El movimiento independentista inició al alba del domingo 16 de septiembre de 1810. El cura de la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, cuya construcción fue iniciada cien años antes por los conquistadores que rebautizaron el sitio conocido como “Cocomán”, por la etnia guamare.
Aquel espacio, que 20 años atrás había ascendido su categoría de congregación a pueblo, se convirtió en la Cuna de la Independencia. No sólo por disposición presidencial, sino en el cancionero del hijo predilecto de Dolores Hidalgo: José Alfredo Jiménez.
La icónica iglesia fue testigo de las arengas pronunciadas por Miguel Hidalgo, la anécdota es por todos bien conocida. Dicho sea de paso, el párroco nunca repicó la campana ni tampoco llevaba consigo el estandarte de la Virgen de Guadalupe, dado que éste fue adoptado (y adaptado) a su paso por el Santuario de Jesús Nazareno en Atotonilco, a unos 28 kilómetros de distancia. Mientras, los gritos del sacerdote eran para que lo escucharán las más de 800 personas allí reunidas. Así, la divinización de los personajes que participaron en esa guerra nos ha distanciado de la realidad.
La tradición de El grito comenzó dos años después de su versión original. En 1812, Ignacio López Rayón conmemoró dicho momento con una misa y arengas a los insurgentes en Huichapan, hoy estado de Hidalgo. Con sus variantes, la fecha se convirtió en una celebración nacional una vez consumada la independencia. En la década de 1840, las festividades comenzaban desde la noche previa con serenatas, desde ahí cambió la tradición. Lo cual, echa abajo el mito de que se adelantó debido al cumpleaños del presidente Porfirio Díaz, quien nació el 15 de septiembre de 1830.
Fue precisamente don Porfirio quien dio el sentido heroico, nacionalista y hasta magnánimo a la fecha, con la celebración del centenario en 1910. En dicho marco, se inauguraron obras como la Columna de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez, además de bailes, cenas de gala, desfiles con carros alegóricos y recorridos militares.
Todo ello ha abonado a la idea errónea de que México surge como nación en 1810, cuando en realidad el Acta de Independencia del Imperio Mexicano data del 28 de septiembre de 1821, es decir, hace 200 años. El día anterior, Agustín de Iturbide entró triunfante a la Ciudad de México, comandando al Ejército de las Tres Garantías, luego de haber logrado los Tratados de Córdoba, mediante los cuales, Juan de O´Donojú, último jefe político español, reconoció nuestra soberanía el 24 de agosto de 1821 en Veracruz.
Mucho se ha lucrado económica y políticamente con la Independencia, basta recordar el Coloso del Bicentenario y la controversial Estela de Luz como prueba de ello. Once años después, las cosas no distan mucho. Personas cercanas a AMLO son señaladas de corrupción; mientras, su esposa, además de un excesivo protagonismo, ejerce una notable influencia sobre el tabasqueño. A ello, debemos sumar la tergiversación de la historia para favorecer su estrategia de polarización, pues el hecho de que un “fifí” del siglo XIX haya logrado la independencia no coincide con las intenciones del presidente.
La guerra comenzó, terminó y nos legó un grito. El primero de esperanza, el segundo de júbilo y el actual de auxilio. Es cierto que, ahora sí, México cuenta con 200 años de libertad, identidad y autonomía. Lo que seguimos pidiendo a gritos es un buen gobierno.
Post scriptum: “La división en los pueblos es causa precisa de su desolación”, Agustín I de Iturbide.
* El autor es doctorando en Derecho Electoral y asociado individual del Instituto Nacional de Administración Pública.
CONTACTO: