Las diferentes estadísticas económicas muestran una desaceleración de la economía mexicana en la actualidad. Esto es normal durante los cambios de gobierno en nuestro país, debido a la incertidumbre respecto a las nuevas políticas que aplicarán los funcionarios públicos entrantes, a que los mismos tardan en conocer sus nuevas facultades y recursos, así como el retraso en nombrar a los equipos en sus puestos y a implementar los distintos programas públicos.

Destaca la desaceleración del Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) que creció solo 1.0 por ciento en el mes de agosto con respecto al mismo mes del año anterior, pero tiene una contracción del 0.3 por ciento respecto al mes anterior. Por su parte, la estimación puntual de la producción manufacturera para septiembre muestra una variación anual de -1.1 por ciento. Además, el crecimiento anual del PIB en el segundo trimestre fue de 1.0 por ciento y es posible que sea aún menor en el tercer trimestre, dato que el INEGI dará a conocer el día de mañana. Otros datos confirman la desaceleración de la economía y la creciente inflación.

Por lo mismo, distintas instituciones financieras y de análisis están modificando a la baja la actividad económica que esperan para México en 2024. Esto a pesar de que nuestro principal mercado externo, que son los Estados Unidos, continúa con una elevada actividad, al igual que la economía mundial.

El bajo dinamismo actual de la economía mexicana sorprende, a pesar del muy elevado déficit del sector público que registra en este año, que es cercano al 6 por ciento del PIB. Este déficit significa que el gobierno agregó una demanda interna de esa magnitud, pero la economía solo crece en 1.5 por ciento. Si esta relación fuera directa y el gobierno no hubiera incurrido en este desequilibrio en sus finanzas, la economía podría haberse contraído en más del 4 por ciento del PIB en el presente año.

De cumplirse el objetivo de reducir el desequilibrio fiscal en tres puntos del PIB el próximo año, anunciado por la administración federal y, de mantenerse el mismo dinamismo de los demás componentes de la demanda interna, la variación de la economía mexicana podría ser cercana al -1.5 por ciento en 2025. Esto provocaría un impacto negativo en el empleo y en el sector financiero.

Esta caída de la economía se puede evitar con un incremento en la inversión privada, esto es aumentar la demanda con recursos del ahorro y del extranjero. Sin embargo, hay una importante preocupación entre los inversionistas sobre el futuro de la economía mexicana, como se comentó en días pasados en la reunión anual el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Es relevante la fuerte inquietud de los distintos inversionistas nacionales e internacionales sobre la reforma que se está haciendo del sistema judicial, fundamental para que puedan operar de manera eficiente las empresas en México. Otro tema de nerviosismo es el deterioro que se percibe en la relación entre la administración pública de México y los candidatos presidenciales de los Estados Unidos; a lo que se agrega la tensión con los países europeos, especialmente con España. Otra preocupación es la falta de un plan de negocios viable para el futuro financiero de Pemex y CFE y el riesgo de que persistan con incrementos de precios, que disminuyen la rentabilidad en los demás sectores de la economía. Un tema recurrente que se platica en los medios internacionales es la creciente violencia que hay en distintas partes del país, que perjudica al resto de la economía.

En resumen, existen suficientes motivos para tener una recesión el próximo año, de no tomarse las medidas correctivas necesarias en este momento que propicien un incremento en la inversión privada.

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