Dr. House, la icónica serie de televisión donde un excéntrico médico encuentra soluciones a problemas complejos, no deja de sorprenderme. En un capítulo que vi recientemente, varios bebés en cuidados intensivos luchan contra una enfermedad desconocida, mientras el equipo clínico intenta, sin éxito, hallar la causa. Uno de los pequeños fallece, y House, fiel a su estilo, recomienda a un colega decirles a los padres que su hijo ayudará a salvar otras vidas (las autopsias suelen revelar aspectos clave). En la medicina -y en la vida- los tropiezos pavimentan el camino al éxito.

Nací arqueólogo sin saberlo. Una cueva remota y oscura confirmó mi vocación: lo mío sería desenterrar significados. Veo cosas y escribo y escarbo. Leo para darme cuenta lo poco que sé de todo. Fundador de Mindcode, ayudo a innovar y entender la conducta del consumidor. Hago preguntas para encontrar respuestas y después tengo más preguntas. Lo mío es caminar en la cueva, encontrar la luz y volver adentro. Al final espero un epitafio corto: Signifiqué.

La ciencia está basada en la idea de que el error es parte fundamental del aprendizaje. Una hipótesis es una posible explicación que ha de rechazarse o validarse. Karl Popper subrayó la importancia de la falsación: no probamos las teorías al acertar, sino al equivocarnos y refutarlas. Es decir, cada descubrimiento se construye sobre un proceso de prueba, error y ajuste. En el caso de House, el error es una forma de ir eliminando hipótesis incorrectas para llegar a la verdad.

La historia de la humanidad está llena de errores transformados en victorias inesperadas. Nos equivocamos en el trabajo, en nuestras relaciones, en decisiones grandes y pequeñas. Sin embargo, detrás de cada error, hay una lección, una oportunidad de crecimiento que, si sabemos aprovecharla, puede transformar el rumbo de las cosas. «Equivocarse no es fallar, sino encontrar una nueva manera de no hacer las cosas», sentenció así su perseverancia Thomas A. Edison, el hombre que acumuló más de mil patentes a lo largo de su vida, muchas nacidas de intentos fallidos que le llevaron, al final, a los descubrimientos que revolucionaron el mundo. Lo mismo sucedió con Alexander Fleming; su accidental hallazgo de la penicilina fue producto de un descuido. Gracias a él, millones de vidas pudieron salvarse.

Otro caso emblemático es el del «Post-it», la famosa nota adhesiva. Spencer Silver, un ingeniero de 3M, intentaba crear un adhesivo de alta resistencia para la industria aeroespacial, pero accidentalmente creó uno débil que apenas podía sostener el papel. Aunque el proyecto fue inicialmente considerado un fracaso, un colega vio potencial en el producto como notas removibles y reutilizables. Así nació una de las herramientas de organización más populares del mundo.

Winston Churchill decía que «el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo». La ciencia, el arte, los negocios e incluso nuestras vidas personales dependen de nuestra capacidad para afrontar los errores y adaptarnos. Cada fallo es una nueva posibilidad; cada error abre una puerta. Empero, nuestra sociedad tiende a castigar el error en lugar de verlo como un proceso natural de aprendizaje. Nos olvidamos de que la perfección es una ilusión y que la verdadera sabiduría radica en reconocer nuestras limitaciones y seguir adelante con humildad y creatividad.
Incluso dentro de la ficción hay lecciones destacables. El error de Don Quijote es fundamental: interpreta la realidad a través de sus libros de caballerías y ve el mundo de manera distorsionada, cree que los molinos de viento son gigantes y las posadas, castillos. Su desfiguro tiene una consecuencia positiva: inspira a quienes lo rodean y convierte su vida en una épica personal que explora los límites entre la locura y la nobleza de espíritu. Se convierte en un símbolo de perseverancia y valor ante un mundo desencantado. En Pedro Páramo, el viaje errante de Juan Preciado lo lleva a un destino inesperado, pero profundamente revelador. Aunque no encuentra a su padre como lo imaginaba, descubre la verdad sobre su pasado y las cicatrices de Comala.

La dinamita, el teflón, el cristal de seguridad, la sacarina, el acero inoxidable, son algunos descubrimientos que se deben a fallos en un proceso que perseguía otros fines. Si bien no todos los errores conducen a finales felices y algunos tropiezos son muy costosos, podríamos aspirar a tener una sociedad donde las equivocaciones no se consideren fracasos absolutos, donde la imperfección sea parte del proceso, donde el miedo a equivocarse no paralice, y donde al final de una experiencia podamos preguntarnos, ¿qué aprendimos?

La vida es leer un juego de máscaras, donde el error es un maestro disfrazado.

@eduardo_caccia

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