En la larga lista de insultos, calumnias, mentiras y afirmaciones abusivas o frívolas que no merecen respuesta -aunque las diga el presidente en público y aprovechándose de su cargo-, algunas me conciernen porque afectan a otros y porque sé, como historiador, que al basurero de la historia tardan en llegar dichos que no fueron refutados en su momento.
Para refutar a López Obrador, mi abogado es el propio López Obrador:
«… el aspirante a la gubernatura de Tabasco, Andrés Manuel López Obrador, propuso que en caso de admitirle el Presidente (Salinas) la dimisión a Carpizo (secretario de Gobernación), este pueda ser sustituido por un representante de la sociedad civil como Enrique Krauze…», Reforma, página 2A, 26 de junio de 1994.
En 2003, cuando se lo agradecí personalmente, me invitó a su proyecto político. Le expliqué que yo no aspiraba a puestos. Ya entonces AMLO había sido entrevistado dos veces por Clío para los documentales que hicimos sobre el sexenio de Salinas y la historia del PRD.
En nuestro breve trato, percibí su carácter intemperante. Nada me desconcertaba más que su naturalidad para articular un discurso de polarización. No obstante, declaré mi oposición a su desafuero (La Jornada, 10 de abril de 2005). Y, del mismo modo, en 2006 repudié la campaña que lo comparaba con Hitler.
«El mesías tropical» se publicó en Letras Libres el 1 de junio de 2006. Era ante todo el retrato psicológico y moral de una persona con un trasfondo oscuro, violento, vengativo. Registré su completo desinterés del mundo exterior, su ignorancia económica, su desprecio del derecho y su autoritarismo político: nada tenía que ver AMLO con el liberal Juárez, el demócrata Madero y el presidente Cárdenas. Al final, señalaba la convergencia de dos delirios suyos: equipararse con Jesucristo y ostentar la naturaleza tropical del poder tabasqueño. Su triunfo me parecía inminente, y por eso advertí: «México perderá años irrecuperables».
A principio de 2012, cuando AMLO comenzó a hablar de «la República amorosa», le tomé la palabra. En una entrevista en el Canal 11, dije: «Voy a ver si sigue siendo un hombre dogmático […] que tiene un culto de su propia personalidad y lo promueve […] Si cambia esa actitud, si modifica su programa […] consideraré seriamente darle mi voto».
Días más tarde, unos amigos nos convocaron a cenar. Volvió a invitarme a su proyecto. Dijo que habían sido injustos conmigo, que he sido un liberal y un demócrata, recordó mi batalla por el voto en Chihuahua, y agregó: «nunca olvidaré que me defendiste cuando dijeron que me parecía a Hitler».
Lo olvidó al llegar al poder y puso en práctica la estrategia de Goebbels: mentir incesantemente buscando que la mentira se vuelva la verdad. La Secretaría de la Función Pública tenía todos los elementos necesarios para saber cuánto había gastado el gobierno en anuncios y suscripciones de Letras Libres. Pero AMLO prefirió recurrir a sus cálculos biliares y, por ejemplo, en la mañanera del 26 de julio de 2023 mintió exhibiendo una tabla según la cual yo había «cobrado» al gobierno de Peña 144 millones de pesos.
No somos iguales. Él no dijo ni pío por los muertos del 68 y del 10 de junio; yo participé en el movimiento estudiantil y estuve presente en la matanza del Jueves de Corpus, sobre la que escribí un testimonio. No sé de qué ha vivido AMLO, además de sus puestos públicos; yo he vivido de mis libros y de empresas culturales privadas que nunca han dependido, en absoluto, del dinero oficial. Él es quien se subió al tren del PRI en 1976 y se bajó hasta fines de 1988; yo critiqué a todos los gobiernos a los que él sirvió y a los siguientes (incluido el suyo) en varios libros y centenares de ensayos, artículos, entrevistas, conferencias, audios, videos publicados en decenas de medios mexicanos y extranjeros.
Su sexenio comenzó con la idea de transformar a México. En vez de ello, destruyó sus instituciones y dañó profundamente la democracia. No sembró vida: sembró odio. Hubiera querido equivocarme, pero es verdad: México ha perdido años irrecuperables.
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