Iniciar un nuevo año con optimismo siempre es buena idea. Pero no un optimismo ciego, de euforia desbordada o apalancado en un poder superior. Propongo un optimismo racional, uno que nazca del reconocimiento de las amenazas que enfrentamos; un optimismo que, como el agua subterránea, se esconde bajo la aridez del pesimismo. Tienes más probabilidades de salir adelante si conoces a tu enemigo que si lo ignoras. Les expongo tres circunstancias adversas bajo las que vivimos y tomamos decisiones, y qué podríamos hacer para gestionar un mundo incierto y complejo.

Cada vez es más difícil discernir la verdad en un mar de noticias imprecisas y manipuladas. Recientemente hubo un evento que fue noticia en diferentes medios. Como tengo acceso a información de primera mano por uno de los protagonistas y conozco las circunstancias de fondo, me doy cuenta de las serias imprecisiones con las que diversas fuentes transmitieron o interpretaron «los hechos». No es la primera vez que escucho o leo datos equivocados en los medios. Quiero pensar que en la mayoría de las veces se trata de falta de capacidad profesional de los reporteros, quienes cometen pifias garrafales (cambian nombres, inventan declaraciones, equivocan cifras) que terminan tergiversando lo sucedido. En otros casos seguramente hay la deliberada intención de torcer la realidad con fines inconfesables.

Deberíamos aceptar que no toda la información que nos llega es verídica. Si yo fuera gobernante, expuesto a malas interpretaciones o notas malintencionadas, por supuesto que haría las conferencias mañaneras. Así como tememos un escenario orwelliano, donde el Estado controla la información, también temamos la información equivocada. El verdadero peligro radica en que las personas no cuestionen lo que leen, ya sea en los medios o en las conferencias de quienes detentan el poder.

Segunda circunstancia: idealizamos el bien y el mal, creemos que la frontera de la moralidad es un muro, acostumbramos pensar que todos los mexicanos queremos vivir en paz y bajo un Estado de derecho. La realidad es que con frecuencia nos enteramos de que hay familias enteras dedicadas a actividades ilícitas, donde no solo participan hombres, también madres, hermanas, esposas y hasta menores de edad, que se vuelven desde cómplices hasta perpetradores directos. Abunda en la sociedad mexicana un desprecio por la ley que, por cierto, tiene dos caras, la escrita y la practicada. La segunda vive bajo la corrupción y la impunidad, síntomas de una cultura que no acata el orden jurídico, lo negocia, lo transa. La banalización de las transgresiones cotidianas, como infracciones de tránsito, sobornos menores, evasión fiscal y más, me llevan a pensar que no tenemos el gobierno que merecemos, tenemos el gobierno que somos.

Tercer contexto: los algoritmos son la nueva mano invisible que guía nuestras decisiones. Millones de datos sobre nosotros son usados para predecir y manipular lo que hacemos y cómo pensamos (desde compras superfluas, hasta el voto y el consumo de contenidos). La era digital tiene un espejismo: creemos que decidimos libremente. La tecnología conoce mucho sobre nosotros, más de lo que probablemente nos gustaría. No solo nos llegan mensajes a nuestra medida, somos destinatarios de realidades personalizadas. Los algoritmos moldean nuestras creencias políticas y sociales, crean burbujas ideológicas donde solo recibimos información que confirma lo que ya pensamos. Como en «Un mundo feliz», de Aldous Huxley, la manipulación no es por medio del terror, sino del placer, el ego y la comodidad (o sea, los «likes»).

Información falsa, desprecio por el Estado de derecho y manipulación digital son parte del mismo coctel que podríamos llamar degradación sistémica. Necesitamos desarrollar la responsabilidad individual en la construcción de una mejor sociedad y un mejor país. El optimismo no consiste en ignorar los nubarrones, sino en enfrentarlos con estrategia. La esperanza radica en nuestra capacidad de aprender a dudar, comprobar lo que leemos, actuar con responsabilidad ante la ley, y desconectarnos de las burbujas digitales que nos aíslan.

Pensar críticamente es el acto más subversivo que podemos hacer en tiempos de desconfianza y degradación. Es también el acto más optimista.

@eduardo_caccia

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