El 10 de diciembre, conmemoramos el 70º aniversario de un documento extraordinario, la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Creo firmemente que la Declaración Universal es tan pertinente hoy como lo era cuando se aprobó, hace 70 años.

Probablemente lo es aún más, ya que en las últimas décadas ha pasado de ser un tratado de aspiraciones a convertirse en un conjunto normativo que ha influido en casi todos los ámbitos del derecho internacional.

La DUDH ha resistido a las pruebas de los años transcurridos, la llegada de nuevas tecnologías y a sucesos sociales, políticos y económicos que sus redactores no hubieran podido prever.

Sus preceptos son tan fundamentales que pueden aplicarse en cada nueva disyuntiva.

La Declaración Universal nos proporciona los principios que necesitamos para dirigir la inteligencia artificial y el mundo digital.

La DUDH despliega un marco de respuestas que pueden usarse para contrarrestar los efectos del cambio climático sobre las personas e incluso sobre el planeta.

La DUDH nos ofrece las bases para garantizar la igualdad de derechos a grupos, tales como el colectivo LGBTI, que pocos se habrían atrevido a mencionar siquiera en 1948.

Todo el mundo tiene derecho a todas las libertades que figuran en la DUDH, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.

Las palabras finales de esa frase -“otra condición”- se han citado con frecuencia para ampliar la lista de personas específicamente protegidas. No solo el colectivo LGBTI, sino también las personas con discapacidad, que ahora disponen de una convención propia, aprobada en 2006. Los ancianos, que también podrían recibir una. Los pueblos indígenas. Minorías de toda índole.

Todos.

El género es un concepto que se aborda en casi todas las cláusulas de la Declaración. Para su época, este documento muestra una notable ausencia de lenguaje sexista. La DUDH hace referencia a “todo el mundo” y a “nadie” a lo largo de sus 30 artículos.

Este uso novedoso del lenguaje refleja el hecho de que, por primera vez en la historia del derecho internacional, las mujeres desempeñaron una función preeminente en la elaboración de la DUDH.

El papel que desempeñó Eleanor Roosevelt, que presidió el comité de redacción, es harto sabido. Algo menos conocido es el hecho de que mujeres de Dinamarca, Pakistán, el bloque comunista y otros países del mundo entero también realizaron aportes decisivos.

En realidad, fue gracias a la redactora india Hansa Mehta, que el enunciado en lengua francesa “todos los hombres nacen libres e iguales”, procedente de la Declaración de derechos del hombre y el ciudadano, se transformó en “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, tal como figura en la DUDH.

Una oración sencilla, pero –en lo relativo a los derechos de las mujeres y las minorías- una frase revolucionaria.

La Sra. Mehta discrepó con Eleanor Roosevelt, quien sostenía que el concepto genérico de “hombre” abarcaba también a las mujeres –idea ampliamente aceptada por entonces. La Sra. Mehta sostuvo que los países podían usar esa acepción tradicional para limitar los derechos de las mujeres, en lugar de ampliarlos.

Nacida de la devastación causada por dos Guerras Mundiales, la Gran Depresión del decenio de 1930 y el Holocausto, la Declaración Universal se orienta a la prevención de catástrofes similares, y de las tiranías y vulneraciones que les dieron origen. La DUDH traza el camino para evitar que sigamos dañándonos mutuamente y trata de “librarnos del temor y de la miseria”.

La DUDH fija límites a los poderosos e inspira esperanza a quienes carecen de poder.

A lo largo de las siete décadas transcurridas desde su aprobación, la DUDH ha servido de base a innumerables transformaciones positivas en la vida de millones de personas en el mundo entero y ha influido en unas 90 Constituciones nacionales y numerosas leyes e instituciones nacionales, regionales e internacionales.

Pero, 70 años después de su aprobación, la tarea a la que la DUDH nos convoca está lejos de haber terminado. Y nunca concluirá.

En 30 artículos nítidos, la Declaración Universal nos presenta las medidas que podrían poner fin a la pobreza extrema y proporcionar a todos alimentos, vivienda, salud, educación, empleo y oportunidades.

La DUDH alumbra el sendero hacia un mundo sin guerras ni holocaustos, sin torturas ni hambrunas ni injusticias. Un mundo en el que el sufrimiento se reduce al mínimo y nadie es lo suficientemente rico o poderoso como para eludir la justicia.

