La autenticidad es la nueva olla al final del arcoíris. Es un ideal que perseguimos en las marcas que adoptamos, los productos que consumimos y hasta en las personas que admiramos. Sin embargo, en una era donde todo está diseñado, curado y presentado para ser visto, esta búsqueda parece convertirse en un espejismo. ¿Qué significa ser auténtico en un mundo donde lo real es constantemente maquillado? La paradoja de la autenticidad (particularmente la digital) no solo refleja nuestras aspiraciones, sino también nuestras contradicciones.
Este episodio es un fractal de nuestra era. Queremos autenticidad, pero nos prestamos a la simulación. Nos atrae lo que parece genuino, pero consumimos lo que es idealizado. La autenticidad se vuelve difusa. Zygmunt Bauman lo llamaría un reflejo de nuestra «modernidad líquida»: buscamos certezas en un mundo que cambia constantemente, donde nuestras verdades terminan siendo tan inestables como el líquido que intentamos atrapar entre los dedos.
Las redes sociales, epicentro de la era digital, exacerban esta paradoja. Los influencers, que alguna vez prometieron un contacto directo y sincero con sus audiencias, se han convertido en artífices del simulacro. Publican fotos aparentemente espontáneas que en realidad han pasado por filtros y efectos especiales. Cada gesto, cada palabra, cada encuadre está pensado para construir una narrativa que atrape. Las redes han transformado nuestra identidad en un proyecto de marca personal. Lo medular no es quién eres, sino cómo te vendes.
El caso de Miss Universo no solo habla de belleza, sino de cómo valoramos lo que consideramos «auténtico», lo que consideramos bello (un convencionalismo que se modifica con el tiempo y con cada cultura). Más allá de las reinas de belleza, nos fascinamos con las historias de superación de las candidatas y candidatos en la política, pero ignoramos que muchas veces estas narrativas son tan fabricadas como las propuestas que presentan. Para alimentar la nueva autenticidad, adoptamos eufemismos e ilusiones: si nos conforta la «piel vegana», pronto creeremos en «influencers neta» y en «políticos honestos».
¿Es posible ser auténtico en un mundo diseñado para ser editado? Tal vez la respuesta esté en reconocer que la autenticidad no es una cualidad absoluta, sino una práctica que exige introspección y honestidad. En cualquier caso, el ejercicio de cuestionar nuestras contradicciones debe ayudarnos a superarlas. Es posible que la autenticidad no esté en la perfección, sino en admitir que somos una mezcla de realidad y máscara, de espontaneidad y curaduría.
La cirugía plástica, como las modificaciones ancestrales a los rostros y los cuerpos, me hacen pensar que tal vez la autenticidad es relativa. Quizá sea un punto de equilibrio entre lo que somos y lo que proyectamos. Quizá sea hora de dejar de buscar autenticidad en las apariencias y empezar a buscarla en la intención. Probablemente la autenticidad no se encuentra en el rostro perfecto ni en la foto manipulada, sino en la historia que contamos y en la verdad que nos atrevemos a mostrar de forma genuina, incluso si lleva maquillaje.
La ficción nos arregla la vida. Buscamos lo real, de preferencia editado.
@eduardo_caccia