En varias ocasiones, el panista Diego Fernández de Cevallos se ha referido al presidente López Obrador como “El Tartufo”. Para quienes no les resulta familiar dicho apelativo, cabe la aclaración de que El jefe Diego se refiere al personaje que dio nombre a la comedia escrita por Jean-Baptiste Poquelin, mejor conocido como Molière. La obra de cinco actos fue estrenada en 1664 y se tituló “Tartuffe ou l’Imposteur” (Tartufo o el impostor).

Es una puesta en escena que se mofa de la ingenuidad de quienes creen en la falsedad del protagonista: Tartufo. Un personaje siniestro que se caracteriza por su hipocresía, manipulación, mezquindad y avaricia. La obra teatral alcanzó tal relevancia, particularmente por tantos intentos de censura por parte de la élite de la época, que, un siglo y medio más tarde, el cura Miguel Hidalgo montaría la misma obra en la Nueva España. Además, la Real Academia Española incorporó la palabra “Tartufo” al diccionario, definiendo así a un hombre hipócrita y falso.

Y hablando de hipocresías, hace unos días, los diputados federales convocaron al consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE) a la tribuna del Palacio de San Lázaro. Allí, los “dignos” representantes del pueblo (oficialistas) lanzaron cuanto vituperio se les ocurrió, tanto que hasta parecían chachalacas. El tema fue la ampliación presupuestal solicitada por el órgano electoral para el Ejercicio 2022, el cual se elevó por más de tres mil millones de pesos, debido a la necedad, digo, a la iniciativa presidencial para llevar a cabo una consulta sobre una posible revocación de mandato.

“La democracia no se intimida ante nadie”, espetó en una de sus intervenciones Lorenzo Córdova, yo le abonaría que la Constitución tampoco. Pues, aunque al presidente le dio por jugarle a la “llorona”, diciendo que sin el pueblo él no es nadie y que renunciaría si la mayoría decide que se le revoque su mandato, aún y cuando no se alcance el 40% de la participación requerida. Por lo que habría que recordar al amable lector (para que no se deje engañar), que, en dicho caso, el artículo 84 constitucional señala que la renuncia a la Presidencia debe ser calificada por el Congreso, el cual está a los pies de López Obrador y que, dado ese caso, rechazaría su renuncia haciéndolo ver como el paladín de la democracia.

Por cierto, para el momento en que el autor de esta columna se encuentra afinando los últimos detalles, el presidente de México ha arribado a territorio estadounidense. Se dirige a dar su mensaje anticorrupción ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el mismo micrófono donde líderes mundiales de distintas épocas han lanzado mensajes que, más directa que indirectamente, han marcado la historia de la humanidad, por lo menos, desde 1945. Pobre Marcelo, no quisiera estar en sus zapatos en este momento.

Quienes parece que decidieron emanciparse fueron los legisladores de la oposición. Luego de múltiples exigencias hechas por “chicos” y “grandes”, finalmente abrieron fuego contra el partido oficialista y enérgicos (por lo menos así intentaron mostrarse), dieron un no “contundente” a la propuesta de reforma energética promovida por el Gobierno Federal. Aunque, parafraseando al gran Cantinflas, como dijo ese gran poeta, que no dijo nada porque no le dieron tiempo: un político no es otra cosa que aquel que piensa una cosa y hace otra. Al tiempo, juzgará usted.

Post scriptum: “Casi todos los hombres mueren de sus remedios, no de sus enfermedades”, Molière.

* El autor es doctorando en Derecho Electoral y asociado individual del Instituto Nacional de Administración Pública.

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