Un mundo donde cada ser humano posee el mismo valor que sus prójimos, no sólo al momento de nacer, sino a todo lo largo de la vida.

Los redactores de la DUDH querían prevenir el estallido de nuevas guerras mediante el tratamiento de las causas profundas de los conflictos, postulando los derechos a los que cualquier persona del mundo podría aspirar por el simple hecho de existir –y estipulando en términos inequívocos lo que no debía infligirse a los seres humanos.

Los pobres, los hambrientos, los desplazados y los marginados: los redactores de la DUDH trataron de crear sistemas para apoyarlos y protegerlos.

El derecho a la alimentación y el derecho al desarrollo son decisivos. Pero han de alcanzarse sin discriminación por motivo de raza, género u otras condiciones. No se puede decir al pueblo: Yo os alimentaré, pero no os permitiré expresar vuestras ideas ni disfrutar de vuestra religión o vuestra cultura.

Los derechos a la tierra y a la vivienda adecuada son absolutamente fundamentales –pero en algunos países las medidas de austeridad los están lesionando, en detrimento de los más vulnerables.

El cambio climático puede socavar los derechos a la vida, la alimentación, la vivienda y la salud. Estas prerrogativas están interrelacionadas y la DUDH y los convenios internacionales ofrecen una hoja de ruta para su consecución.

Estoy convencida de que el ideario de los derechos humanos, proclamado en esta Declaración, ha sido uno de los adelantos conceptuales más positivos de la historia de la humanidad, así como uno de los más exitosos.

Pero hoy en día ese progreso está amenazado.

Todos nacemos “libres e iguales en dignidad y derechos”, pero millones de personas en todo el mundo no siguen siendo libres e iguales después de haber nacido. Cada día, ven pisoteada su dignidad y violados sus derechos.

En muchos países se ataca el principio fundamental de que todos los seres humanos son iguales y poseen derechos inherentes. Y se socavan las instituciones que con tanto esfuerzo han creado los Estados para hallar soluciones comunes a los problemas colectivos.

La extensa red de normas y tratados internacionales, regionales y nacionales, que ha permitido poner en práctica el ideario de la DUDH, también se deteriora por la acción de gobiernos y políticos que cada vez se centran más en intereses estrechos y nacionalistas.

Todos debemos defender con más energía los derechos que la DUDH proclama que deberíamos tener, no sólo nosotros, sino todos nuestros prójimos, y que están en riesgo permanente de erosión, a causa del olvido, la negligencia y el flagrante desprecio de nuestros líderes y de nosotros mismos.

Quiero concluir este texto en el punto donde la Declaración Universal comienza, con la enérgica promesa –y también advertencia- que figura en las frases iniciales del Preámbulo:

“…La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.

“…El desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y [que] se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;

“…Es esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”;

Como también deberíamos prestar más atención a las palabras finales del mismo Preámbulo:

“…tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en [esta Declaración], promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción”.

Desde 1948 hemos recorrido un largo trayecto por este camino. Hemos adoptado muchas de las medidas progresivas recomendadas por la Declaración Universal, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Pero aún nos queda mucho por hacer y demasiados dirigentes mundiales parecen haber olvidado estas palabras poderosas y proféticas. Es preciso que rectifiquemos ese olvido, pero no solo hoy, no solo en el 70º aniversario que se celebrará el lunes próximo, sino cada día, cada año.

Los defensores de derechos humanos del mundo entero se encuentran en la vanguardia de la defensa de la DUDH, mediante su labor, dedicación y sacrificio. Cualquiera que sea el lugar donde vivimos o la circunstancia en que nos encontramos, la mayoría de nosotros disponemos de la capacidad para marcar la diferencia, para mejorar nuestros hogares, nuestras comunidades y nuestro mundo en beneficio de los demás –o para empeorarlos-. Es preciso que cada uno de nosotros haga lo que le corresponde con el fin de vivificar el hermoso sueño de la Declaración Universal.

Porque ese fue el legado de nuestros antepasados, para ayudarnos a que nunca más tuviéramos que sufrir lo que ellos padecieron.

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La Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el Palacio de Chaillot, en París, tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial. La Declaración fue el resultado de 18 meses de trabajo realizado por un comité de redacción, que contó con miembros y asesores del mundo entero y que, -en palabras de uno de sus principales artífices, René Cassin- “al término de 100 reuniones de debates sublimes, a menudo apasionados, la aprobó en formato de 30 artículos, el 10 de diciembre de 1948”.

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