Incluso una gran parte de los socialistas contemporáneos, ante la avasalladora evidencia empírica de ya más de dos siglos de historia económica reciente, se han visto acorralados y, por ende, obligados a aceptar que el capitalismo, en materia económica, es el papá de los pollitos (pues de una pobreza mundial extrema de un 95% en 1810, gracias al libre mercado, logramos como humanidad lo que nunca antes en toda la historia del planeta: revertir la ecuación en tan sólo dos siglos, logrando ahora contar -es decir, justo antes de la pandemia- con una pobreza mundial extrema de tan sólo un 5%, y eso a pesar de que la población mundial aumentó en dicho periodo de 1,000 millones de habitantes a casi 7,800 millones, y aun así la pobreza, como ya lo señalaba, en vez de haber aumentado -pues somos casi ocho veces más los “invitados a la fiesta”, por lo que pareciera lógico que nos tocaran menos rebanadas de pizza por cabeza-, la pobreza, decía, aun así logró disminuir de forma dramática, casi mágica y, repito, como jamás había sucedido en toda la historia de todas las culturas de la humanidad conocidas hasta el momento).
Sin embargo, el socialista suele embestir en contra de semejante y tan próspero sistema (enriquecedor no sólo de los más pobres, sino también de los clasemedieros e incluso de los ricos) elaborando un argumento más bien débil pero que, al menos desde cierto punto de vista, es enteramente válido.
El argumento dice más o menos así:
Imaginemos que dejamos en manos del libre mercado la obra pública de toda una nación. ¿Qué sucedería al respecto? Que un particular (seguramente un ingeniero) estudiaría si sería conveniente para él y su empresa (es decir, redituable) y, obviamente, conveniente también y principalmente para la gente (pues ésta última sería la encargada de, digamos, “consumir su producto”), si sería viable, decía, el construir un puente entre el pueblo A y el pueblo B. El ingeniero entonces hace estudios y éstos determinan que sí: que la gente quiere y/o necesita dicha obra de ingeniería (y, consecuentemente, está más que dispuesta a utilizarla y, lógicamente, a pagar el respectivo peaje que dicha obra le genere), por lo que el ciudadano privado (el ingeniero) construye el puente, cobra peaje por un periodo determinado de tiempo (no sólo para recuperar toda su inversión sino, obviamente, también para obtener buenas utilidades al respecto) y la gente paga por ese puente por un periodo específico hasta que, después de varios años o incluso lustros o décadas, el puente ya se torna digamos que enteramente gratuito o casi gratuito. El empresario y la gente de los pueblos A y B felices, porque obtuvieron su puente (mismo que, debido a que realmente se necesitaba, se paga con mucho más gusto que otra cosa), y el resto de la sociedad civil también feliz, pues, aunque no vive ni en el pueblo A ni en el pueblo B, al menos no tuvo que pagar ni un peso de sus bolsillos por la construcción de aquel famoso puente (pues nunca o casi nunca lo utilizará), sino que, el resto de la gente, sólo pagará el respectivo peaje si algún día se le ocurre ir a visitar semejante zona.
Así, realmente, todos contentos.
Pero aquí viene, por fin, la parte del argumento en contra: ¿qué si los pueblos A y B tienen una población de tan sólo 100 habitantes y, por lo tanto, no es redituable construir dicho puente? Es decir, ¿qué sucede si, al realizar los respectivos estudios, el ingeniero civil determina correctamente que la construcción de dicho puente no es redituable y, por lo tanto, decide no construirlo para no perder su dinero en semejante obra pública? El capitalista insensible (desde su limitado campo de estudio) respondería diciendo: ¡pues se amolaron!, si no es redituable, significa que el puente no es realmente necesario para una gran mayoría de nuestro pueblo, por lo tanto, que las 100 personas le hagan como puedan (pues no le vamos a quitar dinero, por la fuerza, a todo el resto de la sociedad -a aquellos que nunca utilizarán el puente-, tan sólo para poder costearlo para beneficio de unos cuantos. ¡Eso, para que vean, vaya que sí sería enteramente injusto!)
¿Y qué argumenta el socialista y el tibio neoliberal o socialdemócrata al respecto?
