Uno de los conceptos más debatidos en la prensa de Alemania en 2015 fue “Willkommenskultur”, la “cultura de la bienvenida”, que alude a la disposición de muchos de sus habitantes a recibir con gestos amistosos a quienes buscan asilo en este país. Pero los sucesos registrados en Colonia en el último día de ese año, durante la celebración de la Nochevieja, enrarecieron el ambiente: la policía local recibió reportes de cientos de agresiones sexuales y robos perpetrados por hombres que, según las denuncias, parecían provenir del norte de África.
La ola de indignación no se hizo esperar porque el incidente fue relacionado con el creciente número de personas que emigran de las zonas en guerra del Medio Oriente y solicitan asilo en Europa. La conclusión que muchos sacaron de lo acontecido fue que sería difícil –si no imposible– integrar a estos refugiados a la sociedad alemana. Otros se preguntan si el aumento de la criminalidad es atribuible al flujo migratorio proveniente de Siria, Irak y Afganistán. Esos temores han sido instrumentalizados por políticos populistas, generalmente de derecha.
Sin embargo, un estudio del grupo berlinés Mediendienst Integration refuta la existencia de un vínculo empíricamente comprobado entre el incremento de los índices de delincuencia en Alemania y la llegada de los refugiados. La investigación realizada por el criminólogo Christian Walburg se basa en las estadísticas de la Oficina Federal de Investigación Criminal. Aunque hubo un aumento significativo en la cantidad de viviendas robadas y víctimas de carteristas, otro experto del Mediendienst Integration, Ulf Küch, asegura que estos delitos no son cometidos por refugiados.
La integración es clave
Küch, que es jefe de la policía criminal de la ciudad de Braunschweig, responsabiliza a personas de Europa Oriental y del Magreb por el incremento de los crímenes mencionados, subrayando que estos dos grupos no pertenecen al contingente que llegó solicitando asilo en 2015, sino que viven en territorio alemán desde hace mucho tiempo. La criminóloga Sandra Bucerius, que vive y trabaja desde hace años en Canadá, contradice la propaganda de los populistas xenófobos de todo el mundo enfatizando más bien que “la inmigración tiende a reducir las tasas de criminalidad a escala nacional”.
Bucerius sostiene que la inmigración no permite que esos índices suban. Lo que sí diagnostica es un aumento de la delincuencia en la segunda generación de las comunidades inmigrantes. A su juicio, uno de los factores de riesgo más grandes es la falta de integración, y la integración no es un proceso que dependa exclusivamente de los inmigrantes o del Estado receptor; también la sociedad receptora debe propiciar el acercamiento. Esto funciona mejor en los países que tienen una larga tradición como receptores de inmigrantes que en los Estados europeos.
“Estructura de la bienvenida”
Bucerius señala que, además de una “cultura de la bienvenida”, a los países europeos les hace falta desarrollar una “estructura de la bienvenida”. Walburg la secunda, alegando que “inmigrantes adultos con acceso al mercado laboral o con esperanzas de encontrar empleo no sobresalen por cometer delitos”. De ahí que Walburg inste a mejorar la situación de las personas cuya permanencia en Alemania es tolerada por las autoridades, a pesar de no haber recibido asilo todavía. Actualmente, éstas no reciben ni siquiera cursos de alemán.
“La inseguridad en que las sume su estatus jurídico las hace susceptibles de incurrir en actividades delictivas”, dice Walburg. Un documento de la Oficina Federal de Investigación Criminal llega a conclusiones similares. La más importante: pese a la gran cantidad de refugiados que llegaron a Alemania, el número de delitos cometidos por inmigrantes entre enero y marzo de 2016 se redujo en un 18 por ciento. Lo que le preocupa a esa institución es el aumento de los delitos xenófobos y racistas cometidos contra edificios habitados por refugiados o destinados a acogerlos y contra los refugiados mismos o contra personas percibidas como tales.