminar de ver estas escenas dantescas. Qué repugnante esta violencia de los hooligans mexicanos. Eso no es pasión futbolera, es violencia con saña que denota un profundo enojo social. So pretexto de apoyar a su equipo, estos vándalos sacan todo el odio que traen dentro de su sistema.

No deberíamos sorprendernos. Este país lleva ya muchos años en medio de una espiral de violencia. Muertos por aquí, muertos por allá y no pasa nada. Colgados, encobijados, decapitados. Mujeres violadas, periodistas asesinados, masacres a plena luz del día. Y, siempre, la maldita impunidad.

En medio de este terror, nos quedaba el bendito futbol. Poder asistir al estadio con toda la familia. Echarse una chela y disfrutar del partido. Emocionarse con alguna jugada y unirse a la porra. Bueno, pues eso es lo que peligra.

Los barristas nos quieren quitar el futbol a los aficionados de verdad. Se lo quieren quedar ellos, como en Argentina, donde los hinchas ya no pueden ir a la cancha, como dicen por allá. En el país sudamericano, de donde se trajo el modelo de las barras de animación, se convirtieron en grupos del crimen organizado que extorsionan y asesinan con impunidad. Grupos de choque que están a la venta al mejor postor. Todo porque queríamos aquí, en México, esos fabulosos cánticos que distinguen a las barras argentinas.

Hago un llamado respetuoso a las autoridades de la Federación Mexicana de Futbol para que tomen las medidas necesarias —por más duras que sean— a fin de evitar la expulsión de los aficionados y sus familias de los estadios. Si bien es divertido ver este deporte por televisión, no hay nada como asistir al evento en vivo.

El próximo sábado, si todavía es posible hacerlo, tengo la intención de ir a ver y sufrir con mi Cruz Azul, que va en contra de los Pumas de la UNAM. Quiero que me acompañen mis hijos. Nunca, en los más de cuarenta años que llevo asistiendo a los estadios de México, he tenido ningún problema. De repente por ahí se atraviesa el típico borracho que mienta madres, pero no pasa de eso.

Además, todos los mexicanos estamos esperando con ahínco el regreso del Mundial de Futbol en nuestro país dentro de cuatro años. Yo viví el de 1986 y puedo decir que es una experiencia única el recibir un Mundial en casa. Lo tendremos que compartir con Estados Unidos y Canadá, pero ya salivo de pensar en ver jugar de nuevo a la Selección Mexicana en un pletórico Estadio Azteca en una justa mundialista.

La vida me ha dado el privilegio de ver partidos en Europa, la meca del futbol internacional. He atestiguado cómo la pasión del público es igual o hasta mayor que en México. Sin embargo, es impresionante cómo se comporta la gente. Ni siquiera hay bardas o fosos que separen al público de la cancha. Nadie se salta. Terminando el partido, todos salen de manera civilizada.

Pero, ¡ojo!, la policía está presente e impide que la porra del visitante salga al mismo tiempo que la local. Lo tienen muy medido y controlado. Además, en algunos países como en Inglaterra, han tenido que tomar medidas muy estrictas para evitar que los hooligans hagan sus desmanes. Gracias a éstas, han logrado mantener la paz en los estadios y que las familias, con niños, regresen a ver el espectáculo.

Algo así requerimos en México. Llegó la hora de tomar medidas duras en contra de los hooligans nacionales. Se pueden implementar las mejores prácticas de otros países que han pasado por eso y lo han solucionado. No se trata de inventar el hilo negro, sino de tener la voluntad de poner límites muy estrictos.

Fue Jorge Valdano o Arrigo Sacchi el que dijo que “el futbol es lo más importante de las cosas menos importantes”. Lo que está en juego es precisamente la preservación de este maravilloso deporte que tanto nos distrae de las cosas importantes de la vida. Hagamos todo por conservarlo porque, sin eso, yo no sé qué le puede pasar a este país.

           Twitter:@leozuckermann

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