Expropiemos a los ricos (al menos una parte de su abundante riqueza); quitémosles parte del fruto de su trabajo, aunque no quieran (es decir, a punta de pistola por medio de los famosos impuestos) y construyamos ese puente, aunque sólo lo utilicen 100 ciudadanos.
Y lo más curioso de todo es que, al menos en cierto sentido, ambos lados se encuentran parcialmente en lo correcto y parcialmente equivocados.
Aquí, entonces, los contraargumentos al respecto:
El mercado es limitado; la libertad de mercado, es también muy limitada; es decir, no es una panacea universal, en absoluto. Pretender arreglarlo todo por medio del mercado, es tan ingenuo (por no decir estúpido) como querer arreglarlo todo con dinero (o con palabras o con abrazos). El libre mercado sólo sirve para sacarnos a todos de la pobreza y punto (para enriquecer a los pueblos pacífica y consensualmente, sin guerras ni violencia de por medio, y para que haya mucha mayor riqueza e innovación de todo tipo y en todos lados).
Y así como las ciencias económicas tienen claras limitaciones, también las tienen las ciencias políticas, sin lugar a dudas, y también las ciencias duras y prácticamente todo en este mundo.
¿Qué significa exactamente lo anterior?
Bueno, pues significa que, si te duele la muela, lo prudente es que acudas a un dentista, no a un astronauta (y que, si quieres aprender a realizar una caminata espacial, acudas a un astronauta, no a un dentista). Lo anterior no es una crítica en contra de los astronautas, ni tampoco en contra de los dentistas. Tan sólo significa que, si quieres tomar sopa utilices una cuchara en vez de un tenedor (lo que, nuevamente, no es ni una crítica al tenedor ni un elogio universal a la cuchara como el mayor invento de toda la historia, para nada); sólo quiere decir que el mercado sirve para ciertas cosas y el monopolio legítimo de la violencia, que es el Estado (como bien lo definiera Max Weber), sirve para otras, pero que ni el libre mercado ni tampoco el Estado, son la solución para atender las genuinas e innegables necesidades específicas de aquellos 100 ciudadanos desamparados que habitan los pueblos A y B de nuestro hipotético ejemplo.
Así que lo que quiero decir con todo lo anterior es que, ese problema en particular (problema que nadie niega que exista ni que sea mucho más que lamentable) no se soluciona ni con libre mercado ni con intervención estatal, sino con caridad.
El ofrecer o el pedir ayuda (el pedir limosna, caridad o como gustes llamarlo) no sólo es un millón de veces menos vergonzoso que robar, sino que, cuando por desgracia no tenemos los medios para salir adelante (incluso para poder adquirir legítimamente un pedazo de pan para no morir de hambre), lo moral es pedir ayuda y también que se nos brinde. Por lo tanto, los 100 habitantes de los pueblos A y B, en dicho panorama pueden y deben pedir ayuda al prójimo, crear un Go Fund Me, una colecta entre todos, y la comunidad entera, sin que se le obligue a punta de pistola a ayudarlos a construir su puente (como sucedería si el dinero requerido para semejante obra se lo expoliamos a la fuerza, por medio de impuestos en contra de los que ni la deben ni la temen), estará obligada moralmente (y sólo moralmente) a ayudar a sus hermanos necesitados y/o en desgracia.
Eso se llama caridad (un valor supra justo que, como bien lo dice su nombre, es, al igual que el amor, un valor superior incluso a la justicia misma: ayudar a nuestro hermano necesitado por pura y plena voluntad propia y no a punta de pistola, por supuesto, pues si así fuera, a semejante acto deberíamos entonces llamarlo robo en vez de caridad, en honor a la Verdad, a la congruencia y a la buena semántica).
En pocas palabras (y como ya lo decía), para intentar resolver el problema debemos hacer entre todos una campaña bien diseñada, honesta y clara, en la que se pida la ayuda gratuita y voluntaria requerida para que se pueda construir dicho puente, inviable desde una perspectiva netamente capitalista (pues semejante proyecto no sería rentable en términos económicos) pero también injusta desde una perspectiva netamente gubernamental (pues, de ser implementada por este medio, pagarían, a la fuerza, justos por pecadores).
Hay muchos problemas materiales que el capitalismo puede resolver; para todo lo demás, existe la caridad.