No importa lo que seamos o de dónde seamos (si de centro, de izquierda o de derecha), casi todos tenemos una aversión hacia la palabra polarización, misma que, lógicamente, concebimos como un vocablo de significado en extremo negativo; pero mucho me temo que, la polarización, con suma frecuencia, es la respuesta moral ante ciertas encrucijadas de orden ético y político, ¿o acaso no crees, no sólo que fomentamos, sino que hacemos bien en fomentar la polarización al expresar que el nazismo y que los nazis y los neonazis son ideologías e individuos, respectivamente, malévolos y genocidas sobremanera o, en el menos grave de los casos, apologistas directos del genocidio y de la xenofobia?
Obviamente yo sí. Por ende, me declaro, incluso con inmenso orgullo, un total, radical y extremista opositor del genocidio, así como del Nacional Socialista y cualquier otra perversa forma tanto de fascismo como de socialismo asesino y totalitario (y que los tibios y los malvados se formen por allá, lejos de mí y de los míos).
Por otro lado (y aterrizando el tema en nuestro país), pareciera que la áspera polarización entre chairos y fifís fuera cosa exclusiva de México, pero, poniendo un poco más de atención sobre el asunto, es fácil darnos cuenta de que, semejante conflicto ideológico, sin lugar a dudas, es más un fenómeno global que cualquier otra cosa.
Hay, en muy resumidas cuentas, dos bandos encontrados entre sí a nivel mundial dentro de estas guerras culturales y políticas (mismos que son nada menos que los que conforman las dos partes antagónicas que presiden esta especie de Segunda Guerra Fría en la que todos, sin excepción, actualmente nos encontramos inmiscuidos): los países como China, Rusia y sus amigos (todos ellos antidemocráticos, antirrepublicanos y antiparlamentarios), y, por otro lado, los países occidentales del primer mundo y sus amigos (todos ellos democráticos, republicanos y/o parlamentarios).
En pocas palabras: países en los que ni siquiera puedes manifestarte públicamente contra el gobierno o ni siquiera entran ni Google o Facebook (a ese extremo sus repudiables niveles de censura, con el pretexto de que lo contrario representaría una supuesta amenaza a su seguridad nacional, justo como ahora ya lo es el investigar o pedir cuentas claras sobre la obra pública del tiranito de López Obrador, que ahora resulta que no puede transparentarse a raíz de las terribles corruptelas que la prensa recién descubrió dentro del ejército-constructora en el que López ha convertido corruptamente a la SEDENA), y países en los que al menos puedes insultar al presidente en un artículo como éste (al menos todavía y por lo pronto).
Es cierto, sin embargo, que en los países menos libres, los fifís o liberales (o como quieras llamarlos) brillan por su ausencia (pues o son brutalmente acallados o asesinados, o simplemente han tenido que huir de su tierra hacia un país libre), mientras que las democracias occidentales están mucho más que plagadas de chairos radicales (también conocidos como comunistas de Starbucks), básicamente soñando (consciente o inconscientemente) con convertir a sus países en regímenes totalitarios (como lo son, precisamente, China, Rusia, Cuba o lo que fue la Unión Soviética, Estados tan terriblemente autócratas que, si comparáramos el nuestro con alguno de ellos, nos sentiríamos, con todo y los gigantescos males que sin duda padecemos, más libres que un águila en la cima del monte), pero a pesar de ese nutrido cúmulo de manzanas podridas dentro de los países menos malos, sin lugar a dudas podemos afirmar que estos últimos (los países libres) son inmensamente mejores que los totalitarios (aquellos -los totalitarios- en los que el gobierno y su ejército van primero que el individuo y que el conglomerado de individuos, que no es otro que el pueblo mismo).
¿Y qué es, en esencia, lo que diferencia a una tiranía de un país libre?
Para mí, lo que distingue el sendero hacia uno u otro destino, tiene que ver con la función que ejerce el gobierno para conmigo mismo, es decir:
Si se quiere comportar como un padre y a mí quiere tratarme como a su hijo, estamos en una dictadura tiránica o estamos en camino a una.
Si se quiere comportar como un árbitro y a mí quiere tratarme como a un jugador de futbol, estamos en un país libre o estamos en camino a uno.
Si se quiere comportar como mi amo y a mí quiere tratarme como a su sirviente, estamos en una dictadura tiránica o estamos en camino a una.
Si se quiere comportar como mi sirviente y a mí quiere tratarme como a su amo, estamos en un país libre o estamos en camino a uno.
Moraleja: la libertad y los derechos inalienables del individuo (su derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada) no sólo no se negocian, sino que simplemente se defienden a muerte y ante quien sea, por más que ello nos lleve a la más cruda, violenta y radical de las polarizaciones posibles y/o imaginables.