En múltiples ocasiones me he referido a la concepción básica de la palabra “política”. De ella, sobresalen dos definiciones. La primera destaca tres elementos esenciales: organización, funcionalidad y bien común. La segunda señala que política es una persona “Cortés, urbana”. Es decir, el diccionario de la Lengua Española dice que la política es: “Cortesía y buen modo de portarse”.
Entendamos que la urbanidad a la que evoca la definición anterior no guarda una relación directa con el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño, publicado en 1853. Aunque a más de una figura contemporánea no le vendría mal echarle una hojeada. Sin embargo, resulta más adecuado utilizar la palabra “civilidad” como sinónimo, que “buenos modales”.
Así, la política es el medio educado, respetuoso y tolerante, mediante el cual se alcanzan consensos para el bien común. O por lo menos debería de serlo. Una muestra muy clara de lo que no es política fue lo ocurrido hace unos días entre el presidente de la Cámara de Senadores, José Gerardo Rodolfo Fernández Noroña, y el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y senador plurinominal, Rafael Alejandro Moreno Cárdenas.
Como diría la periodista regiomontana María Julia: “muy orondo” se trasladó Moreno Cárdenas desde su curul hasta la Mesa Directiva del Senado de la República. Y aunque dicen que: “Los toros se ven mejor desde la barrera”, al campechano acusado de varios ilícitos aun no comprobados y de corromper la esencia misma del PRI al recurrir a argucias estatutarias para reelegirse y seguir cobrando doble (como dirigente y como legislador), le dio por envalentonarse.
El sapo estuvo para la pedrada, pues el legislador expetista le espetó vigorosamente al priista: “…senador Alejandro Moreno vaya a su curul y dígame, dígame desde su curul, dígame desde su curul, eh, eh, no me ponga el dedo encima, ¡no me ponga el dedo encima! ¡No me ponga el dedo encima!”. Y la rebatinga continuó cuando Alito, como le apodan sus simpatizantes, le gritó a Fernández Noroña: “¡A mí no me grites! ¡Te vine a pedir la palabra! ¡Date a respetar!”.
“Yo he estado otorgando la palabra, la he estado otorgando a todo el que lo solicita y, sin embargo, ha habido una falta de respeto…”, luego, el presidente de la Cámara Alta procedió a hacer lo que llamó una “aclaración necesaria”, puntualizando el procedimiento legislativo aplicable a dicha situación.
En épocas recientes, particularmente desde que los ciudadanos hemos dejado patente nuestro interés por estar informados y participar en la agenda pública, en especial en el quehacer legislativo, se han puesto a nuestra disposición medios que difunden las actividades de ambas Cámaras. Así, hemos sido testigos de situaciones tan bochornosas como diputados federales tomando una siesta en plena sesión, legisladoras tejiendo, un sinnúmero de ocasiones en que los han tomado las tribunas, etc.
Nuestro deber como ciudadanos es mantenernos actualizados, el deber de quienes han decidido ocupar un espacio dentro de la política mexicana es mantenerse a la altura de las circunstancias. El zafarrancho entre Fernández Noroña y Moreno Cárdenas es un claro ejemplo de lo que no debe de ocurrir. Resulta deseable que más allá del morbo generado, la difusión de situaciones cómo esta nos sirva como lección para exigir debates de nivel. Alguien dijo que la política de la “vieja guardia”, es cosa del pasado. La pregunta aquí es: ¿el respeto y la educación son cosa del pasado? ¿Se acabó la política? No confundamos la libertad con el libertinaje, ni el conservadurismo con el arcaísmo, ¡por favor!
Post scriptum: “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría”, Salomón.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).